viernes, 25 de noviembre de 2022

GUAPERIAS

 



                                                    GUAPERIAS

(Artículo de 1920)



     Batlle Ordóñez se ha cubierto de gloria en estos días dándonos una prueba más de que es hombre de muchos pantalones. El cable nos cuenta, con lujo de sibaríticos pormenores (estas epopeyas gustan todavía de un modo atroz), cómo Ordóñez le partió el corazón de un balazo a su colega el diputado Beltrán, y cómo éste es, desde enero para acá, el segundo enemigo que despacha en el terreno de los caballeros. ¡Es mucho hombre este truculento y tremebundo Batlle Ordóñez! Le dan a uno ganas, ante hombres así, de darse unos porrazos en el pecho y salir cantando como gallo. ¿Quién iba a creer que allá en Montevideo, ciudad de cuya refinada cultura moderna se nos ha dicho tanto, perdura aún, fresquecito, el guapetonismo caballeresco medioeval? ¡Bendito sea Dios! Pensar que después de tanto herrerareisigmo y rodoísmo estamos todavía tan poco desbastados que no sepamos discutir ningún asunto sin caer en la grosería plebeya de los desahogos y denuestos personales y de estos desahogos y denuestos, en las bofetadas, patadas, palos, pedradas, cuchilladas o balazos...
     “Al campo don Nuño voy, -donde probaros espero...” He aquí compendiada toda nuestra psicología de relación en materia de controversias. En este particular estamos tan adelantaditos como en los felices tiempos del Cid Campeador y Diego García de Paredes.
     Pero no vayan a creer ustedes que milito entre los adversarios del duelo a la manera norteamericana. Para ellos, para los norteamericanos, el duelo es costumbre ridícula y propia sólo de latinos cabecicalientes. Lo cual no significa que entre ellos estén eliminadas las riñas cuerpo a cuerpo en que culminan, allá como aquí, los desahogos y denuestos. Lo único que ellos han hecho es suprimir el ceremonial caballeresco, pero están tan dispuestos a entrarse a trompadas o balazos con un adversario deslenguado como nuestros hermanos latinos que cultivan aún el deporte de ventilar sus diferencias en el campo de idiotez de don Nuño. Es cuestión de forma, pero tan bárbaro es el que trompea o acuchilla a su enemigo sin ceremonial, como el que lo hace a la clásica usanza caballeresca. Y puesto a escoger, por lo que a mí me toca, entre dejarme romper quijada o costilla por un bruto, y dejarme perforar el cuerpo con florete o bala en el campo del honor, prefiero lo último, forma de barbarie más atenuada, al fin y al cabo, que la plebeya riña sin ceremonial al crudo estilo americano.
     La enfermedad no está en la sábana. El mal no está en la forma, sino mucho más adentro: en la manía grotesca de asociar el honor con el daño personal inferido al adversario. Tantas bofetadas, o puñaladas, o balas, dadas o recibidas, otros tantos quintales o toneladas de honor que quedan reinvindicados. Me llamó usted necio, o pelagatos, o estafermo, o canalla, o bandido, o cualquiera de las bajas expresiones coléricas que aún quedan en nuestro poco evolucionado léxico, pues ya tengo el deber de honor de romper o dejarme romper la nariz, la quijada, una o varias costillas y, si a mano viene, el corazón. Mientras más averías físicas resulten del encuentro, más limpio y resplandeciente queda el honor y más resoplante de orgullo el vencedor. ¡Ni más ni menos que si en lugar de hombres se tratara de mulos o jabalíes! En este punto, cualquiera ve que el carrero y el mozo de cuerda coinciden, en su psicología, con el más cultivado intelecto. Mucho orgullo, muchos humos de superioridad sobre los que carecen de nuestro mismo grado de educación... y sin embargo, en las normas fundamentales de nuestra vida, en la manera de entender cosa tan alta y delicada como el honor, tan toscos, tan primitivos, tan desaforadamente mulos los unos como los otros.
