LOS NIÑOS DE ALBANY
(Artículo de 1916)
¡Cómo! ¿Pero es verdad que en Albany, Estados Unidos, sesenta mil
niños han ido en manifestación a pedirle al gobernador que ejecute sin
misericordia a Pontón? ¿Pero no es espantoso que de las tiernas y
gorjeantes gargantas de sesenta mil niños se haya hecho salir este
clamor de muerte contra un infeliz reo? Por grande que haya sido el
delito de Pontón, ¿a qué queda reducido frente a este otro delito de
envenenar deliberadamente el alma de una legión de niños con tan feroz
deseo?
No; ésto no parece cosa sucedida en estos tiempos, ni en el seno de
un pueblo civilizado. Esto parece cosa de otros tiempos, brote de
crueldad en el alma de roca de gentes primitivas, no iniciadas aún en
las prácticas mansas de Buda o de Cristo. Se concibe que en torno del
infeliz que, en un momento de extravío amoroso, dio muerte a una mujer,
se aglomeren los deudos de la víctima pidiendo justicia, esto es,
venganza. Se concibe que este furor homicida de los deudos se transmita
por contagio en los primeros momentos a los habitantes del pueblo o
ciudad de la víctima. Pero no se concibe que se llame a los niños, a
todos los niños de todas las escuelas, y se les haga partícipes de esta
espeluznante orgía de odio. Y esas iglesias, esas innumerables iglesias
que en las ciudades americanas propagan día y noche la doctrina de
Cristo, toda amor, caridad, tolerancia y perdón, ¿qué hacen? ¿para qué
sirven si no sirven ni siquiera para impedir que se escape de la
garganta de los niños de Albany el sacrílego grito de venganza y muerte
que acabamos de oír? ¡Y pensar que estas mismas iglesias, junto a las
cuales acaba de darse el horrible espectáculo de tan innecesaria
crueldad, envían constantemente misioneros a otros pueblos, y entre
ellos a Puerto Rico, a predicar mansedumbre y caridad evangélicas!
¡Dónde mejor podrían actuar estos misioneros es allí donde el frenesí
del odio puede tanto que hace salir de las escuelas a sesenta mil niños
para que vayan en procesión solemne hasta la casa de un gobernador, y le
conminen a ser inexorable, a matar fríamente al que mató en un vértigo,
a obsequiar a unos infelices viejos --los padres del reo-- con el
lúgubre regalo de Christmas de la muerte del ausente hijo que nunca ha
de volver!
Nosotros no sabemos leer ni sabemos correr tras el Dólar hasta
reventar o hacernos millonarios. No sabemos unas cuantas cosas que para
afear y entristecer la vida saben y practican nuestros señores los
americanos. Sabemos muy poco, es verdad. Pero podemos afirmar
rotundamente que en el seno de nuestra pobre y humilde comunidad jamás
daremos el tremendo espectáculo de hacer colaborar a nuestros hijos en
la obra de fría y estéril crueldad en que han colaborado los niños de
Albany.
Sabemos muy poquita cosa, muy poquita cosa. Ni siquiera hemos
inventado el automóvil Ford, tan indispensable a la felicidad humana.
Sabemos, sin embargo, perdonar. Y como el perdón necesita de la
compasión, y la compasión necesita de la comprensión, y esta facultad de
comprender necesita a su vez de la lenta y laboriosa decantación
espiritual de una cultura que contribuyeron a formar siglos y más
siglos, ¿qué podemos hacer, así pobres y humildes como somos, sino pedir
a los dioses, con un poco de orgullo, que se apiaden de nuestros
señores los americanos, y que, a cambio de hacerles olvidar muchas de
las innumerables cosas que han aprendido para complicar y ensombrecer
inútilmente la vida, les madure, depure y refine el espíritu de tal modo
que, sin necesidad de ir a la escuela ni a la iglesia, sepan esa cosa
sencilla y profunda que saben nuestros analfabetos: perdonar, esto es,
compadecer, esto es, comprender. Cuando sepan esta sencilla, pero
profunda y formidable cosa que se llama comprender, ya quizás no tendrán
la extraordinaria agilidad juvenil con que persiguen hoy millones e
inventan aparatos de mecánica; ya quizás no harán progresar tan
velozmente sus industrias, sus casas, sus ciudades, sus muebles, sus
zapatos, sus ropas; pero habrán progresado ellos mismos, esto es,
tendrán una sensibilidad más aguda, una cerebración más intensa, y una
visión más certera, más amplia y más profunda de la vida... Y al orgullo
infantil de haber inventado el automóvil Ford y otras zarandajas de
ferretería, sucederá un nuevo sentimiento de humanidad a la luz del cual
la sombría procesión de los niños de Albany pidiendo ferozmente la
muerte de un hombre, les parecerá una cosa tan cruel, tan tosca, tan
primitiva, tan fea, que la creerán inverosímil y temblarán ante ella de
verguenza y de horror.
VOCABULARIO CONTEXTAL
1.Gorjeantes= Se dice de los niños cuando empiezan a hablar y formar la voz en la garganta.
2.Feroz= Brutal, agresivo, cruel, despiadado.
3.Orgía= Satisfacción de pasiones desenfrenadas.
4.Sacrílego= Impío, envilecido, abominable.
5.Vértigo= Arrebato, impulso, rapto.
6.Lúgubre= Triste, funesto, melancólico.
7.Fría= Falto de afecto o de sensibilidad.
8.Estéril= Inútil, vana, infructuosa.
9.Decantación= Inclinarse, tomar partido o decidirse por una opción entre varias.
10.Zarandajas= Baratijas, bagatelas, chucherías.
11.Tosca= Inculta, grosera, vulgar.
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