sábado, 19 de julio de 2025

GUAPERIAS

  


                                      

                                    GUAPERIAS

(Artículo de 1920)



     Batlle Ordóñez se ha cubierto de gloria en estos días dándonos una prueba más de que es hombre de muchos pantalones. El cable nos cuenta, con lujo de sibaríticos pormenores (estas epopeyas gustan todavía de un modo atroz), cómo Ordóñez le partió el corazón de un balazo a su colega el diputado Beltrán, y cómo éste es, desde enero para acá, el segundo enemigo que despacha en el terreno de los caballeros. ¡Es mucho hombre este truculento y tremebundo Batlle Ordóñez! Le dan a uno ganas, ante hombres así, de darse unos porrazos en el pecho y salir cantando como gallo. ¿Quién iba a creer que allá en Montevideo, ciudad de cuya refinada cultura moderna se nos ha dicho tanto, perdura aún, fresquecito, el guapetonismo caballeresco medioeval? ¡Bendito sea Dios! Pensar que después de tanto herrerareisigmo y rodoísmo estamos todavía tan poco desbastados que no sepamos discutir ningún asunto sin caer en la grosería plebeya de los desahogos y denuestos personales y de estos desahogos y denuestos, en las bofetadas, patadas, palos, pedradas, cuchilladas o balazos...
     “Al campo don Nuño voy, -donde probaros espero...” He aquí compendiada toda nuestra psicología de relación en materia de controversias. En este particular estamos tan adelantaditos como en los felices tiempos del Cid Campeador y Diego García de Paredes.
     Pero no vayan a creer ustedes que milito entre los adversarios del duelo a la manera norteamericana. Para ellos, para los norteamericanos, el duelo es costumbre ridícula y propia sólo de latinos cabecicalientes. Lo cual no significa que entre ellos estén eliminadas las riñas cuerpo a cuerpo en que culminan, allá como aquí, los desahogos y denuestos. Lo único que ellos han hecho es suprimir el ceremonial caballeresco, pero están tan dispuestos a entrarse a trompadas o balazos con un adversario deslenguado como nuestros hermanos latinos que cultivan aún el deporte de ventilar sus diferencias en el campo de idiotez de don Nuño. Es cuestión de forma, pero tan bárbaro es el que trompea o acuchilla a su enemigo sin ceremonial, como el que lo hace a la clásica usanza caballeresca. Y puesto a escoger, por lo que a mí me toca, entre dejarme romper quijada o costilla por un bruto, y dejarme perforar el cuerpo con florete o bala en el campo del honor, prefiero lo último, forma de barbarie más atenuada, al fin y al cabo, que la plebeya riña sin ceremonial al crudo estilo americano.
     La enfermedad no está en la sábana. El mal no está en la forma, sino mucho más adentro: en la manía grotesca de asociar el honor con el daño personal inferido al adversario. Tantas bofetadas, o puñaladas, o balas, dadas o recibidas, otros tantos quintales o toneladas de honor que quedan reinvindicados. Me llamó usted necio, o pelagatos, o estafermo, o canalla, o bandido, o cualquiera de las bajas expresiones coléricas que aún quedan en nuestro poco evolucionado léxico, pues ya tengo el deber de honor de romper o dejarme romper la nariz, la quijada, una o varias costillas y, si a mano viene, el corazón. Mientras más averías físicas resulten del encuentro, más limpio y resplandeciente queda el honor y más resoplante de orgullo el vencedor. ¡Ni más ni menos que si en lugar de hombres se tratara de mulos o jabalíes! En este punto, cualquiera ve que el carrero y el mozo de cuerda coinciden, en su psicología, con el más cultivado intelecto. Mucho orgullo, muchos humos de superioridad sobre los que carecen de nuestro mismo grado de educación... y sin embargo, en las normas fundamentales de nuestra vida, en la manera de entender cosa tan alta y delicada como el honor, tan toscos, tan primitivos, tan desaforadamente mulos los unos como los otros.
     Se me objetará que hay ofensas serias y que el no tomarlas en cuenta nos presentaría como unos cobardes. Pero yo replico que el llamarme canalla, o bandido, o perro, no es tal ofensa más que en la cabeza de un tonto. Un epíteto, mientras más grosero y más sucio sea, menos me puede herir. Al que hiere en realidad, al que pone en evidencia como un ser inferior e infeliz, menos digno del odio que de la conmiseración, es al procaz adversario que me lo echa al rostro por no tener cosa mejor en su intelecto con qué defenderse. Un epíteto, como no prueba nada, como no contiene pensamiento alguno, es menos que un estornudo, sólo puede soliviantar a los que, por haber venido al mundo con la psicología de los gallos, temen perder algo si no responden materialmente, con golpes o balas, a la provocación de un imbécil.
     Pero, y si a usted, señor --se me ha dicho varias veces-- le nombran la familia o le imputan alguna acción bochornosa, ¿se va a quedar tranquilo? Y yo repondo: Sí; me quedaré tan tranquilo y tan impasible como un ladrillo. Si es verdad, mi mayor orgullo, si soy hombre que valga dos cuartos, debe ser el no rehuir las verdades, ni las agradables ni las desagradables, ni las mías ni las ajenas, por nada del mundo. Y si es mentira... vive Dios, que si yo no supiera despreciar la mentira, si yo descendiese jamás hasta el extremo de ruindad de temblarle a un embuste, ¡me ahorcaría en el acto de asco de mí mismo!
     Pero es más. Es que si verdaderamente fuésemos tan educaditos y refinaditos como alardeamos de ser desde que aprendemos cuatro paparruchas en un colegio, y tuviéramos sobre el palurdo algo más que la calidad de la ropa y el pulimento de las maneras superficiales (maneras que se le pueden enseñar a un mono en menos de un trimestre), en lugar de complacernos en el daño corporal producido al adversario, sentiríamos horror ante la sola idea de ese daño. Yo, Juan, salto al campo con Pedro y le pego o me pega. Pues bien; si yo, Juan, soy algo superior al pobre palurdo de la calle en mi sensibilidad y en mi entendimiento, es evidente que saldré siempre perdiendo. Si me pegan, por el dolor y las consecuencias de los golpes. Y si yo pego, porque me avergonzará y me dolerá como un feroz reproche el espectáculo de los golpes o heridas que le dí a mi adversario.
     ¿Quién que así piense no encuentra en sí mismo reservas de valor (el verdadero, el espiritual, el único) suficientes para no convertir jamás --aunque pase ante el vulgo por cobarde-- un conflicto de ideas, una controversia cualquiera, en un motivo de boxeo o de duelo?
     Ese mismo pendenciero Batlle Ordóñez, que en lo que va del año a despachado en el campo de don Nuño a dos de sus adversarios, ante este alto y genuino concepto del valor --del gran valor, floración del espíritu, que llevó a Tolstoy a reñir con su casta, y a San Francisco de Asís a hermanarse con el lobo y la pantera y a Cristo a llevar su mensaje de renovación social lo mismo a la casa del bueno que a la casa del malo-- se queda chiquitito. Porque ¿cuánto apuestan ustedes a que éste señor, este Pepe el Tranquilo de Montevideo que mató a Beltrán de un pistoletazo, no es en el fondo más que un cobardón infeliz que se muere de miedo al solo anuncio de que se va a decir o a creer de él tal o cual cosa?