     Se me objetará que hay ofensas serias y que el no tomarlas en cuenta nos presentaría como unos cobardes. Pero yo replico que el llamarme canalla, o bandido, o perro, no es tal ofensa más que en la cabeza de un tonto. Un epíteto, mientras más grosero y más sucio sea, menos me puede herir. Al que hiere en realidad, al que pone en evidencia como un ser inferior e infeliz, menos digno del odio que de la conmiseración, es al procaz adversario que me lo echa al rostro por no tener cosa mejor en su intelecto con qué defenderse. Un epíteto, como no prueba nada, como no contiene pensamiento alguno, es menos que un estornudo, sólo puede soliviantar a los que, por haber venido al mundo con la psicología de los gallos, temen perder algo si no responden materialmente, con golpes o balas, a la provocación de un imbécil.
     Pero, y si a usted, señor --se me ha dicho varias veces-- le nombran la familia o le imputan alguna acción bochornosa, ¿se va a quedar tranquilo? Y yo repondo: Sí; me quedaré tan tranquilo y tan impasible como un ladrillo. Si es verdad, mi mayor orgullo, si soy hombre que valga dos cuartos, debe ser el no rehuir las verdades, ni las agradables ni las desagradables, ni las mías ni las ajenas, por nada del mundo. Y si es mentira... vive Dios, que si yo no supiera despreciar la mentira, si yo descendiese jamás hasta el extremo de ruindad de temblarle a un embuste, ¡me ahorcaría en el acto de asco de mí mismo!
     Pero es más. Es que si verdaderamente fuésemos tan educaditos y refinaditos como alardeamos de ser desde que aprendemos cuatro paparruchas en un colegio, y tuviéramos sobre el palurdo algo más que la calidad de la ropa y el pulimento de las maneras superficiales (maneras que se le pueden enseñar a un mono en menos de un trimestre), en lugar de complacernos en el daño corporal producido al adversario, sentiríamos horror ante la sola idea de ese daño. Yo, Juan, salto al campo con Pedro y le pego o me pega. Pues bien; si yo, Juan, soy algo superior al pobre palurdo de la calle en mi sensibilidad y en mi entendimiento, es evidente que saldré siempre perdiendo. Si me pegan, por el dolor y las consecuencias de los golpes. Y si yo pego, porque me avergonzará y me dolerá como un feroz reproche el espectáculo de los golpes o heridas que le dí a mi adversario.
     ¿Quién que así piense no encuentra en sí mismo reservas de valor (el verdadero, el espiritual, el único) suficientes para no convertir jamás --aunque pase ante el vulgo por cobarde-- un conflicto de ideas, una controversia cualquiera, en un motivo de boxeo o de duelo?
     Ese mismo pendenciero Batlle Ordóñez, que en lo que va del año a despachado en el campo de don Nuño a dos de sus adversarios, ante este alto y genuino concepto del valor --del gran valor, floración del espíritu, que llevó a Tolstoy a reñir con su casta, y a San Francisco de Asís a hermanarse con el lobo y la pantera y a Cristo a llevar su mensaje de renovación social lo mismo a la casa del bueno que a la casa del malo-- se queda chiquitito. Porque ¿cuánto apuestan ustedes a que éste señor, este Pepe el Tranquilo de Montevideo que mató a Beltrán de un pistoletazo, no es en el fondo más que un cobardón infeliz que se muere de miedo al solo anuncio de que se va a decir o a creer de él tal o cual cosa?






