domingo, 26 de enero de 2014

EL HÉROE GALOPANTE






EL HÉROE GALOPANTE
(COMEDIA EN UN ACTO Y EN PROSA)

Estrenada por la Compañía Hispano-Argentina de
Dramas y Comedias Díaz Perdiguero en el teatro
Municipal de San Juan, Puerto Rico, el 25 de
septiembre de 1923


Personajes

NEPA
    
AMELIA

CLARITA

DOÑA ROSA (Madre de NEPA)

SANDOVAL

DON MIGUEL DE SEGOVIA

ARTURITO


ACTO ÚNICO


    Sala de una casa de campo regularmente puesta. Entre los muebles se destaca un piano. Puerta lateral que comunica con las habitaciones interiores. Puertas al fondo que dan al balcón.
     Mientras Nepa, sentada al piano canturrea tecleando Oh,Mary, Oh, Mary, Amelia, que ha estado sentada leyendo, suelta el libro bruscamente.

AMELIA.--Bueno, Nepa, o dejas ya ese insufrible sonsonete Oh, Mary, Oh, Mary con que nos machacas el tímpano hace tres días, o ahora mismo haces que me conduzcan al pueblo en automóvil, coche, mula, vaca o perro.

NEPA.--(Se vuelve sonriendo). Bueno, dejaremos ya la matraca. Pero... sé franca, hija, lo que a tí te sulfura no es mi sonsonete, sino... otra cosa.

AMELIA.--¿Qué?

NEPA.--Pues, ¿qué ha de ser? Que se hace tarde y Sandoval, tu señor Sandoval, no acaba de aparecer.

AMELIA.--Bueno, pues sí, acertaste. Es que yo no sé esperar. Entre la horca y sentarme un día entero a esperar cualquier cosa, así sea la gloria, prefiero la horca.

NEPA.--Pero... ¿te prometió él formalmente venirse a pasar el día acá?

AMELIA.--Claro que sí, mujer. Como que, por cierto, me costó un triunfo hacerle prometer que vendría.  Él dice que lo único que hay en el mundo de más aburrido que la familia, es una fiestecita de familia... y mucho más si la fiesta es en el campo.

NEPA.--Pero... ¡qué!, ¿no le gusta el campo a ese bárbaro?

AMELIA.--Una no sabe nunca si él dice las cosas en broma o en serio. pero el caso es que me habló atrocidades de los días de campo y juró que el libro más majadero que se había escrito jamás es... ese tan bonito, La ciudad y las sierras, de Eça de Queiroz. ¿Lo has leído tú?

NEPA.--¡Cómo! ¿Pero ese hotentote se atrevió hablar mal de mi predilecto, del divino Eça de Queiroz? Déjale que venga y ya verás como le llamo pedantón e ignorante en su cara. Hija, por eso es que no quiero yo pescar marido, porque es tan difícil dar con un hombre inteligente...

AMELIA.--Pero es que Sandoval es inteligente.

NEPA.--¿Ah, sí? ¿Porque es abogado y periodista y unas cuantas cosas más? Como si bastara ser cualquiera de esas cosas, o todas juntas, para ser inteligente. Mi hermano Arturo, ¿no es médico y diputado? Sin embargo, su mentalidad y la de un mosquito no se llevan gran cosa...



NEPA, AMELIA Y CLARITA


CLARITA.--(Entrando con un ramo de flores). ¡Alto ahí, lengüilarga! ¡Debiera darte verguenza hablar así de un hermano! Si de tu propio hermano hablas mal, ¿de quién vas a hablar bien?

NEPA.--¡Bah! Si soy ciega o hipócrita con mi hermano, ignorando u ocultando sus deficiencias, ¿qué podrían esperar de mí los demás? El que es ciego e hipócrita en su casa, mucho más tiene que serlo en la casa del prójimo.

CLARITA.--¡Qué diría papá si te oyera! Él que no se cansa de decir que tu hermano Arturo es una lumbrera, como orador, como político, como autor de no sé qué doctrina pan..., pan...

AMELIA.--Panqueque. El panqueque insulso del panamericanismo, que dice Sandoval.

CLARITA.--Mira, Amelia, hazme el favor, por Dios, no me mientes a ese Sandoval. Será tu novio, tu candidato a marido o lo que quieras; pero, te soy franca, a mí no me pasa de aquí (Indicándose la garganta).

AMELIA.--¡Ja, ja! Ya lo sabemos. A tí el único que te pasa por ahí y por todas partes es Arturo.

NEPA.--¡Ah, ¿pero ésta y Arturo...?

CLARITA.--Ésta y Arturo ¡nada! Él...

AMELIA.--Él no se te ha declarado aún, pero... en eso andas pícara, y el pobre anda ya que si cae o no cae.

CLARITA.--Bueno, sí, ¿y qué? Me gusta y hago lo posible por gustarle.

NEPA.--Muchacha, ¿y qué ves tú en Arturo que...

CLARITA.--(Riendo). Pues sí, hijas, yo no soy hipócrita como ustedes. Me gusta el hombre, ¡vaya! Me gustó desde que le vi, como en el cine. Mucho que me importa a mí que sea inteligente, como dice papá, o que no lo sea, como dice ésta. Lo que a mí me deslumbra en él no es nada de eso, sino...

AMELIA.--El bigote.

CLARITA.--El bigote y lo que no es bigote. Vamos a ver, ¿se atreven ustedes negarme que es un buen tipo, todo un buen mozo de la cabeza a los pies? Pues eso es lo que a nosotras las mujeres, a todas nosotras...

NEPA.--¡Quita allá mujer! No nos calumnies a las demás atribuyéndonos tus gustos de fregona.

CLARITA.--¿Y qué es lo que le gusta más a la niña Melindres? Vamos a ver...

