jueves, 30 de julio de 2020

LOS RATONES Y LOS POBRES

 
 
 
 
 
LOS RATONES Y LOS POBRES
(Fragmento del artículo La Voz de los Ratones de 1912)

     
     Es domingo, cuatro o cinco de la tarde, tengo el lápiz en la mano, y pienso en la peste bubónica. Y de repente, y sin saber cómo ni cuándo, se me ha empezado a meter alma adentro una gran compasión, una inmensa lástima hacia esos pobresitos ratones que tan mal lo deben estar pasando a estas horas.
      Trampas y ratoneras de todas clases, venenos fulminantes, harina de maíz mezclada con yeso para inducirlos a comer y lograr que el yeso se les haga una piedra en el estómago y les produzca cólicos atroces hasta que mueran desesperados... toda una sarta pavorosa de alevosía y crueldades encaminadas a exterminar de raíz miles y miles de inocentes e indefensos animales.
      ¡Qué hondos, qué sombríos y aterradores escondrijos de crueldad muestra el alma del hombre a poco que el miedo la sacuda y la domine!
      Pobres ratones, condenados a expiar con atroces torturas, sin tregua ni piedad, el delito horrendo de estar -ellos también- enfermos de la peste bubónica. Para los que, como yo, reverenciamos la vida- por el gran misterio que en ella palpita- sin establecer diferencias arbitrarias entre la vida del hombre y la vida de los demás seres que comparten con nosotros el dolor y la poesía de este mundo, ¡qué cosa más amarga la persecución decretada para los ratones y los perros!
      Ellos no saben hablar, pero si supieran, ¡cuántas cosas inquietantes y terribles nos dirían!
      Dirían, por ejemplo, que ya que los matamos ahora por la sola razón de que constituyen un contagio para nosotros por su número y su falta de higiene, deberíamos también, para ser lógicos, proceder enseguida a la matanza de los pobres, que son, por sus hábitos y su falta de higiene impuesta por su misma pobreza, tan peligrosos para nuestra preciosa salud como ellos, los ratones y los perros.
      Dirían que, si nuestro instinto de conservación, alarmado por lo inminente y terrible del contagio, puede justificar su exterminio, no hay nada que excuse la salvaje crueldad de los medios de muerte que ponemos en práctica contra ellos. “Ya que nos dais la muerte dirán -o dirían- ellos, dádnosla sin inútil crueldad; dádnosla sin la tortura abominable de quemarnos vivos, de matarnos de sed, de retorcer nuestros intestinos con cólicos infernales. Dadnos la muerte, pero sed clementes, y ya que nos habéis dejado vivir y multiplicarnos a vuestro lado, sacadnos de este mundo suavemente, ahorrándonos tormentos.”
      Dirían más, dirían que si hemos de volvernos contra ellos cada vez que un peligro de plaga nos amenaza, y si consideramos que no tienen derecho, porque son perniciosos, a la vida, deberíamos realizar un gran esfuerzo colectivo, una cruzada universal contra ellos, y de una vez para siempre impedir que haya más inútiles enfermos y perseguidos ratones por el mundo.
      Y como en el mismo caso que ellos se encuentra la legión interminable de pobres, de esos que viven -sin baño y sin aire y sin ningún otro elemento de higiene- hacinados en miserables y pestilentes tugurios, también con ellos, con los pobres, debe rezar nuestra clemente cruzada eliminadora, hasta que de igual modo consigamos, al fin, vernos libres por siempre del pobre.
     Dirían más; dirían:
“¿De qué vale que os hagáis la ilusión de que toda vuestra mal escondida crueldad ancestral, puesta al descubierto en este instante, va sólo contra nosotros -animales de especie distinta a la vuestra- y no va contra los pobres, animales de vuestra misma especie? ¿De qué vale que vuestros bandos furiosos -repletos de alevosías y tormentos para nuestra pobre especie- nada digan contra los pobres? ¿Es que por eso os creéis más compasivos y humanos con ellos? ¿Pero no sabéis que los estáis condenando a muerte, a la más cierta y espantosa de las muertes, dejándoles seguir viviendo hacinados como cosas -sin luz, sin aire, sin agua y sin alimento sano- en sombríos y miserables tugurios? Entre esta muerte, la de los pobres, la que consiste en esperar, sin moverse y sin chistar, en el fondo de la infecta zahurda, la feroz y segura embestida de la peste, y la muerte que nos dais a nosotros, no obstante su abominable crueldad, preferimos ésta, la nuestra, porque es menos lenta, menos saturada de la angustia de la zozobra continua, menos impregnada de la odiosa y malvada hipocresía que os corre por las venas en cada gota de la sangre, de esa sangre de rapiña y de miedo y de brutal ferocidad que lleváis dentro.”