VOCABULARIO    CONTEXTUAL



  1.Batlle Ordóñez= José Pablo Torcuato Batlle Ordóñez (1856-1929)= Sirvió como Presidente de la República de Uruguay en tres períodos distintos; primero interinamente del 5 de febrero de 1899 al 1 de marzo del mismo año, luego como el 19° presidente constitucional de 1 de marzo de 1903 al 1 de marzo de 1907 y más tarde como el 21° presidente constitucional del 1 de marzo de 1911 al 1 de marzo de 1915.

2.Sibaríticos= Se dice de las cosas que se hacen con placer o deleite.

3.Beltrán= Washington Beltrán Barbat (1885-1920)= Escritor, periodista, abogado y político uruguayo.

4.Truculento= Que asusta por su exagerada crueldad.

5.Tremebundo= Horrendo, que hace temblar.

6.Herrerareisigmo y rodoísmo= Refiérese a la influencia cultural de estos dos grandes de la literatura uruguaya y mundial: Julio Herrera y Reissig (1875-1910) y José Enrique Rodó (1871-1917).

7.Desbastados= Educados, sin rusticidad. Civilizados.

8.Grosería= Descortesía, falta de urbanidad, rusticidad, ignorancia.

9.Plebeya= Perteneciente al vulgo, al populacho.

10.Desahogos= Dar rienda suelta a un sentimiento o queja para aliviarse de ellos.

11.Denuestos= Injurias, afrentas o ultrajes graves.

12. "Al campo don Nuño voy"= Verso de La Venganza de Don Mendo, de Pedro Muñoz Seca, donde se satiriza el honor tradicional.

