EL CASO DEL TITANIC
(LECCION DE HEROISMO MANSO Y ELEGANTE)
(Fragmento del artículo de 1912 El Caso del Titanic)
Ciertamente que el caso merece un comentario. No precisamente por el número de vidas perdidas en el naufragio, ni por la índole especial de la desgracia. Es por el rasgo, por el rasgo nuevo, tan noble y tan bello, de los que sucumbieron en dicha tragedia.
Naufragios,
explosiones, incendios, ruinas y catástrofes de todo género hay
millares por el mundo; pero, si los cables no mienten, el caso del Titanic nos ofrece una novedad ante la cual bien vale la pena detenerse un momento a pensar.
Sólo las mujeres y los niños se salvaron. Esto dice el cable.
Quiere decir que estos hombres del Titanic,
en el momento horrible del choque, cuando ya la muerte se les venía
encima, cuando no quedaba ya otro recurso que el de ganar a todo trance
los botes salvavidas, cuando todo parecía dispuesto para que el instinto
de conservación se manifestase en su forma más ruda y más cruel, en
lugar de volverse fieras, y, enloquecidos por el peligro, abrirse paso
de cualquier modo, hiriendo y matando si era preciso, hasta alcanzar el
bote salvavidas, se hacen a un lado todos para que pasen las mujeres y
los niños, y mientras éstos ganan los botes y se alejan consternados del
barco perdido, ellos, los hombres, se cruzan de brazos con un supremo
gesto heroico ante el peligro y aguardan serenamente la muerte.
No parece realidad. Parece más bien un pasaje de Homero, o un cuadro fantástico trazado por el genio romántico de Hugo.
Y
los hombres que esto hacen no son Bayardos y Roldanes de la edad
caballeresca. Son unos cuantos industriales, comerciantes, periodistas y
banqueros pertenecientes a esta edad del dollar, y, los más de ellos, oriundos también de la tierra del dollar.
Hombres de trabajo y de placer rellenos de prosa que estrenan un barco.
¿Quién
había de pensar que tales hombres, prosaicos y burgueses hasta la raíz
del alma, iban a embellecer sus postreros momentos a bordo del Titanic con
la luz de un heroísmo nunca visto, heroísmo manso y elegante,
infinitamente superior al heroísmo homicida de los poemas homéricos?
¿Quién había de sospechar que hombres de alma dura, basta y redonda como el dollar,
sin refinamientos artísticos ni repliegues filosóficos, iban a adoptar
ante la muerte ese gallardo gesto byroniano en que, desdeñosos del
peligro de la propia vida y esclavos de la galantería, su instinto de
conservación es sojuzgado en el momento crítico hasta quedar como una
alfombra, tendido, suave y manso, a los pies de las mujeres y los niños?
¿Quién
osará después de esto decir -como se ha venido diciendo siempre- que
los hombres de la edad presente carecen de toda idealidad, de todo
impulso bellamente heroico?
¿Qué
paladín de las edades caballerescas, qué Héctor, qué Alejandro, qué
César, qué Cid ha dado al mundo espectáculo semejante al de los hombres
del Titanic?
Y en el naufragio del Titanic, donde zozobran dólares, ambiciones, instintos egoístas y mil cosas prácticas de peso, sólo se salvan las mujeres y los niños, esto es, la parte débil, pero la más delicada y bella de la especie humana, ¡la poesía!
Y en el naufragio del Titanic, donde zozobran dólares, ambiciones, instintos egoístas y mil cosas prácticas de peso, sólo se salvan las mujeres y los niños, esto es, la parte débil, pero la más delicada y bella de la especie humana, ¡la poesía!
Los niños y las mujeres. ¿Hay algo que mejor que ellos encarne la poesía de la vida? Pues ahí está ella, la poesía, esa divina cosa etérea que muchos desdeñan, flotando -sana y salva- sobre las ondas mismas que se tragaron tantas toneladas de cosas prácticas a bordo del Titanic.
Ahí está ella -la inmensa y la eterna- brillando y triunfando, no en
aladas estrofas de iluminados poetas, sino en las almas mismas de los
millonarios, de los comerciantes, de los hombres de bolsa y de panza.
Ahí está ella esparciendo, sobre la escena trágica del hundimiento de un
barco, un delicado destello de idealidad que no encontramos en las
hazañas de los Alejandros y los Césares. “Muramos nosotros y que se
salven las mujeres y los niños”. Eso dijeron sencillamente aquellos
hombres oscuros; eso decían, mientras el enorme barco herido se iba
hundiendo en la mar y en la noche. Y mientras el agua y la muerte subían
a arroparlos para siempre, allá lejos sonaban los adioses de las
mujeres y los niños, ante cuya omnipotente debilidad, y ante cuya
excelsa y misteriosa y fascinante idealidad, una muchedumbre de hombres
sencillos, de faena y de rutina, sin pizca de sentimientos poéticos,
acababa de inmolarse, sobreponiéndose a lo que hay de más fuerte y
apremiante en todo hombre: el instinto de conservación.
VOCABULARIO CONTEXTUAL
1.Heroísmo= Realización de hechos extraordinarios y abnegados en servicio del prójimo.
2.Manso= Sereno, apacible, sosegado. Sin presunción.
3.Elegante= Gallardo, caballeroso, deferente.
4.Ruda= Violenta, impetuosa, desconsiderada.
5.Tierra del dollar= Estados Unidos de Norteamérica.
6.Prosa= Aspecto de las cosas que se oponen a lo ideal. Lo corriente, lo vulgar.
7.Prosaicos= Faltos de idealidad o elevación; insulsos, vulgares.
8.Burgueses= Pertenecientes a la clase media u opulenta.
9.Basta= Grosera, tosca, sin pulimento.
10.Redonda= Se refiere en forma figurativa y familiar a las monedas.
11.Gallardo= Valiente, audaz, denodado.
12.Desdeñosos= Indiferentes, impasibles, imperturbables.
13.Galantería= Caballerosidad, hidalguía, altruismo.
14.Zozobran= Que se pierden o se van a pique (que se hunden).
15.De faena y de rutina= Dedicados al trabajo ordinario y repetitivo.
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