VOCABULARIO  CONTEXTUAL




  1.Peste bubónica= Enfermedad infecciosa, epidémica y febril, muy contagiosa transmitida directamente o por intermedio de la pulga, que es el vehículo entre la rata y el hombre.

  2.Fulminantes= Aplícase a las cosas o a las enfermedades repentinas y por lo común mortales.

  3.Yeso= Sulfato de cal que tiene la propiedad de endurecerse rápidamente cuando se amasa con agua.

  4.Sarta= Serie de sucesos o cosas no materiales, iguales o análogas.

  5.Alevosía= Con cautela para asegurar la comisión de un acto a traición y sobre seguro.

  6.Expiar= Sufrir la pena impuesta.

  7.Palpita= Que tiene tal movimiento que conmueve y agita los ánimos.

  8.Poesía= Cierto encanto indefinible de las cosas que halaga y suspende el ánimo.

  9.Plaga= Daño grave que aflige a un pueblo.

10.Cruzada= Trabajo que se emplea en propagar una idea o en combatir una cosa.

11.Hacinados= Amontonados, acumulados sin orden.

12.Tugurio= Habitación pequeña y mezquina.

13.Rezar= Que está contenido o incluido.

14.Chistar= Hacer ademán de hablar.

15.Infecta= Contagiada, corrompida, pestilente.

16.Zahurda= Pocilga (lugar hediondo y asqueroso).

17.Feroz= Que obra con dureza y crueldad.

18.Zozobra= Inquietud, aflicción, desasosiego.

19.Rapiña= Robo o saqueo que se ejecuta arrebatando violentamente.







viernes, 24 de julio de 2020

PARA MI HIJO





PARA MI HIJO
(Artículo de 1919)

        Cuando vayas a la escuela, hijo mío, se te predicará mañana y tarde que el robo es malo. Pero tan luego caigas de la escuela en el mundo, tardarás poco en darte cuenta, si tienes ojos en la cara, de que hay dos clases de robo...
        Robo a los ricos. Esta clase de robo, ejemplares del cual exhibe todos los días el cine, se considera un crimen, y se persigue y se castiga en todas partes con penas atroces.
        Robo a los pobres. Esta clase de robo, que se practica en grande o pequeña escala a todas horas, no sólo no se considera crimen, sino que a los ladrones que lo practican se les llama, cuando más, especuladores o agiotistas -nombres que han sido hasta ahora muy respetables- y la ley los protege celosamente con toda suerte de códigos, policía y tribunales, y la sociedad los reverencia y los mima, y si antes de morir, o en el momento de morir, han tenido el cuidado de desprenderse de una infinitésima parte del caudal robado en beneficio de una institución pública cualquiera, la nación agradecida lo encontrará todo poco para rendir el debido homenaje a su memoria, en forma de inscripciones, discursos, libros, estatuas, etc., y su nombre será venerado y bendecido como una reliquia por la misma comunidad que saquearon.
     La profesión de ladrón de ricos, además de ser odiada y despreciada, es muy incómoda, mal retribuida, y casi siempre conduce a la cárcel o al cadalso. La profesión de ladrón de pobres, en cambio, no sólo es más fácil y cómoda, sino que está tan bien retribuida, que casi nunca deja de conducir, a los que la cultivan con la debida ferocidad, a la opulencia y el poder.





VOCABULARIO  CONTEXTUAL


  


  1.Especuladores= Personas que comercian y trafican con el fin de obtener beneficios desmedidos.
   
  2.Agiotistas= Personas que se ocupan en la especulación abusiva y sin riesgo para obtener ganancias inmoderadas.
   
 3.Celosamente= Con cuidado vigilante, dedicación, ahínco, esmero.

 4.Mima= Que son tratados con excesivo regalo y condescendencia.
   
 5.Caudal= Hacienda, bienes, y más comúnmente dinero.
  
  6.Cadalso= Tablado que se levanta para la ejecución de la pena de muerte.
               