13.Cabecicalientes= Cabeciduros= Testarudos.

14.Trompadas= Golpe dado con la trompa (prolongación de la nariz de algunos animales). Usada para cargar la acción del mayor sabor posible a animalidad.

15.Deslenguado= Malhablado, insolente, lenguaraz.

16.Florete= Espada.

17.Pelagatos= Hombre pobre y desvalido y a veces despreciable.

18.Estafermo=Simplón, pelele, mequetrefe.

19.Resoplante= Envanecido, presumido, engreído.

20.Carrero= Carretero = El que guía las caballerías o los bueyes que tiran de las carretas.

21.Mozo de cuerda= Persona que se ponía antiguamente en los parajes públicos para llevar cosas de carga o para hacer algún otro mandado.

22.Procaz= Desvergonzado, atrevido.

23.Soliviantar= Mover el ánimo de alguien para inducirle a adoptar una actitud hostil.


24.Paparruchas=Tonterías, estupideces, necedades.

25.Palurdo= Se refiere despectivamente al cuerpo como algo tosco, ordinario. Persona tosca, ignorante, patán.

26.Pulimento= Mejoramiento, afinamiento, 
perfeccionamiento.


27.Pepe el Tranquilo= Figura folklórica del toreo español. Es 
el "valiente" que se para frente al toro sin moverse, como si 
no le importase nada.





miércoles, 16 de julio de 2025

Los Gallos




                                                     Los Gallos


Quiero darme el gustazo de declararlo de manera pública y solemne: me gustan, me enamoran los gallos y las riñas de gallos.


Me gustan los gallos porque son bellos: bellos por el matiz brillante de su pluma; bellos por el corte impecable de su cuerpo eurítmico; bellos por lo alegre y animoso de su canto; bellos por el bizarro empuje de sus bravas almas.

Entre uno de esos hombres incoloros, vulgares, gruñones, hombres de piel de cerdo que vienen a este mundo rellenos de pedantería para aburrir al lucero del alba, entre uno de esos hombres y un gallo... ¡me quedo con el gallo!

¡Ah, si muchos hombres tomasen por modelo de sus vidas insulsas al gallo, ese noble animal consagrado al amor y al combate; cuánta fealdad, cuánto aburrimiento, cuánta basura se echaría del mundo!

"Amor y lucha", la divisa del gallo, es la divisa excelsa de todo lo que vive: amor y lucha. Las dos fuerzas perennes y augustas que regulan el ritmo portentoso de la vida.

Por el amor, la reproducción, la conservación de las especies, la serie de generaciones que se eslabonan en el vértigo del tiempo; por el luchar sin tregua, la eterna selección, madre del progreso.

Y me gustan las riñas de gallo porque, además de distraer, educan, enseñan; porque cada una de ellas constituye una lección objetiva de admirables secretos biológicos, revelándonos cómo el instinto es ley de vida en los seres; cómo se transmiten, por herencia, los rasgos fisiológicos más nobles; cómo la naturaleza en eterno acecho dirige por sendas cada vez más tortuosas la marcha de su ejército de formas hacia ignotas, pero presentidas cumbres...

Y me gustan además las riñas de gallos porque vivo en Ponce, Puerto Rico, patria del bostezo, sucursal del limbo, y a una persona que vive en Ponce, en esta sombría morada del tedio, y que no bebe ni chismorrea, ni le gusta el "dominó" ni "la viuda", se le debe perdonar, no ya que guste de las peleas de gallos, sino que adore con loca adoración la cólera y la peste bubónica. Cada cosa tiene su sitio y su hora. Trasládenme a París con una buena renta y juraré que es un salvaje el aficionado a las riñas de gallos.

Ya sé que contra los gallos y sus riñas sabrosas y edificantes, algunos bizcos de entendimiento, almas forradas de piel de camello, trovadores del aburrimiento, esgrimen el manoseado y zángano argumento de la crueldad.

Yo me río, me río y me río,con risa inagotable, de ese argumento. Compárese la crueldad de las riñas de gallos, de dos animales que riñen por gusto, por saciar un instinto, sin haber sido obligados por la dignidad, ni alquilados, ni de otro modo introducidos para el caso; compárese, digo, esta crueldad con la crueldad ambiente, con los millones de crueldades que cometemos y presenciamos a diario, murmurando aquí, engañando allá, acometiendo y reventando siempre al prójimo en nombre del negocio, o del estómago, o del partido, o de la religión, o de la familia, o del honor, o de la patria; o del diablo y su hermano, y todo el mundo se reirá también con risa estrepitosa de los camellos del aburrimiento, trovadores de la polilla, almas bizcas que condenan la riña de gallos.