NEPA.--¿A mí? Pues, ya que quieres saber, te voy a hablar, les voy a hablar en serio, tan en serio como si rezara. ¡Atención! (Se levanta como inspirada, los ojos en alta y las manos en cruz sobre el pecho). Amigas de mi alma, yo amo, yo reverencio, sobre todas las cosas de este mundo... esa facultad tan rara, tan maravillosa de pensar. De pensar cosas grandes, nobles y bellas. ¿Qué hechizo puede compararse al de llevar el sol aquí, trás de la frente? Darle expresión, y ritmo, y alma al miserable barro humano hasta convertirlo en emoción e idea; hacer de la piedra una estatua y de la estatua una canción; exprimirse la propia tristeza y trocarla en verso de Leopardi, o arpegio de Chopin, o imprecación de Byron o Beethoven... ¡Oh, corazón, corazón mío! Yo te siento volar como una mariposa, hacia la llamarada de un espíritu grande, vivo, alerta y anhelante como un faro en la noche... Eso pido, eso quiero, eso aguardan temblando mis manos, mis ojos, mis labios, mis nervios, mi sangre: todo lo que en lo arcano de mi ser, clama por otra vida en que se vierta entero el manantial de mi ternura. (Se detiene y mira a las otras sonriendo). Más, si así no fuere, si mi príncipe de la inteligencia no llegase nunca..., Clarita se casará con Arturo, Amelia con Sandoval, y yo me quedaré aquí para contarles cuentos y dormir en mi falda a los muchachitos de las dos. Amén.

CLARITA.--¡Qué diablo de muchacha esta! ¿De dónde sacas esas cosas? Debe ser de tanto librote como lees.

AMELIA.--Muy bien hablado, Nepa, pero no me convences.

CALRITA.--A ver, a tí te toca ahora.

AMELIA.--¿A mí? Pues allá va. (Levantándose). Señoras y señores: a mí no me tengan ni con las gallardías de ésta (Clarita le da un pellizco), ni con las sabidurías trasnochadas de esta otra. A mí no me roba el corazón sino un tipo de hombre: valiente, atrevido, el héroe, el que sea capaz de sacar la cara por una cuando sea menester con aquel...

NEPA.--Ímpetu.

AMELIA.--Eso es: con aquel ímpetu que a todas, a toditas, nos hace perder la cabeza cuando vemos a don Juan cuadrarse ante la tumba de sus enemigos muertos y decir aquello de...

"No; no me causan pavor
vuestros semblantes esquivos;
jamás, ni muertos ni vivos,
humillaréis mi valor.
Yo soy vuestro matador, 
como el mundo es bien notorio;
si en vuestro alcázar mortuorio
me aprestáis venganza fiera...,



CLARITA, NEPA, AMELIA, DON MIGUEL Y ARTURO



D. MIGUEL.--(Que entra con Arturo por la puerta lateral).

...daos prisa, que aquí os espera
otra vez don Juan Tenorio".

ARTURO.--(A Amelia). ¡Bravísimo! ¿Conque usted se pronuncia por los mozos de pelo en pecho?

D. MIGUEL.--¡Claro que sí, hombre! ¡Pues no faltaba más, caramba! ¿Y qué mujer no?

AMELIA.--Pues aquí tiene usted a su propia hija, que no gusta sino de los inteligentes, y aquí tiene a Clarita que no hace caso sino de la buena presencia. Conque... ya ve usted si hay diversidad de gustos en el gallinero.

D. MIGUEL.--¡Qué saben ellas lo que es un hombre de valor! Un hombre de valor, ¡me caso con Cristóbal!, no se parece en nada a esos figurincitos entallados, a esos alfeñiques con corbata que le hacen la rueda a usted ahora. Yo, ¡caramba!, he sido soldado. Repartí y recibí centellazos... y, ¡me caso con Cristóbal!, a nadie le concedo que haya visto un acto de valor, un gesto de heroísmo comparable con el de aquel Coronel Lifuentes de mi batallón. Acababa de ser herido, una tremenda herida en el vientre, y había caído ya sobre un charco de su propia sangre, cuando..., ¡me caso con Cristóbal!, vio que uno de los nuestros ponía en tierra la bandera para venir corriendo a socorrerle. ¿Y qué hace él? ¡caramba!, ¿qué hace él? Moribundo y todo como estaba, tuvo fuerzas aún para gritarle: "¡Me caso con...!", digo, "¡Cobarde! ¿Cómo te atreves a abandonar esa sagrada insignia por mí? ¡Adelante...!" Pero ya, ¡caramba!, no quedan hombres de ese temple. (Mientras hablaba don Miguel, Nepa, con una mueca dudosa en los labios, se levanta y sale).



LOS MISMOS, MENOS NEPA


ARTURO.--Admirable la actitud del coronel, papá, pero no te concedo esa injusta aseveración que formulas de que ya no quedan hombres capaces de tales rasgos de heroísmo. Precisamente por esta guerra de ahora han desfilado tipos de un valor extraordinario nunca visto. Sin ir más lejos, ahí tenemos a Sandoval.

D. MIGUEL.--¿Porque ganó una crucecita de esas que le dan a todo el que no corre?

ARTURO.--¡Vamos, papá, un poco más de ecuanimidad. No hables así de los hombres que intervinieron en esta guerra, la más grande que han visto los siglos.

D. MIGUEL.--Pero, vamos a ver, ¿qué hazañas puede haber hecho ese Sandovalito? Lo que es a mí, ¡caramba!, me tiene cara de lo que es: de un abogadillo algo tarambana, que habla más que un perico.

ARTURO.--Pues, cuéntele usted, Amelia, para que vea. Cuéntele... que usted debe saber.

AMELIA.--No. Le veo con frecuencia, (Sonriendo), aunque no tanto como se figuran ustedes, pero les juro que nunca me ha contado nada. ¡A ver, a ver cuénteme usted!

ARTURO.--Bien, pues además de la hazaña que le valió esa condecoración de la que tan despectivamente les habla papá, he aquí lo que el Teniente Urrutia, hombre de una veracidad insospechable, me refirió hace poco. Una vez, yo no recuerdo bien los detalles..., pero en síntesis fue lo siguiente: después de un asalto a las trincheras alemanas, venían de regreso a la línea aliada tres hombres: el Teniente Urrutia, Sandoval y otro soldado más. Había llovido mucho y avanzaban con grandísimo trabajo por entre los enormes cráteres recién abiertos, cuando a unos pasos divisan a un hombre con uniforme alemán, que trató, al verles, de agazaparse tras unos escombros. Diéronle el alto, y ya marchaban a echarle manos seguros de que iban a hacer a tan poca costa un prisionero más, cuando, sin más ni más, da un salto el hombre y alzándose ante ellos con una bomba en las manos, les grita en buen francés: "Amiguitos, caí una vez prisionero y no estoy dispuesto a reincidir. O me abren paso, o dejo caer esto y nos vamos todos al infierno". El mismo Urrutia me contó que ante aquella amenaza, él no pensó sino en abrirle paso al alemán. Pero... ¡cuál no sería su asombro cuando vio a Sandoval que, después de un segundo de vacilación, avanzaba derecho hacia el hombre! Hizo este último ademán de lanzar el proyectil, y cuando ya se daban por muertos Urrutia y su compañero, vieron que Sandoval le quitaba de la mano la terrible bomba al alemán y le hacía prisionero con la mayor suavidad y cortesía del mundo. Y eso, ¿qué le parece, papá?