  7.Ferocidad= Inhumanidad, saña, impiedad.



domingo, 19 de julio de 2020

EL QUESO Y EL RATON






EL QUESO Y EL RATON
(Artículo de 1919) 



     Copio del periódico americano "The Magazine of Wall Street", número de julio 19:

     "Hay muchos hombres --no sólo en New York sino también en otras partes de Estados Unidos-- que quizás no son todavía nacionalmente conocidos, pero que tranquilamente se van labrando una gran carrera para sí mismos. Dentro de cinco o diez años sus amigos, al verlos pasar, dirán: "Yo conocí a Brown cuando él era solamente tal o cual cosa. Ved ahora la posición prominente que ocupa." "Hombres de este calibre están comenzando a hacer sonar sus nombres en los altos círculos cada vez con mayor frecuencia y "The Magazine of Wall Street" se propone presentar esta serie de esbozos de sus carreras que deben ser una fuente de emulación para todos aquellos jóvenes que estén resueltos a conquistar su parte en el período de prosperidad que se ha iniciado para nuestro país."

     Permítame ahora el honorable órgano de su Majestad Imperial la Banca de Wall Street una tímida observación. Esas plazas prominentes para esos jóvenes de ambición de que usted habla, ¿han de ser tantas como tantos sean los jóvenes modelos, los Brown, que se hagan acreedores a tal premio?
     Seguramente que no, ¿verdad? Cada firma o cada casa opulenta podrá tener cabida para uno, para tres, para cinco... para un número limitadísimo, casi infinitesimal. Tenemos, pues, que por cada jovencito modelo, marca mosquita muerta (o sea, hecho a la medida del gusto y conveniencia del principal) que logre entrar por el ojo de la aguja de una tal plaza prominente en perspectiva, habrá mil, diez mil, una legión que -¡claro! por no haber cabida para todos- no tendrá otro porvenir que el de reventar por el camino, convertido por toda la vida en un sufrido y sudoroso y lamentable burro de alquiler.
     Luego... Luego el honorable Magazine de Wall Street debe cambiar de copla, porque ésta está muy vieja (yo se la oí a mi abuelo) y no tratar de hacer tragar a nuestros hijos, a las nuevas generaciones en que está hoy toda la esperanza del mundo, la adormidera esa de la alta posición que les espera si se portan bien, esto es, si extinguen en sus almas toda ansia juvenil, rebelde y generosa, de superación, para plegarse sumisos a los gustos e intereses del principal.
     ¡Oh, la coplita vieja de Wall Street! ¡Cuántos hay todavía que seducidos por ella abdican del supremo orgullo de sentirse jóvenes, y por consiguiente renovadores, y bajan la cabeza, y al paso de buey viejo van macilentamente, anda que anda, rumiando el sueño sanchopancesco de la alta posición, a base única de barriga llena, automóvil y libro de cheques... Es como un ejército de ratas que se viese marchar lúgubremente noche y día, en ordenada procesión, fascinado por la visión de un poquito de queso pendiente de un hilo allá en lo alto de un palo. ¡De un palo siniestro, muy flaco y muy solo, a cuyo extremo ninguna de las ratas -sino una entre mil- ha de llegar jamás!




VOCABULARIO CONTEXTUAL




  1.Wall Street= El término es usado para hacer referencia tanto al mercado financiero estadounidense como a instituciones financieras.

  2.Mosquita muerta= Que afecta (finge) mansedumbre y docilidad.
  
 3.El principal= El jefe, el amo.

 4.Adormidera= Que adormece, acalla, entretiene.

  5.Macilentamente= Tristemente, decaídamente, melancólicamente.

  6.Rumiando= Considerando algo una y otra vez. 

 7.Sanchopancesco. Relativo a Sancho Panza. Que antepone a todo, el provecho, interés o fruto que se saca de una cosa.

  8.Lúgubremente= De modo triste, melancólico, sombrío.

  9.Fascinado= Engañado, alucinado, ofuscado.

10.Siniestro= Funesto, infeliz, aciago.






domingo, 12 de julio de 2020

DIVAGACIONES

  




DIVAGACIONES
(Fragmento del artículo de 1917 Divagaciones)