Pero, así somos; para las crueldades chiquitas tenemos un corazón de mantequilla que se asusta y se estremece por nada hasta el llanto; para las crueldades grandes que cometemos y sufrimos diariamente, en lugar de corazón, tenemos un ladrillo.

Que la casa tal se incendió anoche y la familia tal quedó en la calle; que quinientas personas fueron descalabradas por un accidente ferroviario; que el empleado tal quedó cesante con mujer y dos hijos; que don Fulano, arruinado por una hipoteca, se ha vuelto loco, arrojándose a la calle por una ventana..., por muy sensibles que seamos, ninguna de las noticias que preceden nos hacen perder el apetito.

En cambio, se habla de gallos que pelean por gusto y de hombres que se dan el gusto de presenciar esas riñas... y es preciso taparse los oídos ante el insulso vocear de los eternos pedantes de alma bizca, forrados de aburrimiento de camello que protestan.

En apariencia, lo que indigna y subleva a éstos es la crueldad del espectáculo; pero, en realidad, lo que les hace perder la chaveta, es que haya hombres que se diviertan, cuando ellos son enemigos mortales de todo lo que significa alegría y esparcimiento, y de buena gana harían del mundo un desierto espantable, habitado solamente por camellos bizcos, forrados de la piel aburrida de pedantes.




VOCABULARIO    CONTEXTUAL



1.Eurítmico= Armonioso. Que sus partes son armónicas.

2.Bizarro= Valiente, esforzado, gallardo.

3.Pedantería= Cualidad de las personas que presumen de sus conocimientos.

4.Insulsas= Insustanciales, insípidas, desabridas.

5.Ignotas= Desconocidas, ignoradas, inciertas.

6.Descalabradas= Que han salido mal o que han resultado perjudicadas en un asunto.

7.Perder la chaveta= Perder el juicio, volverse loco.





jueves, 10 de julio de 2025

Portada




                                                                   