VOCABULARIO   CONTEXTUAL



  1.Batlle Ordóñez= José Pablo Torcuato Batlle Ordóñez (1856-1929)= Sirvió como Presidente de la República de Uruguay en tres períodos distintos; primero interinamente del 5 de febrero de 1899 al 1 de marzo del mismo año, luego como el 19° presidente constitucional de 1 de marzo de 1903 al 1 de marzo de 1907 y más tarde como el 21° presidente constitucional del 1 de marzo de 1911 al 1 de marzo de 1915.

2.Sibaríticos= Se dice de las cosas que se hacen con placer o deleite.

3.Beltrán= Washington Beltrán Barbat (1885-1920)= Escritor, periodista, abogado y político uruguayo.

4.Truculento= Que asusta por su exagerada crueldad.

5.Tremebundo= Horrendo, que hace temblar.

6.Herrerareisigmo y rodoísmo= Refiérese a la influencia cultural de estos dos grandes de la literatura uruguaya y mundial: Julio Herrera y Reissig (1875-1910) y José Enrique Rodó (1871-1917).

7.Desbastados= Educados, sin rusticidad. Civilizados.

8.Grosería= Descortesía, falta de urbanidad, rusticidad, ignorancia.

9.Plebeya= Perteneciente al vulgo, al populacho.

10.Desahogos= Dar rienda suelta a un sentimiento o queja para aliviarse de ellos.

11.Denuestos= Injurias, afrentas o ultrajes graves.

12. "Al campo don Nuño voy"= Verso de La Venganza de Don Mendo, de Pedro Muñoz Seca, donde se satiriza el honor tradicional.

13.Cabecicalientes= Cabeciduros= Testarudos.

14.Trompadas= Golpe dado con la trompa (prolongación de la nariz de algunos animales). Usada para cargar la acción del mayor sabor posible a animalidad.

15.Deslenguado= Malhablado, insolente, lenguaraz.

16.Florete= Espada.

17.Pelagatos= Hombre pobre y desvalido y a veces despreciable.

18.Estafermo=Simplón, pelele, mequetrefe.

19.Resoplante= Envanecido, presumido, engreído.

20.Carrero= Carretero = El que guía las caballerías o los bueyes que tiran de las carretas.

21.Mozo de cuerda= Persona que se ponía antiguamente en los parajes públicos para llevar cosas de carga o para hacer algún otro mandado.

22.Procaz= Desvergonzado, atrevido.

23.Soliviantar= Mover el ánimo de alguien para inducirle a adoptar una actitud hostil.

24.Paparruchas=Tonterías, estupideces, necedades.

25.Palurdo= Se refiere despectivamente al cuerpo como algo tosco, ordinario. Persona tosca, ignorante, patán.

26.Pulimento= Mejoramiento, afinamiento, 
perfeccionamiento.


27.Pepe el Tranquilo= Figura folklórica del toreo español. Es 
el "valiente" que se para frente al toro sin moverse, como si 
no le importase nada.





miércoles, 16 de noviembre de 2022

YO ERA UN VIEJO MENDIGO

 



                                         YO ERA UN VIEJO MENDIGO

(Artículo de 1915)