     No, no existe ¡qué ha de existir! la señora felicidad. Ni es bueno que exista tampoco. Si no ha de existir para todos, es mejor, es muchísimo mejor que no exista. Que no exista, señor, ni para usted, ni para mí, ni para nadie. Ya sé, señor, que usted cree que debe existir para Ud.; porque es Ud. bueno, bueno en el cochino sentido vulgar de esta palabra; en el sentido negativo, en el de no hacer ni decir cosa alguna que le pueda comprometer. Y porque es Ud. así, sórdidamente bueno, y es Ud. hacendosito, es decir, golosito de migajas, y llegó al automóvil y al jardín y a la casa de chillona opulencia, y al respeto servil de sus lacayos, cree Ud. --¿no es verdad?-- que cada cual tiene su merecido, y puesto que Ud. se supo aprovechar mientras los otros perdían su tiempo, a Ud. le toca ahora ser feliz, muy feliz, en medio de la inquietud y el afanar de sus prójimos.
     Pues, no señor, no es así, no es ni será Ud. feliz. Fíjese bien y verá cómo la única efímera ilusión de felicidad a su alcance es más bien vanidad que felicidad. Fíjese bien y verá cómo para sentirse momentáneamente no feliz, sino elevado, en posesión de los medios que conducen a la felicidad, tiene Ud. que inferirse una ofensa terrible a sí mismo, de la cual se avergonzaría Ud. ante sus hijos, suponiéndose tan bestia, tan plebeyamente constituído, tan tosco y tan ciego, tan horrendamente falto de humanidad, que es capaz de gozarse y regodearse comparando todo lo que le sobra a Ud. con todo lo que les falta a los demás. ¿No es verdad, señor, que no es usted tan monstruo que en lugar de apenarse y sufrir se recree y goce comparando todo lo que le sobra a Ud. con todo lo que les falta a los demás? ¿No es verdad, señor, que pasada la primera sensación vanidosa y puesto Ud. a reflexionar, vio Ud. tantos a pie y sin casa y sin ropa, que casi le duelen a Ud. como un reproche muy hondo y muy punzante su automóvil y su mansión y su lujo? ¿Qué clase de hombre tendría Ud. que ser para no sentir la espina de esos reproches, el desasosiego de esa espantable desigualdad entre sus medios y los medios de los demás, la verguenza inconsciente de pasear el hastío de su exceso de nutrición y de lujo por entre tantos seres iguales a Ud., más débiles que Ud. --ancianos, mujeres, niños-- que no tienen ni siquiera lo que tiene en abundancia su perro de Ud.?
     ¡Ay, señor! Son las doce, y recuerdo que al subir esta noche a mi cuarto había un niño durmiendo en el zaguán... ¿No cree Ud., señor, que si en el mismo pueblo y hasta en el mismo mundo donde ese muchacho tiene que echarse a dormir sobre los ladrillos de un zaguán fuera posible la felicidad, esta felicidad sería tan ciega, tan tosca, tan cruel, tan inmunda, que daría espanto verla?
     Donde hay nervios, señor, hay vibración, a tono con el dolor de los demás y es, por lo tanto, imposible la felicidad. Y donde no hay nervios, no puede haber emoción y sin emoción no cabe la felicidad.
     En cuanto a la felicidad fisiológica, la que consiste en comer y en beber y en dormir y en roncar como un cerdo repleto... esa, señor, única que tiene Ud. en sus manos... no se la envidio a Ud.




VOCABULARIO  CONTEXTUAL




  1.Cochino= Grosero, chabacano, burdo.

  2.Chillona= Llamativa, aparatosa, ostentosa.

  3.Tosco= Ordinario, rústico, ineducado.

  4.Regodearse= Regocijarse, deleitarse, complacerse.

  5.Holganza= Recreo, ocio, diversión.

  6.Hastío= Disgusto, fastidio, empalago.



  7.Zaguán= Vestíbulo, pórtico, entrada.






martes, 7 de julio de 2020

VISLUMBRES DEL ENIGMA







VISLUMBRES DEL ENIGMA
(Artículo de 1918 continuación de ¿PODEMOS SER FELICES?)