Dr. SERVANDO MONTAÑA PELAEZ
  
     Canales, es, no hay duda, uno de los hombres más singulares que ha dado Puerto Rico.
     De los más inteligentes, de visión más clara, más profunda y más original. Adelantándose a su tiempo, adelantándose, en cierto modo a su propia andadura humana, sumergió su lúcida mirada en la espesa y opaca realidad de la vida, y nos dió de ella, así, un horizonte nuevo, sugerente y luminoso.
     De los más libres, de juicio más autónomo e independiente frente a la situación, las corrientes ideológicas y los hombres, aun amigos. Recibió influencias quizás más que ninguno, por su voracidad intelectual y su sensibilidad más acusada y abierta, pero supo asimilarlas, por una parte, hasta hacerlas propias, y por otra, enfrentarse a ellas -aun a las preponderantes del momento- para erigir, audaz, la dimensión precisa de su propia estatura.
     De los más originales escritores. Su estilo se yergue, frente al lenguaje academizante o de escuela, con línea muy propia, arraigada en lo coloquial, en lo espontáneo y en una sin par energía expresiva, todo ello ligado a una meridiana justeza y claridad.
     Se ha dicho de él que era incapaz de crear una obra larga, sistemática. El caminaba al azar de la vida, a impulsos del oleaje siempre móvil, vital, único y consistente. Por eso sus temas son variados y autónomos: religiosos, políticos, sociales, literarios, o simplemente humanos. Responden a un rasgo general de Canales: Su curiosidad universal, su fina y aguda sensibilidad, su mirada abierta a todos los relieves significativos de la vida y a la vastedad de sus preocupaciones culturales: poesía, teatro, religión, ensayo, filosofía, cine... Por eso resulta que, al lado de lo político surge lo filosófico, al lado de lo económico está lo literario, al lado de lo programático está lo informativo, al lado de lo social está lo lírico. Se podría aplicar a él lo de Heráclito: “La armonía no manifiesta es superior a la manifiesta”.
     No obstante, se descubre en este conglomerado multiforme una serie de constantes ideológicas, de actitudes esenciales ante la vida: un profundo sentido de la justicia y la honestidad, una especial lucidez para descubrir la farsa humana, y un marcado desprecio hacia los embelecos de la sociedad.
     Se ha dicho de él que era un raro. Y lo fue, en el sentido de ser muy él, difícilmente catalogable ni como pensador, ni como escritor, ni como hombre. Fue raro porque era otro, diferente a la vulgar mediocridad de los que el llamaba “los respetables”.
     Fue raro, además, porque no fue comprendido. Y la incomprensión, las más de las veces, acentúa la distancia, resalta la grandeza. Fue incomprendido por sencillo, por certero, por inquebrantable. “Se dobla, pero no se doblega”, podría decirse de él. Y lo que no se nos doblega lo calificamos de raro.
     Fue, simplemente, un hombre que aceptó su realidad, que vivió su vida sin “dirigirla”: un hombre natural en el más genuino sentido de la palabra.
     Se ha calificado a Canales de humorista. Y cierto que lo fue. En grande. Pero éste es sólo uno de los niveles de su personalidad, quizá uno de los más a flor de piel. Los otros niveles: de pensador original, de luchador humano, de abogado de la vida y del gozo de vivir, de apasionado escudriñador de la esplendente y desgarrada realidad -social, histórica, y metafísica- del hombre, son casi desconocidos.
     Parece esto o parece lo otro, pero no es ni lo uno ni lo otro, porque lo es todo.
     Es materialista y es espiritualista, es socialista y es individualista, es quijote y es sancho, es ateo y es cristiano, es erótico y es virginal -integra, al mismo tiempo, “el amor”, “la lujuria” y “la caridad”-, es inmoral y es moralista, es alegre y es triste, es juguetón y es serio. Lo es, insisto, todo, pero a su manera. O dicho de otra forma, lo es todo, pero trascendiéndolo en una síntesis dialéctica que quizá sólo es posible en el mundo de las ideas y no en el de las realidades, pero que no deja, por ello, de ser un ideal, su ideal.