D. MIGUEL.--¡Ah! ¿Pues es Sandoval el que ha hecho eso?

ARTURO.--Sí, pero lo más curioso es que dice que lo hizo de miedo, que el miedo se le subió a la cabeza y lo trastornó hasta no saber lo que hacía.

D. MIGUEL.--¡Me caso con Cristóbal! ¡Qué miedo ni ocho cuartos! Son modestias de él. Así son los héroes. Así era el Coronel Lifuentes. Pero, ¡caramba!, ¡Quién iba a decir que Sandoval...! Yo que le tenía por un blandengue... ¡Me caso con Cristóbal! No veo la hora en que se presente para darle un apretón. ¿No estaba por llegar?

CLARITA.--Sí, quizá venga con doña Rosa en su coche.

D. MIGUEL.--¿Pero Rosa se ha ido al pueblo sin decirme nada? (Llamando). ¡Nepa! ¿Dónde he puesto yo...? (Buscándose los bolsillos luego y los muebles).

CLARITA.--(Que ha maniobrado hasta acercarse a Arturo). He destinado una flor de estas, la más de mi gusto, para usted. (Tomando el ramo que había dejado sobre la mesa). ¡A ver si adivina! Elija usted.

ARTURO.--La prueba es terrible, pero en fin, allá va. ¿Ésta?

CLARITA.--¡Tramposo! Siguió la dirección de mi vista y claro... Esa mismita es.

ARTURO.--Y quién no acierta guiándose por una luz como la de sus ojos? Oiga, Clarita... (Siguen hablando en voz baja).

AMELIA.--(Que ha salido un momento al balcón y vuelve en seguida). ¿Qué busca usted, don Miguel?

D. MIGUEL.--Los condenados lentes. ¡A lo mejor los llevo encima! (Se vuelve a registrar por segunda o tercera vez). Pero, ¿dónde se mete esta Nepa? Sólo ella puede saber. Voy a ver si está abajo. ¡Nepa! ¡Nepa! ¡Me caso con Cristóbal! (Mutis de don Miguel por el foro. Antes que él han salido Clarita y Arturo en amoroso cuchicheo).



NEPA y AMELIA


NEPA.--¿Qué quería, papá?

AMELIA.--¿Dónde te habías metido? ¡Tan descortés, teniendo visita...!

NEPA.--Hija, si es que desde mi más tierna infancia le vengo oyendo a papá, mañana y tarde, el cuento ese del Coronel Lifuentes, y cuando oí que lo iba a soltar otra vez, me faltó el valor y me escapé. Figúrate, quince o más años del Coronel Lifuentes... ¿Y Clarita?

AMELIA.--Clarita no pierde el tiempo. Ya lo ves: Ahora acaba de raptar a su doncel hacia el jardín.

NEPA.--No sacará nada, la pobre, con Arturo. Él está enamorado de sí mismo, tan hipnotizado ante el espectáculo irresistible de sus bigotes y demás encantos de primer tenor de ópera, que no le ha de sobrar ni un centímetro en el corazón para Clarita.

AMELIA.--Nepa, tu sabes mucho de libros, pero poco de hombres. Yo te digo que a Arturo no lo salva ni el Nuncio. Clarita es veleidosa como una gata, pero su alma está empeñada y ya verás lo poco que tarda el ratón en caer.

NEPA.--En fin, allá ellos. Lo único que yo sentiría sería tener que asistir a una boda más. ¿Has visto tú, Nelly, lo ridículas que son todas las bodas? Debieran ser una cosa sencilla y alegre y amable como una puesta del sol... Pero no, hay que hacerlas tiesas y solemnes como una procesión de Corpus Christi. Señor novio, métase usted dentro de esta mortaja, y cuidado con que no adopten al mismo empaque lúgubre, padrino y comitiva. Y a usted, señora novia, peor que peor. Escóndase dentro de este velo, encasquétese esta corona irrisoria como todas las coronas, y cuélguese con ambas manos de este gran ramo de azahar. Y por si tantísima carga no fuese suficiente, aquí está la cola para que no se pueda usted mover. ¡Hasta quedar la pobre más parecida a un oso blanco que a un ser humano! Pero no para todo ahí: luego viene la marcha fúnebre a paso lento, hasta el altar, y los muchachitos condenados a alzar la cola, y las damas de honor...



NEPA, AMELIA Y DOÑA ROSA


DOÑA ROSA.--(Que entra por el foro con varios paquetes). ¿Y qué me dicen de las lágrimas de cocodrilo de la suegra inconsolable?

NEPA.--Ah, si es mamá. ¡Que mucho tardaste!

AMELIA.--¡Doña Rosa!

DOÑA ROSA.--Sí, yo, Rosa Peralta, casta y fiel esposa del Coronel Lifuentes..., digo, del pundonoroso capitán retirado don Miguel de Segovia..., que por cierto, debe estar furioso porque me le llevé los lentes, por una distracción criminal de las mías.

AMELIA.--(Que no cabe en sí de impaciencia). Pero... ¿y Sandoval? ¿No iba usted a venir con él?

DOÑA ROSA.--Sí, pero... ¡bueno está el pobre muchacho para venir para acá!

AMELIA.--¿Qué, doña Rosa, le ha pasado algo?

DOÑA ROSA.--Pasarle... nada, no. Lo que es de salud, sin novedad... Sólo que... ¡vaya! Al fin y al cabo, más pública de lo que fue la cosa...