   Yo era un viejo mendigo...
   Yo era un viejo mendigo que iba por los caminos con la sola impedimenta y compañía de mi mochila y mi bastón.
     Antes, ya hacía tiempo, yo había sido eso que llaman caballero, esto es, una cosa triste, una cosa incolora, inerte, una mezcla abominable de virtudes pequeñas y de minúsculos vicios cobardes y toscos.
     Pero llegó un día en que mi sangre y mis nervios rebeldes brincaron coléricos, y fuí hombre otra vez, y sentí y pensé por mí mismo, en menosprecio y desafío de los cánones sociales... Y rodé y rodé tanto a consecuencia de mi loca resolución de no ser más un ridículo y vacuo monigote social, que no tardaron en venir las alimañas de la miseria. Vinieron las viscosas alimañas de la negra miseria, y se cebaron en mi carne y en mi alma. Y sentí angustia, y pensé en el suicidio. Pero he aquí que de pronto veo claro en la noche de mis pensamientos y me convenzo que era tonto morir cuando me quedaba aún dentro de la vida una nueva y tentadora aventura --la última-- que emprender. "Similia similibus curantur." ¿Padecía de miseria? Pues en la miseria misma había de hallar remedio y olvido.    Y una tarde lluviosa de enero en que todas las cosas se hacían musicales y le cantaban a mi alma ensoñadora vagas melancolías, resolví recobrar mi dignidad perdida, y en un rapto orgulloso de amor a la vida, me llené de humildad, tendí la mano en demanda de una limosna, y abracé para siempre la romántica y noble carrera de mendigo.
     Y ya hace varios años que voy por los caminos sin prisa y sin rumbo, saboreando a diario la enorme y casi terrible voluptuosidad de sentirme, dentro de mis harapos, solo y libre, rey de mis emociones y de mis pensamientos en un mundo en que todo es esclavo. Y desde la cumbre de mi inmensa humildad, miro la vida bajo un aspecto nuevo y amplio y casi sonriente; y cada piedra, cada árbol y cada monte y cada bestia del camino me detienen y me acarician dulcemente, ofreciéndose a mis ojos con indecisos e inefables lineamientos de enigma y de poema.  Y voy andando, andando. Y pasan junto a mí los erguidos señores de la tierra, y yo les miro sin odio y sin amor, pero con pena, con mucha pena de su ceguedad, de su sordera, de su espantable insensibilidad marmórea que les hace fuertes como dioses, pero que también les despoja de todo calor de humanidad, volviéndolos cadáveres antes de haber muerto.
     Y era otra vez una tarde lluviosa de enero, toda melancolía. Y era, en el tierno regazo de la tarde aquella, una lomita verde, suavemente ondulada y amable. Y era sobre el verdor ingenuo de la loma, la visión gris de un bohío campesino... Yo llegué a la casita, y pedí, desde la puerta, un rincón donde guarecerme de la lluvia. Y del interior de la casita salió una voz de plata que me dijo que entrara, y luego una figura de mujer bella y joven se me puso delante. Y pasó entonces por mi alma, como una puñalada, un agudo pesar de no ser caballero y galán como antes. Pero aquella congoja fue breve, y, transcurrido un minuto de contemplación y de tímida charla en el seno de la rústica familia moradora del bohío, volvió a hacerse la paz en mi alma de mendigo, al tiempo que allá fuera la lluvia había callado y se extendía la noche. Siguió la plática a medida que se iban encendiendo las estrellas, y mientras de mis labios de mendigo iba saliendo lentamente la tenue luz crepuscular de la historia de mi vida vagabunda, ensoñadora y mendicante, a los ojos de la muchacha se asomaba de cuando en cuando un resplandor de simpatía. Y yo tuve la pequeña e infinita ventura de dormirme aquella noche pensando que entre el encanto de aquella mujer cuyos ojos me habían amado, y el encanto del viento que zumbaba en la yaguas del bohío, y el encanto lejano de la luna bajo cuyo ensalmo reposaba la verde lomita de silueta ondulada y amable, existía desde la eternidad como un hilo que los enlazaba y como un pacto milagroso de no ser, de no darse plenamente sino al hombre dotado de heroísmo suficiente, no para descubrir tierras ni emancipar pueblos, sino para descubrirse a sí mismo, y dotar a su espíritu, a través de la suprema humildad, del orgullo supremo de sentirse sereno, solo y libre en un mundo de esclavos. Amaneció; me dispuse a salir, y afablemente dije mi adiós a todos. La mano de la niña temblaba levemente al estrechar la mía... y yo me dije a mí mismo que nunca más, nunca más, le haría a mi suerte el imbécil reproche de haber dejado para siempre de ser caballero y galán. Salí al batey. Acaricié al pasar el húmedo y bello hocico de un becerro que por allí triscaba, entregado todavía al alborozo de la mañana, y empecé a caminar mochila al hombro por una vereda que llevaba a un río. Y anda, anda, anda.
     Yo era un viejo mendigo...




                                    VOCABULARIO     CONTEXTUAL




  1.Impedimenta= Bagaje que suele llevar la tropa, e impide  la celeridad de las marchas.

  2.Incolora= Impersonal, indiferente, insulsa.
   
  3.Inerte= Desidiosa, apática, indolente.

 4.Abominable= Digno de ser aborrecido por malo o perjudicial.

 5.Cánones sociales= Reglas o preceptos, generalmente fijados por las costumbres o los usos.

  6.Vacuo= Superficial, insustancial, trivial.

  7.Monigote= Títere, pelele, fantoche.

  8.Alimañas= Dícese de las cosas malas y perversas que causan gran daño.

  9.Viscosas= Dícese de las cosas pegajosas que  se adhieren a uno.

10.Cebaron= Que se ensañaron con él causándole daño o dolor

11.Similia similibus curantur= Lo semejante con su semejante se cura, un clavo saca otro clavo.

12.Rapto= Impulso, emoción o sentimiento muy intenso.

13.Romántica= Noble de ánimo, sentimental, soñadora.

14.Voluptuosidad= Gozo, placer, deleite.