     
     Al llegar a este punto de lo que debe ser nuestra vida, me doy cuenta de que insensiblemente he llegado hasta tocar el cogollo del más arduo e inmenso de los problemas humanos, y tiemblo de espanto. Dar nada menos que una pauta, que una fórmula precisa y definitiva sobre el rumbo que debemos tratar de imprimirle a nuestra vida es como ofrendarle de una vez a la humanidad una síntesis, un extracto de todas las filosofías. Y como ni soñar puedo en tal obra, me apresuro a repetir que no emprendí esta pequeña y sencilla exposición de mis puntos de vista con ínfulas doctorales, sino puramente como un espectador que ha ido al teatro, no para dormirse, sino para observar, para asomarse, todo curiosidad y simpatía, a lo que está pasando en escena... y ahora prorrumpir en un aplauso, y luego en una exclamación de disgusto o de horror, y después permitirse tímidamente un comentario y en todo tiempo mantenerse despierto y alerta para no perder ni un solo detalle importante de la acción central. No son, pues, conclusiones y sistemas los que voy a formular. Son impresiones, pero impresiones de un espectador que, ni se ha puesto a dormir y a roncar, ni se ha quedado alejado e indiferente.
     Pero, basta de preámbulos, y vamos a la cuestión. La cuestión es ésta: ¿qué buscar, qué hacer, qué orientación imprimirle a la vida? 
     Empiezo por opinar que lo primero que debemos tratar de eliminar totalmente de nuestras costumbres es ese sentido de permanencia, de estabilidad, de duración, que la mayor parte de las gentes le dan a la vida. "En la playa, pronto a zarpar, y desnudo, como los hijos de la mar". Así dice un gran poeta español, Antonio Machado. La frase vale, ella sola, por muchos tomos de sabia y enmarañada filosofía.
     En efecto, puesto que la vida es inestable, fugaz, casi tan imprecisa y tornátil como el humo, ¿a qué conduce ese absurdo empeño de instalarnos dentro de ella, no como quién está de paso y sin fecha de salida, sino como quién está muy seguro de quedarse para siempre?
     La casa recia, de ladrillo, hecha como para burlarse del tiempo; dentro de la casa los muebles, fuertes, duros, tan eternos como la casa; y fuera de la casa, el esfuerzo continuo, perseverante, para conquistarnos posiciones tan sólidas, tan altas, que duren siglos. Resultando de todo ello, que, a fuerza de labrar la jaula y de buscarle el más sólido y encumbrado acomodo, no tenemos tiempo para nada más: para mirarnos, para sentirnos y hallarnos y cultivarnos nosotros mismos.
     De ahí viene que, a medida que hemos ido acumulando más cosas, más éxitos fuera de nosotros, nos hemos ido empobreciendo y empequeñeciendo más y más nosotros mismos, como personas, como tipos humanos. Hemos trabajado hasta reventar por lo externo, por la casa, por los muebles, por la posición, pero nada hemos hecho por nosotros. Nuestra curiosidad, nuestra gran curiosidad ante el espectáculo del mundo se quedó insaciada, nuestros afectos durmieron, nuestras células cerebrales no vibraron... y el moho nos consumió y todo nuestro mecanismo quedó, por la inacción, atrofiado y perdido en sus órganos más nobles y esenciales, tales como el corazón y el cerebro. Es como si un pájaro, por obstinarse en hacerse de un seguro e indestructible asilo, se pasase la vida en la tarea de construirlo. Habría nido, quizás, algún día, pero el pájaro, por no haber volado, por no haber trinado, por no haber amado, por no haber respondido a sus instintos, estaría ya atrofiado e insensibilizado de tal modo que más que para el nido serviría para el reposo de la muerte. ¡Amigos! puesto que no nos podemos pasar sin ésto y sin aquello, cosas necesarias pero secundarias, laboremos por ésto y por aquello; pero, puesto que nos vamos, labremos de prisa y corriendo estructuras ligeras, sencillas y efímeras como nosotros mismos, y adelante, que el tiempo es corto y las cosas por pensar y por sentir y por probar muchísimas.
     Ya libres del fardo pesadísimo de preocupaciones que arropan y sofocan nuestra verdadera alma; ya hechos a mirarnos a nosotros mismos como a simples caminantes, marchemos sin miedo, sin cogernos pena, alegremente, con los ojos tan abiertos, tan llenos de curiosa simpatía hacia las cosas que contemplan, como los de una tropa de soldados jóvenes y sanos que, sabedora de que marcha al encuentro de una muerte cierta en las garras de un enemigo diez veces superior, pone en su mirada la cálida fulguración que es a la vez saludo y despedida.