NEPA.--Pero bien, mamá, déjate de jeroglifos y acaba de contarnos qué le ha pasado.

DOÑA ROSA.--¿Qué le ha pasado?... Pues..., vengan acá, pero que no lo sepa Miguel, porque lo va a tomar a ofensa y sabe Dios la que se armaría.

NEPA.--¿Ofensa a tí...? Pero, ¿qué dices? ¡Si pareces loca!

DOÑA ROSA.--Nada de loca. Nerviosa y azorada es lo que estoy, por lo que he visto. Oigan. Venía yo para acá en mi cochecito, muy desconsolada por no haber podido dar con Sandoval...

AMELIA.--¡Cómo! ¿No lo encontró?

DOÑA ROSA.--Un momento. Venía, digo, ya de regreso, cuando... Sandoval que sale de la botica de Jiménez. Le llamo, discutimos, se resuelve por fin a entrar conmigo en el coche... --él sí venía, pero más tarde-- cuando quiere el demonio que acierte a pasar por allí Paco Regúlez, el hijo del millonario ese a quien Sandoval persigue en los tribunales por no sé qué estafa indecente que le hizo a unos menores. Vernos y volar hacia nosotros y llegarse a Sandoval diciéndole que se apeaba o lo apeaba, fue todo uno.

AMELIA.--Pero, ¿y no valió que usted...?

DOÑA ROSA.--Yo quise hablar, pero no pude. La lengua se me había vuelto de cemento. ¡Qué susto, madre mía!

AMELIA.--¿Y qué, bajó Sandoval y se agarraron?

DOÑA ROSA.--Sí bajó, ¿qué iba a hacer? Bajó, y el energúmeno aquel comenzó a vomitar mil insolencias. Que si le iba a romper el bautismo. Que si la madre que parió al pobre Sandoval..., hasta que más y más enloquecido el condenado con las ironías que le decía Sandoval, se abalanzó de pronto sobre él y... ¡horror!

AMELIA.--(Muy agitada). ¿Qué? ¿Le derribó?

DOÑA ROSA.--No, hija. Eso era lo que temía, y comencé a dar gritos cuando... ¡qué veo!

AMELIA y NEPA.--(A coro) ¿Qué?

DOÑA ROSA.--Pues veo que Sandoval sale corriendo, corriendo, sí, como alma que lleva el diablo... y a Regúlez detrás..., y detrás de Regúlez un gran gentío que gritaba: "¡Cobarde! ¡Gallina! ¡Diablo, si corre más que un Ford!" Yo me eché a llorar...

AMELIA.--¡Oh, no, usted bromea! ¿Verdad que bromea, doña Rosa? ¡Correr un hombre como Sandoval! ¡Vamos! ¿Verdad que es cuento, doña Rosa?


LOS MISMOS Y ARTURO Y CLARITA

CLARITA.--(Va a decir algo, pero ante la agitación que descubre en los otros, se contiene con aire de zozobra).

DOÑA ROSA.--Vaya, hija (A Amelia), la cosa no es para tanto. Al fin y al cabo más vale que se diga: "Aquí se corrió Sandoval", que no, "Aquí murió Sandoval".

AMELIA.--¡Quién lo hubiera creído! ¡Cobarde! ¡Canalla! (Se deja caer llorando en una silla).

ARTURO.--Mamá, ¿qué es en fin lo que ocurre?

DOÑA ROSA.--Nada, que Sandoval tuvo un encuentro con Regúlez, con Paco... , ¿sabes?

ARTURO.--¿Y qué, pelearon?

AMELIA.--¡Qué han de pelear! Ese indecente se acobardó como una mujer y en presencia de un gran gentío tuvo el descaro de echar a correr. ¡Qué verguenza, Dios mío! (Sigue llorando)

Arturo.--No, eso tiene que ser una calumnia. ¡Correr así un  hombre como él, que ha jugado tanto con la muerte! ¡Vamos! No puede ser.

DOÑA ROSA.--Sí, hijo, sí. ¡Vaya! ¡Yo misma lo he visto correr! Pero, en fin de cuentas, ¿qué podía hacer ante la acometida de aquel gigantón? Cualquiera otro en su lugar...

ARTURO.--Cualquiera otro en su lugar hubiera preferido mil muertes a darse en espectáculo de ese modo. Tiene razón Amelia. Se necesita haber perdido todo sentimiento de decencia... ¡Hombre, si parece mentira! ¡Y yo que tanto he ponderado su heroísmo!

CLARITA.--(Desde el balcón). ¡Cómo, si es él! (Entrando). ¿Saben quién llega? ¡Él, Sandoval!

AMELIA.--(Levantándose muy nerviosa). ¡Que viene...! ¡Pero tiene el descaro ese hombre de presentarse después de... ¡ah! ¡Pues yo me voy! (Da unos pasos hacia afuera y luego se detiene). Ea, ¡no! ¡Me quedo! Quiero verle la cara. ¡Que sepa por mí misma cuánto le desprecio ahora!

ARTURO.--Si será cínico ese tipo. Ganas me dan de ir a echarle como a un perro.

DOÑA ROSA.--No, Arturo, no. ¡Pobre hombre!

NEPA.--Tiene razón mamá. Las groserías están siempre de más. ¿Qué perdemos con que suba?

DOÑA ROSA.--(Que ha salido a su encuentro en el balcón). ¡Oh, Sandoval! Por fin llega usted... Pase.



LOS MISMOS Y SANDOVAL


SANDOVAL.--(Desde la puerta). Apuesto a que no esperaban ustedes el señalado honor de esta visita. (Entrando). ¿Qué hay, Clarita? ¿Qué me dice su boquita tan chiquita y tan bonita? ¡Qué...! ¡Qué veo! ¡Qué aire tan melodramático tienen todos! ¡Ah..., ya! (A doña Rosa). ¿Conque ya usted los ha puesto en autos?

DOÑA ROSA.--Sí, amigo, no tuve más remedio. Pero..., siéntese, Sandoval. A ver, siéntense todos. La verdad, yo no creía que lo iban a tomar así, tan por lo trágico.

SANDOVAL.--Pues muy bien, doña Rosa. Me ahorró usted la molestia (Sentándose) de relatar yo mismo el épico acontecimiento. A la verdad..., ¡es tan difícil contar cosas así de uno mismo sin parecer jactancioso!

