domingo, 16 de abril de 2017

EL CASO DEL TITANIC






EL CASO DEL TITANIC
(LECCION DE HEROISMO MANSO Y ELEGANTE)
(Fragmento del artículo de 1912 El Caso del Titanic)

     

     Ciertamente que el caso merece un comentario. No precisamente por el número de vidas perdidas en el naufragio, ni por la índole especial de la desgracia. Es por el rasgo, por el rasgo nuevo, tan noble y tan bello, de los que sucumbieron en dicha tragedia.
     Naufragios, explosiones, incendios, ruinas y catástrofes de todo género hay millares por el mundo; pero, si los cables no mienten, el caso del Titanic nos ofrece una novedad ante la cual bien vale la pena detenerse un momento a pensar.
     Sólo las mujeres y los niños se salvaron. Esto dice el cable.
     Quiere decir que estos hombres del Titanic, en el momento horrible del choque, cuando ya la muerte se les venía encima, cuando no quedaba ya otro recurso que el de ganar a todo trance los botes salvavidas, cuando todo parecía dispuesto para que el instinto de conservación se manifestase en su forma más ruda y más cruel, en lugar de volverse fieras, y, enloquecidos por el peligro, abrirse paso de cualquier modo, hiriendo y matando si era preciso, hasta alcanzar el bote salvavidas, se hacen a un lado todos para que pasen las mujeres y los niños, y mientras éstos ganan los botes y se alejan consternados del barco perdido, ellos, los hombres, se cruzan de brazos con un supremo gesto heroico ante el peligro y aguardan serenamente la muerte.
     No parece realidad. Parece más bien un pasaje de Homero, o un cuadro fantástico trazado por el genio romántico de Hugo.
     Y los hombres que esto hacen no son Bayardos y Roldanes de la edad caballeresca. Son unos cuantos industriales, comerciantes, periodistas y banqueros pertenecientes a esta edad del dollar, y, los más de ellos, oriundos también de la tierra del dollar.
     Hombres de trabajo y de placer rellenos de prosa que estrenan un barco.
     ¿Quién había de pensar que tales hombres, prosaicos y burgueses hasta la raíz del alma, iban a embellecer sus postreros momentos a bordo del Titanic con la luz de un heroísmo nunca visto, heroísmo manso y elegante, infinitamente superior al heroísmo homicida de los poemas homéricos?
     ¿Quién había de sospechar que hombres de alma dura, basta y redonda como el dollar, sin refinamientos artísticos ni repliegues filosóficos, iban a adoptar ante la muerte ese gallardo gesto byroniano en que, desdeñosos del peligro de la propia vida y esclavos de la galantería, su instinto de conservación es sojuzgado en el momento crítico hasta quedar como una alfombra, tendido, suave y manso, a los pies de las mujeres y los niños?
     ¿Quién osará después de esto decir -como se ha venido diciendo siempre- que los hombres de la edad presente carecen de toda idealidad, de todo impulso bellamente heroico?
     ¿Qué paladín de las edades caballerescas, qué Héctor, qué Alejandro, qué César, qué Cid ha dado al mundo espectáculo semejante al de los hombres del Titanic?
     Y en el naufragio del Titanic, donde zozobran dólares, ambiciones, instintos egoístas y mil cosas prácticas de peso, sólo se salvan las mujeres y los niños, esto es, la parte débil, pero la más delicada y bella de la especie humana, ¡la poesía!
         Los niños y las mujeres. ¿Hay algo que mejor que ellos encarne la poesía de la vida? Pues ahí está ella, la poesía, esa divina cosa etérea que muchos desdeñan, flotando -sana y salva- sobre las ondas mismas que se tragaron tantas toneladas de cosas prácticas a bordo del Titanic. Ahí está ella -la inmensa y la eterna- brillando y triunfando, no en aladas estrofas de iluminados poetas, sino en las almas mismas de los millonarios, de los comerciantes, de los hombres de bolsa y de panza. Ahí está ella esparciendo, sobre la escena trágica del hundimiento de un barco, un delicado destello de idealidad que no encontramos en las hazañas de los Alejandros y los Césares. “Muramos nosotros y que se salven las mujeres y los niños”. Eso dijeron sencillamente aquellos hombres oscuros; eso decían, mientras el enorme barco herido se iba hundiendo en la mar y en la noche. Y mientras el agua y la muerte subían a arroparlos para siempre, allá lejos sonaban los adioses de las mujeres y los niños, ante cuya omnipotente debilidad, y ante cuya excelsa y misteriosa y fascinante idealidad, una muchedumbre de hombres sencillos, de faena y de rutina, sin pizca de sentimientos poéticos, acababa de inmolarse, sobreponiéndose a lo que hay de más fuerte y apremiante en todo hombre: el instinto de conservación.



VOCABULARIO



1.Heroísmo= Realización de hechos extraordinarios y abnegados en servicio del prójimo.

2.Manso= Sereno, apacible, sosegado. Sin presunción. 

3.Elegante= Gallardo, caballeroso, deferente.


4.Ruda= Violenta, impetuosa, desconsiderada.

5.Tierra del dollar= Estados Unidos de Norteamérica.

 6.Prosa= Aspecto de las cosas que se oponen a lo ideal. Lo corriente, lo vulgar.

 7.Prosaicos= Faltos de idealidad o elevación; insulsos, vulgares.

  8.Burgueses= Pertenecientes a la clase media u opulenta.


  9.Basta= Grosera, tosca, sin pulimento.

10.Redonda= Se refiere en forma figurativa y familiar a las monedas.

11.Gallardo= Valiente, audaz, denodado.

12.Desdeñosos= Indiferentes, impasibles, imperturbables.

13.Galantería= Caballerosidad, hidalguía, altruismo.

14.Zozobran= Que se pierden o se van a pique (que se hunden). 

15.De faena y de rutina= Dedicados al trabajo ordinario y repetitivo.

16.Inmolarse= Dar la vida en beneficio de otros.




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