     Pero ¿y la felicidad? ¿acaso vale la pena vivir cuando se ha renunciado a ella? --oigo que me interrogan. Sí, vale la pena. Prueba de ello es que todos, de Shopenhauer para abajo, hemos vivido sin gran ilusión de ella. Ni es la felicidad condición esencial de la vida, porque si así fuera no existiríamos, ya que ella no existe; ni la esperanza de alcanzarla es la que nos mantiene, como piensan muchos, en la senda y marchando; porque, si así fuera, a mayor ancianidad, mayor amortiguamiento de esperanza, mayor deseo de no vivir, de extinguirse, de no ser, y la experiencia nos está todos los días demostrando que los viejos se agarran a su desmayada vida con más furor, si cabe, que los jóvenes.
     No hay más remedio, pues, que reconocer que el resorte oculto que nos mueve, que la aspiración recóndita, subconsciente, que late en todo ser humano, es cosa muy distinta y muy distante del deseo, de la visión próxima o remota de la felicidad. Pero ¿con qué palabra expresar esa inefable, esa profunda ansia de vivir, de perdurar, de quedarnos hasta el sol de mañana, y así, de día en día, perpetuarnos en este lugar de lucha y sufrimiento y tedio que llamamos mundo?
     Después de pensar mucho sobre el punto, ninguna palabra me parece más propia que ésta: expresión. Sí; vivimos y queremos vivir a todo trance, porque nos urge expresarnos, realizarnos, porque somos a manera de una cinta cinematográfica enrollada que desea, que necesita desenrollarse, mostrarse, fijarse en obras de acción o de pensamiento. Somos una condensación de la masa cósmica universal, condensación que en cada individuo se tiñe de un color, de un matiz, de una luz especial, y aspiramos a vivir, porque aspiramos a arder hasta el fin, quemar hasta el fin todo el gas de misterio, todo el fluido de infinito que hemos recibido. No hay más que seguir la evolución de la Vida, desde el mineral hasta el hombre: continuamente, incesantemente, la vida va fabricando, va sacando de las tinieblas, seres, formas, organismos cada vez más complejos, cada vez más diferenciados entre sí, más individuales, más dotados de una potencialidad mayor de comprensión. ¿Con qué ha vencido, con qué ha triunfado el hombre de las demás especies animales? ¿Ha sido con la fuerza? No; porque más fuertes, mil veces más fuertes eran los gigantescos animales prehistóricos y quedaron vencidos. Y hoy mismo la fuerza del hombre está perennemente humillada ante el león, ante el tigre, ante el toro, todos los cuales, sin embargo, son sus servidores o sus víctimas.
     ¿Ha sido con la euritmia de sus líneas, con la belleza de sus formas, que el hombre se ha impuesto como ser superior? No; porque ahí están los pájaros, el más humilde de los cuales es más bello en ritmo, en musicalidad de líneas que el más soberbio Apolo.
     Ha sido, pues, con lo único que el hombre tiene y no tienen los animales, esto es, con cerebro, con potencialidad lumínica, con fuerza de expresión y de comprensión. ¿Cómo escapar, pues, en vista de esta marcha progresiva, de esta progresión ascendente desde la opacidad, la pesadez y la inconsciencia, hasta la fulguración de consciencia que es el genio, a la conclusión de que la Vida fabrica cerebros, esto es, instrumentos para apreciarse, para conocerse, para mirar dentro de sí misma?
     En esta interpretación de la finalidad de la Vida han coincidido Renan, Nietzsche, Bernard Shaw... cumbres las más altas del pensamiento humano. Para estos poderosos dínamos de ideación, somos nosotros los hombres los que representamos la fórmula más perfecta hasta hoy de consciencia acumulada, de condensación de Vida, y por consiguiente puede afirmarse que en nosotros reside toda divinidad.
     Todo lo que hay de individualidad en nosotros es tan ilusorio como lo que hay de individualidad en la sombra con relación a los cuerpos y en la espuma con relación a la ola. Sombra y espuma no son más que aspectos, ilusiones ópticas del cuerpo y del agua respectivamente. No existe el hombre A, el hombre B, el hombre C, pues todos no somos otra cosa que la fuerza o energía universal y eterna que llamamos la Vida y que las religiones designan con el nombre de Dios. De la misma manera que un escultor que estuviera buscando una imagen, una forma de expresión artística perfecta, podría servirse de un solo bloque de mármol para ensayar y volver a ensayar mil tipos de escultura, cada uno de los cuales no sería otra cosa en realidad que el primitivo bloque de mármol, así nosotros los seres humanos, a pesar de nuestras diferencias aparentes, no somos más que formas, imágenes plasmadas incesantemente por la Vida. Por consiguiente, no nacemos ni morimos, como no nace ni muere la sombra, ni la espuma, ni la imagen. ¿A qué temer la muerte pues?
     Asociémonos a la obra misteriosa de la Vida, porque de ella formamos parte, o mejor, porque somos ella misma, y humilde y religiosamente tratemos de que el misterio, el sacro fuego, el Dios en formación que vive en nosotros, se manifieste siempre en su más alta, más intensa y más clara expresión.