ARTURO.--Jactancioso... ¡Ah, vamos, yo debí pensarlo antes! (Viniendo vivamente hacia él). Sin duda, Sandoval, su actitud se explica por la presencia en manos de su adversario de un revólver u otra arma cualquiera..., y usted, en legítima defensa...

SANDOVAL.--¿Legítima defensa? ¡Ja, ja! No, amigo. Mi actitud --ya que usted le quiere dar ese bonito nombre parlamentario-- fue pura y simplemente la de un hombre o animal asustado, que al verse ante un peligro serio dice: "¡Pies para qué os quiero!", y sale, más que corriendo, volando, con la velocidad de un rayo. ¿Revólver? ¡Ni sombra de revólver, ni de puñal, ni de nada! Los puños, los grandes puños de Paco Regúlez..., y no necesité más para cumplir con mi deber. No sé por qué será, pero ante un revólver o una bayoneta se subleva menos mi instinto de conservación, que ante la perspectiva de una bofetada. Morir me espanta menos que ser vapuleado por un bruto a su placer. ¿No le pasa a usted igual, Arturo?

ARTURO.--Veo su pasmosa... tranquilidad, señor, y no me la explico sino dando por seguro que entre usted y ese hombre la cuestión de honor quedará zanjada en otro terreno. Me refiero al duelo. Perdóneme, Sandoval, pero conociendo sus antecedentes, he debido pensar que ya sus padrinos...

Sandoval.--¡Por Dios, hombre! ¿Por quién me toma usted? ¿Padrinos? ¡Ja, ja! Antes morir asado a la parrilla como un pollo, que prestarme al triste papel de monigote caballeresco que tome en serio eso del llamado campo del honor.

AMELIA.--Sí, es más cómodo huir y luego darse aires de filósofo....

SANDOVAL.--Entre darse aires de filósofo y dárselos de matarife, ¿qué prefieres, mi querida Amelia?

AMELIA.--¡No prefiero nada! No hay que ser ni lo uno ni lo otro. ¡Caballero, caballero es lo que hay que ser, si se tiene un poco de calor en la sangre! Me gusta la ocurrencia. Hacer remilgos al duelo por ridículo y en cambio no tener inconveniente en echarse encima la infinita ridiculez de darse en espectáculo, huyendo de otro hombre entre la rechifla de las gentes. Usted, señor, carece de autoridad para despreciar el duelo, porque para despreciar una cosa hay que estar sobre esa cosa, y para despreciar el duelo, hay que ser ante todo un hombre, y estar dispuesto a hacerse respetar en cualquier terreno, sin mediación de padrinos, ni jueces, ni códigos, ni ceremonias.

SANDOVAL.--O lo que es lo mismo: sálgase de la olla, pero métase en el sartén. Muera el duelo a lo caballero, pero viva la riña a lo gallo. Abajo el florete, la pistola y demás chirimbolos de la barbarie con disfraz caballeresco, y arriba el palo, la piedra y demás chirimbolos de la barbarie sin disfraz. No, ángel mío, lo que es por ahí...

AMELIA.--No, eso sí que no. Le prohibo, señor, que de ahora en adelante se permita tratarme en términos de intimidad. Ya que no he podido evitarme el sonrojo de volver a verle, aprovecho...

SANDOVAL.--Tan señalada ocasión para ofrecerme de usted afectísima y segura servidora.

AMELIA.--Tan... sinverguenza. Qué asco de haber sido su... ¡Cobarde! ¡Cínico! Ya sabe que ni usted me conoce ni yo le conozco. Todo ha terminado entre nosotros.

DOÑA ROSA.--¡Pero, Amelia, hija...!

SANDOVAL.--(Levantándose). Pero..., ¿de veras, tesoro mío, que me dejas libre, dueño otra vez de mí mismo, emancipados los dos desde este mismo instante de ese yugo horrendo que se llama compromiso formal, antesala siniestra del matrimonio, ese panteón de vivos, o semivivos, dentro del cual los minutos son años y las horas siglos? ¡Doña Rosa, Clarita, Nepa, decidme todos si esto es realidad o si soy juguete de un sueño! (Mutis de Amelia).



NEPA, CLARITA, DOÑA ROSA Y DON MIGUEL


D. MIGUEL.--(Entrando con un periódico en la mano). Rosa, ¿no vino Sandoval contigo? Yo creo que ya es hora de poner la mesa, caramba. (Viendo a Sandoval). ¡Oh, Sandoval! Caramba, amigo, las ganas que tenía yo de darle un fuerte abrazo... ¡Me caso con Cristóbal!, qué hombre éste! ¿Cómo demonios no nos había dicho usted que era hombre de tantos riñones?

SANDOVAL.--¿A qué se refiere, don Miguel? ¿Al incidente de...?

D. MIGUEL.--Sí, hombre. Nos lo contó Arturo. De manera que, mientras el feroz alemán blandía su bomba, usted... ¡como si tal cosa! ¡Me caso con Cristóbal! Si es lo que yo digo: mientras haya hombres como usted y como el Coronel Lifuentes... con riñones bastantes para hacerle frente a la muerte...

SANDOVAL.--¡Oh, don Miguel! De entonces para acá yo he aprendido que a lo que hay que saber hacerle frente sin temblar, no es a la muerte, sino a la vida. El hombre que no sabe hacer otro uso de su vida que brindársela a la muerte..., bien poca cosa es.

D. MIGUEL.--¿Qué quiere usted decir?

SANDOVAL.--Quiero decir, don Miguel, que el mismo hombre aquel que tuvo, según usted, el valor romántico, pero bruto, de poner su vida a merced de una bomba alemana..., hace poco tuvo el valor prosaico, pero reflexivo, inteligente y salvador, de huirle a Regúlez. ¡Cómo! ¿Pero no le han dicho a usted...? Pues yo, Pedro Sandoval, amenazado, no hace una hora, por los puños tremendos y salvajes de Paco Regúlez, salí huyendo velozmente, desesperadamente, con los oídos taladrados por los gritos de "¡Cobarde! ¡Gallina!"..., etcétera.