     Nemesio Canales concibió su vida como una misión. Al menos la conciencia de esta misión se le fue imponiendo casi desde el primer momento de su “vida pública”. Por eso la dirección de su vida profesional, en la medida de lo factible, defendiendo preferentemente a los desvalidos y atropellados por la sociedad. Por eso su participación en el terreno de la política militante. Por eso, sus incursiones hasta en el terreno de los negocios (por ejemplo, cuando alquila en Ponce el Teatro Venus, para, al mismo tiempo que presenta películas, dar conferencias o discutir temas actuales). Pero, sobre todo, sin duda en la medida que fue descubriendo su capacidad del dominio de la palabra -tanto hablada como escrita- su entrega y dedicación a la presentación de sus ideas en conferencias, discursos y escritos. Por eso su entrega a la vocación de escritor.
     Era como una urgencia, como una fiebre de comunicar, de enseñar. Así entendía su misión, así entendía la función de todo escritor: como una responsabilidad. En realidad, como la forma peculiar suya de ser responsable con su vida, con “la Vida”.
     Pero la gente duerme, tiene atrofiados los nervios, y no sabe o no puede escuchar ese rumor de vida y de riqueza. De ahí la urgencia del escritor por hablar, de ahí su cruzada de “sermoneador”. De ahí, por tanto, la misión que Canales se ha impuesto, o a la que la naturaleza le empuja, quién sabe cuán a la fuerza.
     Su meta, por eso, es precisa: quiere sacudir al mundo de su letargo, de su rutina, de la rutina de no pensar por sí mismo, de la rutina de no sentir más que por los módulos de la sociedad. Y por eso habla y conversa, y brama y grita, y patea y rompe, y socava, con la piqueta de su palabra -como hacen con la aurora los gallos de Lorca- la dureza de mente y de corazón de los hombres, de la sociedad, del sistema.
     Quisiera, sin duda, provocar una conmoción, un estallido sin precedentes, tanto en las estructuras sociales -que han sustituido el alma por una “caja registradora” y las motivaciones humanas por el interés “simple o compuesto”-, como en las personales, individuales, anquilosadas -en su sensibilidad, en sus ideas, en sus emociones- por una esclavitud eterna a los grilletes morales, doctrinales, serviles, de la sociedad.
     Para cumplir esta misión, esta vocación, necesitaba, quería libertad. Por ello esa búsqueda de medios de expresión -revistas, periódicos, “empresas de conferencias”- propios que podemos percibir a lo largo de su trayectoria vital. Una búsqueda que se convierte, al mismo tiempo, en una lucha por tener los recursos económicos suficientes para poder -sin esclavitudes y sumisiones- lanzar al aire su palabra libremente, como el pájaro su trino.
     Se necesita esta libertad, porque, según Canales, la misión del escritor es arriesgada. No es una función de complacencia. Tiene que lanzar denuestos contra la sociedad, contra el sistema, contra las personas que detentan el poder -político, económico, social o cultural- y que se creen los depositarios de la verdad y de la ley.
     Lo repitió mil veces: la función del escritor, la función del pensador -que para él se identifican- conlleva la destrucción de ideas viejas, de rutinas de pensar, de fórmulas fáciles o gustosas que se repiten y se transmiten de cabeza en cabeza como si fueran simples monedas que pasan de mano en mano.
     Sacudir, despertar, para destruir. Destruir rutinas, destruir ilusiones, destruir ataduras. Pero destruir para construir. Destruir para abrir camino a una nueva sociedad donde no haya nadie que no pueda construir su propia y personal estatura humana, donde, partiendo de una satisfacción igualitaria de la base “estomacal”, quede luego abierto el camino para que cada uno descubra su propia riqueza, su riqueza como ser humano peculiar, único, con un corazón y un cerebro más integrado y más rico. Despertar de la rutina de la piedra, para ser entonces uno capaz de refugiarse en el ensueño, de refugiarse en el palpitar del universo, y poder asistir al parto maravilloso de la vida, poder “gozar el eco alucinante del jadeo colosal de lo inconsciente en su pugna incesante por hacerse consciente”. Construir hombres, construir mujeres, construir personas, con plena suficiencia material como cimiento de una abundosa vida interior, y construir también -base y corona- una sociedad nueva donde todo eso sea posible.