VOCABULARIO  CONTEXTUAL




  1.Cogollo= Lo más importante de algo.

  2.Enmarañada= Complicada, intrincada, compleja.

  3.Atrofiado= Anquilosado, impotente, imposibilitado.

  4.Fardo= Impedimento, obstáculo, estorbo.

  5.Amortiguamiento= Disminución de la intensidad de una cosa.

  6. Desmayada= Debilitada, decaída, decrépita.

  7.Condensación= Síntesis, recopilación, agrupación.

  8.Euritmia= Armonía, equilibrio, proporción.

  9.Potencialidad lumínica= Facultad de conocer, analizar y comprender.

10.Religiosamente= Con entusiasmo, fervor, vehemencia.
  





jueves, 2 de julio de 2020

¿PODEMOS SER FELICES?






¿PODEMOS SER FELICES?
(Fragmento del artículo de 1917 ¿Podemos ser Felices?)



     No hay nadie, por muy indiferente que sea a las ideas, que no tenga su mucho o su poco por decir sobre este grande y universal problema humano: y yo, aunque he de guardarme bien de contestar a lo catedrático, a lo sabihondo, no voy, por un pueril alarde de modestia convencional, a privarme ahora del gusto de dar, de la manera más sencilla y clara posible, más bien que una opinión, mi impresión personal sobre el asunto.
     No; no creo que sea asequible la felicidad, ni en este mundo ni en ningún otro mundo. es más, creo que cometemos una barbaridad cuando damos a nuestros hijos, en la escuela, en la casa, en el teatro, en el libro, esa visión de felicidad personal tan reñida, tan incompatible con nuestra propia naturaleza y con la naturaleza de la realidad que nos rodea.
     Felicidad, felicidad...... ¿Dónde demonios se esconde ese divino tesoro, que nadie le encuentra ni le encontró jamás? Topa uno con un viejo y le pregunta, y de cada cien viejos, noventa y nueve viejos suspirarán profundamente primero, y nos contestarán en seguida una de estas dos cosas: o que la perdieron para siempre y se les quedó atrás, muy atrás, en alguna curva remota del camino andado, o que no la tuvieron nunca y la van a buscar en el reposo eterno, o en el edén eterno que les prometió tal o cual religión. Topamos con un joven... y nos dirá que, o la dejó también atrás, allá en la lejanía de la niñez, o que va corriendo, corriendo sin cesar en pos de ella, con o sin esperanzas de darle alcance. Y si interrumpe Ud. los juegos de un niño cualquiera y logra que le entienda la pregunta, seguramente que, o no saca nada en claro de la inconsciencia del niño, o le ve pronto señalar hacia el futuro con las clásicas palabras que todos hemos pronunciado: "Cuando yo sea hombre..."
     Quiere decir que está atrás, o está delante, o está arriba o está abajo: en todas partes, menos en el punto en que nos encontramos. Y es que tiene que ser así; es que sería absurdo que no fuese así. ¿Cómo concebir la evolución, o sea, el movimiento, esencia misma de la vida, sin la inquietud, sin el perpetuo temer y el perpetuo aspirar y el constante cambiar de aquí para allá y de allá para acá? ¿Y cómo, si fuéramos felices, podríamos mantener este vaivén, este anhelar engendrador de toda evolución y por consiguiente de la vida?
     Somos limitados, somos frágiles como el vidrio, nos rodea por todas partes lo inestable, lo sombrío, lo sucio, lo duro, lo trágico. ¿Cómo, pues, dentro de nuestra limitación y fragilidad irremediables, concebir ese estado ideal de íntima y perfecta satisfacción en que nos sintamos libres de temores y pesares y deseos?
     No quiere esto decir que yo sea pesimista a lo Shopenhauer, que sólo ve dolor y oscuridad por todas partes. Al contrario, creo fácil comprobar que la cantidad de dolor que hay en el mundo, con ser muy grande, es infinitamente inferior a la cantidad de alegría, de igual  modo que la cantidad de salud es superior a la cantidad de enfermedad y la cantidad de juventud a la cantidad de ancianidad. Pero ¿es la alegría la felicidad? No; la alegría es orgánica, es subconsciente, nace precisamente de no sentirnos, de cierta armonía rara y fugaz entre las distintas piezas que componen la maravilla de nuestra máquina. En cambio, la felicidad es, o debe ser, esencialmente consciente, naciendo o debiendo nacer de los deseos satisfechos, de pensarnos y sentirnos bien. Tan no tienen nada que ver las dos cosas, la alegría y la felicidad, que se puede ser muy infeliz y estar al mismo tiempo muy alegre. De ello nos da ejemplos constantes la diaria realidad.