D. MIGUEL.--(Estupefacto). ¡Cómo! ¿A Regúlez? ¿Y por qué?

SANDOVAL.--¡Toma! Porque tuve miedo y asco de entrar inútilmente en una riña de patanes. Cuando vi al hombre que se me venía encima, pensé: aquí, de todos modos, se trata de renunciar a la razón para volverse uno tan caballo como este bruto. Y me volví caballo. Y ya caballo, se me ocurrió en seguida que es más digno de un buen caballo correr que pelear... ¡Y corrí como una exhalación!

D. MIGUEL.--¡Caramba! ¡Se necesita mucho valor para confesar así que se tiene miedo de otro hombre!

SANDOVAL.--¿Ve usted? Usted lo ha dicho. ¡Se necesita mucho valor! Vaya que sí se necesita.... Un valor más grande, y más penoso y raro que el otro valor bárbaro de exponerse estérilmente a matar o a ser muerto, a pegar o a ser pegado. Esta clase de valor, como no es racional, sino muscular, lo posee todo el mundo. Ahí está la guerra. ¿Qué probó la gran guerra, sino que todo el mundo, el inglés como el francés y el alemán, como el americano y el búlgaro y el turco, sabe arrostrar peligros y, en general, matar o ser matado? ¿Qué puede haber, pues, de más generalizado y vulgar que el valor físico? ¿A qué, pues, ese terror que sentimos todos de que se nos sospeche desprovistos de una virtud tan baladí como esa, que posee todo el mundo, y que pone nuestra razón al nivel de la acometividad sanguinaria y estúpida del gallo, del jaguar, del gorila y del toro?

D. MIGUEL.--Pero... ¡me caso con Cristóbal! Entonces, según usted...

DOÑA ROSA.--No hay Cristóbal que valga. Me declaro por Sandoval. Ya hace tiempo que sentía yo como un presentimiento de todo eso que él dice. Sandoval, gracias. Me quitó usted la venda y ahora veo claro en eso de los héroes carniceros que infestan la historia. ¡Mire que tiene bemoles el levantarle estatuas y más estatuas a unos hombres que sólo se destacaron en el arte de mandar gente al otro mundo. ¡Abajo el Coronel Lifuentes!

D. MIGUEL.--¡Me caso con...! ¿Cómo te atreves...? (Transición de cólera a una risita de conejo). No; si hay que reírse... Está loca esta gente.

SANDOVAL.--¡Oh, doña Rosa! ¿Conque está usted conmigo?

NEPA.--Triunfo fácil, Sandoval. Mamá es tan veleta...

DOÑA ROSA.--¿Yo veleta, muchacha?

ARTURO.--Sí, mamá, no lo niegues. A tí te deslumbran siempre las paradojas.

NEPA.--Ya salió mi hermano Arturo con las paradojas. ¡Las paradojas! No podía faltar el motecito. A todo soplo nuevo de realidad que viene a barrer embelecos y supersticiones, le ponéis el motecito ese... y tan satisfecho.

CLARITA.--Pero, Nepa, ¿en qué quedamos? ¿Estás con o contra Sandoval? ¿Con San Miguel o con el diablo? Porque...

NEPA.--(Sin hacer caso). Una pregunta, Sandoval. ¿Debemos inferir de lo que usted ha dicho que vale más ser cobarde que valiente?

SANDOVAL.--No. Lo que dije, o traté de decir, fue que tanto el instinto de la acometividad destructora, de donde sale el héroe, como el instinto de la conservación, de donde sale el flojo, son pura animalidad. En ninguna de las dos cosas hay espíritu, y donde no hay espíritu, no puede haber heroísmo. Desengáñese, Nepa. Todo ese negocio del valor de epopeya o de encrucijada, es pura cuestión de sensibilidad. ¿Por qué hay tanto guapo en el mundo? Sencillamente, por lo grosero de nuestra sensibilidad. ¿Cree usted que si nuestra sensibilidad hubiera evolucionado ya hasta vibrar como un arpa a la menor sensación, el daño corporal que inferimos al adversario no nos dolería tanto, o casi tanto, como el del adversrio a nosotros? Tomemos mi caso. Regúlez me derriba a mí al suelo hecho un guiñapo... Yo derribo a Regúlez maltrecho... ¡Qué angustia y qué verguenza para mi espíritu de hombre civilizado al verle sufrir por culpa mía!

NEPA.--¡Oh, sí, muy bien! Pero mi pregunta no era esa. Yo quería saber qué opina usted sobre el valor. ¿Cree usted que lo mismo da ser cobarde que valiente?

SANDOVAL.--Un momento. Doña Rosa, haga por Dios que me den de beber, que me ahogo, y mande, ¿quiere?, a servir la comida, que me muero de hambre. (Volviéndose a Nepa), ¿Que si no le reconozco mérito al valor? ¡Como no! Pero hay dos clases de valor. Uno físico: el del gallo y el toro --pateador, trompeador, matador, que no va más allá del daño corporal del adversario--, y otro, moral, el del espíritu claro, fuerte y generoso, cuyo fin no es matar ni hacer daño, sino amparar, iluminar, sembrar, crear. Armas del primer tipo o clase de valor: desde la pistola homicida del caballero hasta el puñal o la piedra del patán. Armas del segundo tipo de valor: la luz, la suave claridad estelar que fluye mansamente de la vida de un Sócrates, de un Tolstoi, de un Francisco Ferrer, caballeros de una orden superior, divinamente humana, cuyas espadas son de sol y no de acero, de vida y no de muerte.



LOS MISMOS Y AMELIA QUE ENTRA TRAYÉNDOLE DE BEBER


SANDOVAL.--(Al tomar la copa de las manos de Amelia). ¿Es la cicuta?

DOÑA ROSA.--(A Sandoval). Ya ve. La he convencido, no sin trabajo, porque estaba furiosa, de que debía venir, sumisa y contrita, a servirle de samaritana. (Ha sonado el teléfono y a ido Clarita a ver).

CLARITA.--A usted, Sandoval.

SANDOVAL.--Con permiso... Sí, yo... ¿Ajá? Pues... oiga, dígales que ya voy, o mejor, despáchelos usted mismo. Dígales que ni desisto ni... Sí. Definitivamente. (Suelta el audífono y vuelve a sentarse riéndose). Tiene gracia. Imagínese usted, mi adorada Nepa, que a mi socio de bufete se le acaban de presentar dos mastodontes con la pretensión de que, o desisto del pleito y abandono rufianescamente a esos niños, o me bato con Paco Regúlez.