     Y como punta de lanza, núcleo encendido, su palabra. “No he venido a traer la paz, sino la espada”. A Canales -él lo llegó a entender así- le había correspondido, en el reparto universal de dones, el dominio de la palabra. La riqueza expresiva de su lenguaje es, en nuestra lengua, pocas veces igualada. Canales pule la palabra, la moldea, la modula, y luego le saca filo, hasta que, ya convertida en puñal, la clava en nuestra mente. Así sentía él su misión: escribir, hablar, sembrar a voleo de todos los vientos la gracia, la fuerza, la belleza de su lenguaje, un lenguaje afilado, cortante, cargado, preñado, fecundo de “intensa emotividad o de robusta y atrevida ideación”. No importa que nos moleste y la rechacemos como algo inoportuno: quedaremos tendidos a lo largo del camino como unos cadáveres más. O que nos duela y nos ponga en guardia y nos acucie. Entonces la asimilamos y nos unimos a la falange de los que empiezan a vivir, o sea, a pensar por sí mismos y a construir la parte del mundo que a cada uno le corresponde.
     Frente a una prosa moralista, que enseña unos valores que recortan vida y libertad, frente a una escritura superficial porque no toca más que la realidad enajenada, frente a una prosa pesada como una losa por afán de ser profunda, frente a un discurso de tipo rutinario, que pierde toda fuerza porque sojuzga el pensamiento personal al pensar gregario, surge la escritura de Canales, libre como el viento, profunda como la intimidad de cada uno, refrescante como el agua de manantial, porque escarba en nosotros la costra de nuestras vidas hasta llegar a la fuente de toda respuesta; graciosa y ágil “como el vuelo del pájaro”, porque no está lastrada por lo esclerótico; personal y única, como personal y única es la raíz primordial de nuestro ser. Y sobre todo, humana: cargada de todos los pesares, de todas las tristezas, de todas las aspiraciones, de todos los posibles gozos, aun de los ahogados por la maquinaria social, de toda el hambre de justicia, de todo lo que empuja o acosa a la humanidad en el vaivén de su totalidad histórica.
     Canales, soñador y luchador al mismo tiempo. “Pacífico, pero no pacifista”, clamando por una revolución total, íntegra, radical y abogando por siempre por el abrazo de hermano y de amigo con todos, destructor y constructor, abrazo y puño, vela y sueño. Maestro enemigo del magisterio, predicador de una religión que abomina de las “iglesias”, de una hermandad universal construida sobre el respeto y la solidaridad -la “cooperación”-, pero no masificada, que trajo de cabeza también a sus contemporáneos al intentar hacerles calzar, unas veces este y otras el otro, la horma del Quijote y la de Sancho -olvidando que tal vez sea él una de las mejores síntesis reales de ambos-, sibarita y asceta, libidinoso y casto, hambreando siempre la hembra y tozudamente siempre amarrado a su calcinante amor conyugal -retoñar de otro binomio Quijote/Dulcinea-, humorista sin rebozo, pero con una actitud de “seriedad”, la seriedad que abomina de lo superficial, lo cursi, lo chabacano. Paradoja viva.
     Canales posee una voz única, que debe ser proclamada y blandida como una espada, porque todos -sí, todos- debemos escucharlo, necesitamos escucharlo, en estos momentos cruciales de nuestra historia, si es que queremos vivir.
     Ninguna de las precedentes afirmaciones responde a la arbitrariedad: cualquiera podría comprobarlo con sólo dejarse llevar por las páginas de Canales, rezumantes, hervorosas.
     Si hay alguna advertencia que hacer al lector -especialmente al no acostumbrado a Canales- es que no se amilane. Las ideas con las que se va a encontrar -lo mismo que el lenguaje en que se expresan- son, la mayor parte de las veces, chocantes, sorpresivas, fulgurantes, hasta insultantes. Pero son bellas, interesantes, originales y, sobre todo, provocadoras de nuestra propia reflexión. Y esto es lo que vale.
     La obra de Canales está ahí, esperando. Basta sólo abrirla, leerla, sumergirse en ella. Y pensar, sentir, dialogar. Cada uno con su propio mundo interior a cuestas.