     La alegría es dinámica. esto es, movimiento, vibración, aleteo fugitivo del espíritu, agua que corre, rama que ondula, ave que vuela, cuerda tensa que suena. En tanto que la felicidad es, o la concebimos, cosa permanente y estática, de la cual fluye la alegría como de una flor el aroma, como de un manantial el agua y de un astro la luz. La alegría es la manifestación, el síntoma, el accidente; la felicidad es la causa, la fuente, la sustancia inmutable. La alegría no puede buscarse deliberadamente, porque es caprichosa, tornátil, inconsciente, oscilante; va y viene, nos asalta y nos deja, aparece y desaparece caprichosamente, sin que nada baste a retenerla. Es como la risa, como el buen apetito, como el golpe de azar. Nadie puede salir a buscarla, porque mientras más se la busca menos se la encuentra, como no se puede buscar la risa, ni el buen apetito, ni el golpe de azar. Precisamente está más lejos de nosotros a medida que la sabemos buscar mejor, con mayor pericia y deliberación: y así vemos que el viejo es menos alegre que el joven y el joven menos que el niño. Es casi animal, casi mecánica, genuinamente fisiológica, en tanto que la felicidad es, o tendría que ser, genuinamente psicológica.
     Y por eso, porque la vida es y no puede ser otra cosa que movimiento, vibración, esfuerzo, tendencia constante a cambiar y a mejorar, es por lo que decía antes que está reñida irremediablemente con toda noción de felicidad, bien sea esa felicidad rolliza, pesada, mofletuda, de gorro y chinela, con que sueña el burgués: bien de la otra quintaesenciada y etérea del místico, o bien de la remojada en mieles empalagosas de amor y de música y poesía que seduce por regla general al artista. De cualquiera de esos tipos convencionales de felicidad debemos aprender a reirnos: en primer lugar, porque son inasequibles por ser incompatibles con nuestra propia naturaleza, y en segundo lugar, porque... vaya, seamos sinceros: no valen la pena. Así como suena: no valen la pena. La primera, la burguesa, la de gorro y chinela, buena alfombra y casa grande y cómoda, es grotesca y odiosa. ¿Hay nada más aburrido que comer bien y vestir bien y arrellanarse bien en un butacón sobre una gran alfombra y ser siempre y a todas horas un cerdo limpio y bien comido, y no tener preocupaciones, y volverse una bola de plebeyo egoísmo, extraño a toda solidaridad con el mundo, y no vivir sino para el largo bostezo del casino, del automóvil, de la charla insustancial, y para estar a todas horas y en todas partes condenado a sentirse la digestión? Dadle esa clase de felicidad a un hombre de pensamiento o de nervios, y se volverá loco o se pegará un tiro antes de un mes. Dadle esa clase de felicidad espesa a cualquiera hombre de tipo corriente que no sea un idiota, y no se volverá loco ni se exasperará hasta el suicidio, pero irá poco a poco trocándola en el sport tal o en el sport cual, que es como trocarla en trabajo, en trabajo disfrazado y estéril, pero trabajo al fin.
     La segunda, la mística, es todavía más incompatible con el hombre y con las cosas. Vivir con la mirada fija en otro mundo es sencillamente como no vivir, como una forma de estar muerto con apariencias de vida.
     Y en cuanto a la tercera, la de los adolescentes y las niñas románticas y los poetas ingenuos: la que navega en mieles de erotismo y melodía, la que nos sirven en la escuela, en el teatro y en todas partes, es la más idiota de todas. Se puede ser un cerdo limpio y bien comido y halagado durante algunos días y no volverse loco de asco de sí mismo hasta después de cierto tiempo: pero yo desafío a los paladares más golosos y más fuertes a que se refocilen, no ya durante muchos días, sino durante un solo día, con las melosas y aromadas golosinas de la estética, de la melodía y del dúo tremulante de romántico amor: el empalago sería tal, que la víctima pediría a gritos la cárcel o la horca para escapar del tremendo suplicio.
     "Pero entonces ¿qué buscar? ¿qué hacer?", se me dirá.
     ¿Qué hacer? Pues una cosa muy sencilla: vivir. Pero vivir ¿para qué? Vivir para lo que es esencia misma, aspiración recóndita y suprema finalidad de toda vida.





VOCABULARIO CONTEXTUAL





  1.A lo sabihondo= Presumiendo de sabio sin serlo.

  2.Pueril= Fútil, vano, trivial.

  3.Shopenhauer= Arthur Shopenhauer (1788-1860)= Filósofo alemán.

  4.Quintaesenciada= Refinada, primorosa.

  5.Arrellanarse= Extenderse en el asiento con toda comodidad.

  6.El largo bostezo= El gran aburrimiento.

 7.Refocilen= Que se regocijen, se deleiten, se regodeen.

 8.Felicidad= Estado ideal de íntima y perfecta satisfacción en que nos sentimos libres de temores y pesares y deseos.