D. MIGUEL.--(Viniendo hacia Sandoval muy animado). ¡Magnífico, caramba, eso es tener suerte! Ahí tienes la ocasión para rehabilitarte ante la opinión pública. ¡Nada, con un gesto lo arreglas todo! Que no rectificas y que le dejas a él la elección de armas... Demuestras a las gentes que no le tienes miedo, y..., ¡pierde cuidado!, que él ha de escoger suguramente la espada francesa, porque ese es su fuerte, y yo te enseñaré un golpe, ¡me caso con Cristóbal!, para que sin riesgo ninguno te rías de él. ¿Qué te parece?

SANDOVAL.--Excelente, don Miguel. Pues, ¡nada! Me bato. ¿Quiere ser mi padrino?

D. MIGUEL.--¡Claro que sí! ¡Gracias! No esperaba yo menos...

SANDOVAL.--Bien, don Miguel, pues... estas son mis condiciones... ¿Lugar? El hipódromo. ¿Y armas? La locomoción. Ya verá él cómo, a galope tendido, ni un tranvía me gana.

D. MIGUEL.--Bueno..., dejemos las bromitas. ¿Se bate o no usted, señor, con Regúlez? Ya es hora de saber, ¡caramba!, si es usted o no capaz de responder a las demandas de la opinión pública.

NEPA.--¡Y dale con la opinión pública! Así son ustedes los idólatras del honor a lo gallo. Se trata de hacer frente a una bayoneta, o a las trompadas de un Regúlez que en nada se diferencian de las cornadas de un toro o las patadas de un mulo..., pues, ¡firmes! ¡No hay que ceder ni una pulgada! Pero se trata, en cambio, de hacer frente a la opinión pública, de tener suficiente valor moral para decir "Sí" cuando la ignorancia general dice "No", y ya entonces su miedo es tan grande que no se permiten ni chistar.

SANDOVAL.--¡Bravo, Nepa, Nepita! ¡Qué soberbio espectáculo el de una mujer que se sirve de su cabeza para pensar y no únicamente para lucir la peineta o el sombrero! ¡Deme esas manecitas, amiga, para apretárselas! No; para besárselas. (Ella se las deja besar sonriendo).

D. MIGUEL.--(Refunfuñando). A mí no me vengan con esas pamplinas... A mí, el que carece de honor.

SANDOVAL.--¿Qué dice, don Miguel?

D. MIGUEL.--Digo, ¡caramba!, que quien ante una ofensa mortal no se levanta y vuelve por su honor... ¡me caso con Cristóbal!, no es caballero.

SANDOVAL.--Muy cierto. ¿Yo caballero? ¡Jamás! Dos requisitos esenciales son precisos para ser caballero: uno, vivir de rentas. ¿Concibe nadie a un perfecto caballero condenado a trabajar para vivir como cualquier simple mortal? Y otro, no pensar por cuenta propia, porque quien piensa con su cabeza, se expone a disentir de la opinión general, y quien disiente, quebranta la costumbre, y quien quebranta la costumbre, viola el código del honor. Yo falto a los dos requisitos; luego, no soy caballero. Soy simplemente un hombre, don Miguel.

D. MIGUEL.--(Furioso). Pues si no es usted un caballero... ¡me caso con Cristóbal!..., en esta sala no tienen entrada sino los caballeros.

DOÑA ROSA.--Miguel, ¿qué estás diciendo? No seas ridículo...

D. MIGUEL.--¡Calle usted, señora! No me obligue a recordarle, ¡me caso con Cristóbal!, que yo soy el que lleva aquí los pantalones.

NEPA.--¡Ya, ya salieron los pantalones! Es la última razón de los caballeros. ¿No está usted conforme con lo que yo, el caballero, niego o afirmo? ¡Pues aquí están mis pantalones!

ARTURO.--Nepa, no te consiento que le faltes al respeto a papá.

NEPA.--Él no nos respeta tampoco ni a mamá ni a mí, porque somos mujeres. Además, yo no doy mi respeto gratis, como das tú el tuyo. Lo cambio por otro respeto igual hacia mí... ¡pero no lo regalo!

ARTURO.--¡Malcriada! Aquí se hace la voluntad de papá, y si él y el señor...

NEPA.--Pues el señor es nuestro convidado, y yo no consiento que se cometan groserías con él.

DOÑA ROSA.--(Al oír una campanilla que se supone llame a la mesa). ¡Vaya, está servida la mesa! Dejemos las trapisondas y vamos.

NEPA.--¡Ah, bien! Sandoval, dame el brazo. Vamos a...

D. MIGUEL.--(Hecho un energúmeno). He dicho, caramba, que el señor... (A Nepa). ¿Pero tú qué te crees, chiquilla?

SANDOVAL.--Señores... tiene razón don Miguel. Yo me voy, y no se habla más del asunto. Tengo un hambre de jabalí y me comería el piano..., pero ya que así lo quiere mi aciago destino... Adiós, doña Rosa, Nepa. (Los demás van desfilando sin saludarle apenas. Nepa, muy abatida, se reclina callada sobre el piano y le mira salir con ojos de enamorada)

AMELIA.--(Que le trae el sombrero a Sandoval). ¡Cómo! ¿Te vas sin decirme nada? Ve a verme mañana y hablaremos. Yo me voy esta noche. Supongo que lo que te dije en un rapto de mal humor...

SANDOVAL.--Pues, hija, en un rapto de buen humor te digo que todo está bien, que seguiremos tan amigos como antes..., pero que si he de serte franco... ¿Cómo te lo diré? ¡Nada! Que entre un combate con toda la familia Regúlez, y la amenaza de matrimonio que tú tienes suspendida sobre mi cabeza... ¡prefiero el combate! Conque, adiós, nena... (Le va a dar la mano, pero ella, que ha sorprendido algo extraño en la mirada de él a Nepa, retrocede). 

AMELIA.--¡Ah, bribón, ahora caigo! Conmigo no, pero con ella sí.