Dr. Servando Montaña Peláez





domingo, 6 de julio de 2025

LA PALANCA ESTOMACAL

 


                           LA PALANCA ESTOMACAL

(Artículo de 1920)




     Hace ya días, muchos días, que leí una crónica de mi inteligente amigo Lino Tipo, y tomé la resolución de escribir algo acerca de ella. Pero la falta de tiempo, la pereza, vaya usted a saber, me han tenido hasta hoy sin realizar mi propósito, y no es cosa de que se me quede inédito lo que me sugirió la jugosa charla linotipesca.
    Decía en síntesis el querido amigo --cuánto siento no tener a mano LA ESTRELLA que traía dicha crónica-- que todo cuanto se hace, se ha hecho y se ha de hacer en el mundo obedece fatalmente a los tiránicos dictados del estómago, víscera en que coloca él algo así como el máximo resorte de todos los actos humanos, desde los más groseramente egoístas hasta los más aparatosamente altruistas.
     Estoy de acuerdo con Lino Tipo en muchas cosas, pero no puedo estar de acuerdo con él en esto de hacer del estómago el centro ordenador e inspirador de las acciones humanas. No, no y no, amigo mío. Yo carezco ahora de tiempo y de cachaza y de espacio en el periódico para una maciza disertación acerca del interesante punto que usted plantea en la forma sencilla y atrayente que caracteriza su estilo. Pero, quiero al menos manifestar mi inconformidad con su afirmación.
     ¡Qué ha de ser el estómago el tirano ese todopoderoso que usted dice! Somos interesados, eso sí y nos peleamos como alimañas feroces un mendrugo cualquiera. Hemos echado a perder el mundo con el abominable estruendo de nuestras trifulcas y amenazas comerciales e industriales, pero lo cierto es que a pesar de vivir encajonados dentro de un sistema social tan estúpido que nos obliga a disputarnos el pan, que pone a la propiedad antes que a la vida y a la moneda antes que al hombre, pueden tanto en nosotros el corazón y la inteligencia, o sea, lo que está más alto que el estómago, que todas o la mayor parte de las pobres sabandijas humanas somos unos fracasados económicamente, estomacalmente, y lo somos por no otra razón que porque somos muy malos, muy rebeldes, muy ineptos y desleales sirvientes del estómago.
     Y somos tan pobres servidores del estómago, porque, por mucho que hagamos para no desviarnos de la ruta clara que conduce a la conquista del pan, hay una fuerza, la vocación, que tira de nosotros sin cesar, y nos lleva y nos trae y nos sacude a su antojo colocándonos muchas veces, muchísimas veces, en abierta y sufrida contradicción con los más claros dictados del estómago. No hay que remontarse a Jesús, ni a Buda, ni a Sócrates para buscar ejemplos de esto que digo. Basta quedarnos en los hombres de hoy, en los hombres de todos los días.
     Es más, para mayor comodidad, ni siquiera tenemos que acudir fuera de nosotros mismos en busca de comprobaciones. Ahí está usted y aquí estoy yo para ilustrar hasta la evidencia mi aserto de lo poco que puede el estómago cuando lucha con la vocación. Revise y aquilate bien su propia vida, la cadena de episodios que le ha traído a usted hasta aquí, y verá cómo no tiene más remedio que bajar la cabeza y confesarme que, de cada cien pasos que usted ha dado, noventa por lo menos los ha dado en abierta y suicida contradicción con los más categóricos y apremiantes dictados de su víscera estomacal. ¿Sería usted periodista, amigo mío, habría usted cogido siquiera una pluma en sus manos para hilvanar jamás una crónica, si el diablo de la vocación no le hubiera cegado hasta el punto de preferir el duro y mal pagado oficio de la pluma a cualquiera otro de los innumerables y fáciles y cómodos que conducen a uno, si no a la opulencia, a una relativa holgura económica de índole burguesa? ¿Sería yo lo que soy si no hubiera comprometido y sacrificado mil ochocientas veces prebendas y granjerías bien redondas, que no le faltan a nadie que de veras se preocupe exclusivamente de lo que atañe a la salvación de su vientre, sólo por haber seguido los impulsos imperiosos e irresistibles de esa fuerza interior formidable que llamamos vocación y que, a unos más, a otros menos, nos hace a todos marchar a latigazo limpio por donde ella quiere, o cerca de donde ella quiere, y no por donde quiere Nuestro Señor el Estómago? 
     Y ya que hablo de mí, quiero decirle que yo represento, sin duda y sin modestia, un progreso considerable en el orden intelectual sobre mi padre, y tuve además, para triunfar económicamente, facilidades y oportunidades que él nunca tuvo. Pues bien, mi señor padre es rico, y sería rico fatalmente aunque lo hubieran echado al mar metido en un saco, ya que el primer principio de su filosofía es el ahorro, madre de la riqueza, y ya que en él, en mi querido padre, filosofía y vocación marchan en el mejor de los acuerdos. Y en cambio yo, aquí me tiene usted haciendo crónicas, que es lo mismo que decir haciéndome cada día más pobre que una rata.
     Y lo que nos pasa a nosotros, les pasa a tres cuartas partes de nuestros semejantes, ninguno de los cuales se acuerda de Santa Bárbara sino cuando ha tronado muy recio. Esto sin hablar de los héroes, de los iluminados, de los grandes faros mentales de la humanidad: Buda, Jesús, Platón, Napoleón --también redentor aunque parezca paradoja--, Tolstoy, Nietzche, Whitman, Ibsen, etc. ¿No le choca a usted, amigo mío, el que, a medida de un hombre se eleva en la escala de los valores intelectuales, se aparta más y más de su conveniencia individual para solidarizarse más y más con la conveniencia universal? De todo lo cual se desprende que el estómago está donde debe estar, en los cimientos de la fábrica humana.
     Es necesario, es respetable en su papel, pero encima de él está lo que impera, lo que se impone, todo cuanto hace de la casa, o un soberbio palacio o un sombrío calabozo. Es un tornillo imprescindible de la máquina, pero no es el eje de la máquina. Precisamente, si por algo es absurdo el presente sistema social, es porque no tolera otros estímulos para el hombre que los meramente estomacales. Y éstos, créame, ya no mandan más que en el hombre primitivo, el animal, tipo de hombre que una incesante evolución de la afectividad y de la inteligencia ha vuelto muy escaso, y más que escaso flojo, sin ningún influjo espiritual sobre los demás.
     Por eso es por lo que yo le convido a usted a que, para consolarnos de nuestras quiebras, fracasos, tropiezos y catástrofes estomacales o económicos, murmuremos como un rezo amable aquello tan genial y tan lindo de Rubén Darío, cuando lloró su perdida juventud: "Pero es mía, nuestra, el alba de oro".




VOCABULARIO    CONTEXTUAL




  1.Palanca= Interseción poderosa o influencia que se emplea para lograr algún fin.

  2.Lino Tipo= Pseudónimo de algún periodista amigo de Nemesio.

  3.Fatalmente= Inevitablemente, forzosamente, ineludiblemente.

  4.Aparatosamente= Excesivamente, exageradamente.

  5.Cachaza= Tranquilidad, calma, sosiego.

  6.Maciza= Bien fundada, con base sólida.

  7.Prebendas= Ventajas o beneficios que recibe una persona con poco trabajo.

  8,Granjerías= Beneficios, ganancias, provechos.

  9.Redondas= Muy provechosas.

10.Influjo= Influencia, ascendiente.

11."Pero es mía, nuestra, el alba de oro"= Trasposición del verso final de la Canción de otoño en primavera de Rubén Darío. El verso exacto dice así: : "Mas es mía el alba de oro".