15.Inefables= Que no se pueden explicar con palabras.

16.Lineamientos= Dícese de los rasgos  o características de las cosas.

17.Enigma= Cosa difícil de comprender.

18.Erguidos= Engreídos, ensoberbecidos, envanecidos.

19.Marmórea= Semejante al mármol en algunas de sus cualidades.

20.Bohío=  Cabaña de América, hecha de madera y ramas, caña o pajas.

21.Mendicante= Que mendiga o pide limosnas.

22.Yaguas= Láminas fibrosas que rodean la parte superior de la palma real y con las cuales se techaban las chozas de los indios y de los campesinos.

23.Ensalmo= Hechizo, encanto, seducción

24.Triscaba= Jugueteaba, retozaba, correteaba.







lunes, 7 de noviembre de 2022

¿DESDICHA O DELITO?

 



                                              ¿DESDICHA O DELITO?

 (Fragmento del artículo de 1916 Boberías (19))

     “Por dormir en la vía pública fueron condenados Eduardo Ramos, Fermín Ríos, Basilio Martínez, y Gregorio Guzmán, a tres días de cárcel cada uno, por el Juez de Paz”.
     ¿Puede darse nada más doloroso y terrible que el espectáculo de unos seres humanos tan pobres, tan desvalidos, que no tengan un rincón de un hogar donde dormir, y que, lejos de ser compadecidos por ello, sean conducidos a un tribunal y castigados sin misericordia?
     Claro está que el juez no hace más que aplicar la ley. Pero la ley la hicieron los señores concejales, y estos concejales son hombres de carne y hueso, y aunque todos son contribuyentes, esto es, con buena cama en qué dormir, cabe preguntarles: ¿cómo han tenido ustedes, hombres de Dios y del siglo xx, valor bastante para hacer de una desdicha un delito y señalarle castigo? ¿Qué concepto tienen ustedes del dolor humano, de la miseria humana?
     No comprendo ni comprenderé nunca que a unos Fermín Rios y Basilio Martínez, tan dejados de la mano de Dios que se ven obligados a tumbarse a dormir como los perros en un banco de la plaza o en la acera o zaguán de alguna casa, se les despierte bruscamente, no para darles cama, sino para gruñirles por boca de un torvo policía y encarcelarlos, y hasta macanearlos si a mano viene.
     ¿De que entrañas de piedra ha salido tal práctica? ¿Puede nadie imaginar que un hombre que duerma al sereno lo haga por gusto o por “sport”, a menos que no se trate de un borracho? Pues si no podemos imaginar tal disparate, ¿qué delito es el que se castiga en los Juanes y Pedros que duermen en la vía pública? ¿El delito de no tener un miserable techo que les cobije y unas tablas que les sustenten?
     Pero estos hombres que hacen del desamparo un delito, ¿cómo es que pueden comer y dormir bien? ¿Cómo es que pueden en paz querer y acariciar a sus hijos, y sentirse buenos y hasta útiles a la sociedad, sin que por un instante les arrugue la frente el recuerdo de su atroz dureza con los Juanes y Pedros desvalidos y tristes que al dar la media noche fueron a acurrucarse humildes y olvidados como perros en un banco o zaguán de la vía pública?
     ¡Ay de mí! Voy para viejo ya, y todavía sigo, como cuando muchacho, temblando de miedo ante las buenas gentes llenas de respetabilidad que me salen al paso. Líbrame, Señor, de la vecindad de las buenas gentes. Si me has de dar vecinos, camaradas, amigos, dámelos bien malos, más malos que los mismos demonios. Y otra vez, Señor, me arrodillo temblando a pedirte con todo el corazón que no me pongas nunca muy cerca de los buenos.





VOCABULARIO    CONTEXTUAL




 1.Dejados de la mano de Dios= Desamparados, abandonados, desatendidos.

 2.Tumbarse= Echarse, tenderse, acostarse.

 3.Zaguán= Vestíbulo en la entrada de una casa e inmediato a la puerta de la calle.
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 4.Gruñirles= Dar gruñidos (voz amenazadora del perro y otros animales).

 5.Torvo= Fiero, airado, amenazador.