SANDOVAL.--¿Con quién?

AMELIA.--(Enojada). ¿Con quién va a ser? ¡Con Nepa! No soy ciega. ¡Atrévete a negarlo!

SANDOVAL.--¡Pero si yo no tengo nada...! Digo, sí, lo niego enérgicamente. ¡Claro! Yo... (De pronto, mirando a Nepa). Nepa, amiga mía, usted que piensa y siente y habla tan bien, hable y haga la luz, y sáquenos de estas tinieblas. Diga que sí... o que no..., y eso será. Ya yo no puedo más.

NEPA.--(Como despertándose bruscamente de un sueño y avanzando hacia ellos muy conmovida). ¿Yo? Yo tampoco sé lo que llega. ¡Nosotras dos rivales! ¡Quién lo iba ni a soñar! Hace un rato... ¿te acuerdas?, contrastando ideales, tú le soñabas héroe por el valor, yo por la inteligencia. Él vino, y tronchó tu ideal... y encendió el mío. Y... Nelly, hija, hay que afrontar este conflicto sin lastimar ni envilecer nuestra amistad. No podemos evitar que esté encendiendo, pero sí podemos depender de nosotras, y ser sinceras y nobles la una con la otra... ¡Un esfuerzo! ¡A ver! Yo seré la primera. Sí, Sandoval, le quiero, me siento suya y le siento mío por ley de afinidad. (Sandoval va a hacer un movimiento, pero ella le detiene con un gesto).

AMELIA.--¡Ves, yo lo sabía! Te lo leía en los ojos.

NEPA.--Pero, ¡qué sé yo! Amelia, ni aún dentro de este vértigo extraño dejo de experimentar la repugnancia... de un cambalache vil de este amor de ahora por... tu amistad, Nelly, que viene de tan lejos. Tú sabes que mi desquite de no poder querer bastante a los demás, consistió siempre en quererlas a ti y a mamá cada vez con más fuerza. Conque... no se hable más. Sin aún tienes esperanza, tú antes que yo y que nadie,, que siendo tú feliz, yo lo seré también.

AMELIA.--(Echándose en brazos de Nepa y, sollozando). ¡Nepa, Nepa, alma mía! ¿De veras que prefieres mi amistad a su amor?

NEPA.--Te lo juro por mamá. El amor...¡ba! ¿Quién puede responder de que a la larga no se convierta en fastidio o en odio? En cambio, la amistad, nuestra amistad... ¡esa sí que mientras más rancia, como el vino, se vuelve más rica!

AMELIA.--Muchacha, tu eres bruja. ¡Si me has curado! ¡Si me has puesto contenta! (La abraza otra vez)

DOÑA ROSA.--Nepa y Amelia... ¿no piensan comer? Pero... ¿qué diablos les pasa a estas mujeres? ¿Y usted, Sandoval, qué hace ahí como un espantapájaros?

SANDOVAL.--Meditando, doña Rosa, sobre lo efímero de las pompas humanas. No hace un segundo yo me pavoneaba feliz, presenciando, no sin cierta recóndita humillación, cómo estas dos criaturas se disputaban mi pocesión, así como si hubiera sido yo un maletín de mano. Pues bien, ahora... ¡ya lo ve usted! Ni caso me hace ninguna de las dos. Pero, ¡vaya! Está visto que hoy estoy de suerte, porque el peligro de que me salvé esta mañana no es nada comparado con el de ahora. Porque le juro a usted, doña Rosa de mi alma, que este flojo infeliz hubiera sucumbido sin remedio sí...

AMELIA.--Si yo no me interpongo, ¿verdad? (Riendo). ¡Vanidoso! Valiente mamarracho para que yo... Nepa, ahí tienes a tu héroe galopante... Te lo endoso.

NEPA.--(Mirándola al fondo de los ojos). ¿De veras? Nelly, que me dejas robártelo sin que sufras?

AMELIA.--Pues es claro, boba. ¿Qué te habías creído, que podía ser yo una celosa vulgar? Vamos, Sandoval... ¿qué hace ahí como un pánfilo? Aquí la tiene... ¡y cuidadito cómo me la trata usted!

SANDOVAL.--Doña Rosa, corazón de piedra, ¿qué hace usted ahí, viéndome sucumbir sin una sola palabra de conmiseración? Porque... ¡ahora sí que no se salva ni la escuadra inglesa! (Al llegar hasta ellas, Nepa le tiende la mano y él la atrae suavemente y la abraza).

DOÑA ROSA.--¡Pero esto es el colmo! Nepa le quita el novio a Nelly, y no hay un arañazo, ni se desmaya nadie... No; es lo que yo digo: estas saben hacer sus cosas mejor que las de mi tiempo. ¡Ja, ja! ¡Pobre Sandoval! ¡Cómo siento ya afilarse mis uñas de suegra! (Llamando). Miguel...

SANDOVAL.--¡No, por Dios! Más tarde. Se pondría furioso.

DOÑA ROSA.--¡Bobo! Ante la perspectiva de pescar tan fácilmente, un yerno, ¿cree usted que hay berrinche que se resista? Miguel, Arturo, Clarita..., vengan todos, que Sandoval se roba a Nepa.

NEPA.--(Riendo). ¿Sandoval a Nepa o Nepa a Sandoval?


TELÓN












8 comentarios:

  1. Hola,

    Me gustaria saber si alguien sabe el significado de la expresión "Me caso con Cristóball", utilizada en este texto.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Es un eufemismo que reemplaza una blasfemia muy corriente en España y Puerto Rico. Sustituye "cago" por caso y "Cristo" por Cristóbal.

      Borrar
  2. Cuanto tiempo dura la idea centrar de la obra

    ResponderBorrar
  3. que significa “Si mi príncipe de la inteligencia no llegase nunca, yo me quedaría aquí para cuidar a los hijos de las dos”.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. entiendo que se refiere al menosprecio de los hombres cultos o con preparación académica a un inculto que no tenga preparación pero que se describa con el mismo pensamiento y formalidad de ella.

      Borrar
  4. Que significa, El que es ciego es hipócrita en su casa mucho más tiene que serlo en la casa del prójimo.

    ResponderBorrar
  5. ¿Cuál es el concepto de valor en esa familia?

    ResponderBorrar