jueves, 8 de febrero de 2018

MEDITACIONES ACRES






MEDITACIONES ACRES
(Artículo de 1916)

     Yo iba caminando bajo unas palmas, muy cerca del mar, a la luz de la luna. Y estaba el sitio aquel tan henchido de irrealidad, de ensoñación, tan matizado de una rara y exquisita tonalidad de sombras, de luceros, de mugidos suaves de la mar y del viento, de siluetas de árboles bordadas delicadamente por la luna en el camino; de soledad, de quietud, de éxtasis, de eternidad, que poco a poco se me fueron llenando los labios de versos. Versos ingenuos, románticos, zorrillescos, que venían de muy lejos, como empapados de un rocío tenue de recuerdos de juventud. Hermosa noche ¡ay de mí! --Cuántas como éstas tan puras-- En infames aventuras...
     Y seguí recitando, divagando, abandonándome más y más al encanto formidable de la noche. Pero he aquí que, bruscamente, agotado el pequeño caudal de mis versos, siento dentro de mí el zarpazo brutal de una idea tenaz, la idea cruel del inexplicable, del horrendo contraste que he notado siempre entre nuestra tierra y nuestra gente. Nuestra tierra es apacible, es mansa, es dulcemente melancólica, tiene en la montaña y en el llano esguinces, languideces y mimos de nerviosa mujer enamorada. Mientras que nuestra gente es dura, huraña, seca, casi insensible, casi huérfana de efusiva bondad, de jovialidad, de franqueza, de arrebato, de amor.
     Y aquella noche, más que en ninguna otra ocasión, me parecía a mí monstruoso tal contraste. La tierra de un lado diciendo ternuras, envolviéndonos, enervándonos, hechizándonos con el perverso aroma delicioso de su feminidad; y de otro lado el hombre, alejado de ella, hosco y torvo, macilento, solapado, atento siempre al lado toscamente utilitario de las cosas, la boca contraída eternamente para rumiar sin goce la mascadura fría de una malicia, de una marrullería, de un chisme de política o negocio. ¿Qué capricho feroz del destino hizo nacer, Dios mío, a estos hombres helados, flácidos y lívidos sobre el terciopelo fastuoso de una tierra así? ¿Será obsecación, será mentira, será exageración esto que pienso? Quizá. No digo que no sea. ¡Se equivoca uno tanto! Pero... ¿y mis recuerdos, mis implacables recuerdos desde la escuela hasta aquí? ¿Y la inevitable comparación de estas costumbres con las costumbres que conocí en otros pueblos? ¿Cuántas son las familias que aquí acogen con gesto cariñoso y espontáneo al pariente o amigo en desgracia, o simplemente a la tropa de alborozados jóvenes que vienen a pasar unas horas de alegre parranda en la casa vecina y amiga? Las mismas fiestas de Reyes en que había algún derroche de aguinaldos baratos ¿no son ya una leyenda? Fuera del baile reglamentario, ceremonioso, almidonado, casi lúgubre de los casinos ¿qué nota de desbordante y cordial alegría damos aquí jamás? Los tiempos malos, la crisis, el poco café, el demonio y su hermano. Y pasa un año, y pasan diez y pasan doscientos cuarenta, y siempre los tiempos malos, y la crisis y el poco café en la boca torcida del padre, y siempre el ceño adusto en la cara del rico cuando pasa por el lado del pariente pobre, siempre la política baja, el chisme, el cochino trabajo rutinario y rapaz; y en ninguna parte un hospicio para niños desamparados, ni una cocina económica, ni una casa para ancianos desvalidos, ni nada, en fin, que revele protección, piedad, verdadero calor de humanidad para el enfermo, para el pobre, para el triste. Nada que no sea el bailecito aquí, el bailecito allá, y la muchacha bella o virtuosa que se casa, y el jovencito hijo de don Plutarco que se hace abogado y que sale en la crónica social, y el solo de catarata del orador tal o cual, y la sensiblera caridad con cuenta gotas de la congregación de señoras X o Z, y aquí paz y en el cielo gloria, y maldita la hora en que vinimos al mundo en el seno de un pueblo que ni siquiera por casualidad se acuerda, un domingo entre mil, de dejar la covacha sombría donde se asfixia en la ciudad para irse a vivir un momento --como hacen en todas las partes las gentes más humildes-- bajo los árboles, sobre la yerba de los campos. Aquí los árboles sólo sirven para hacer carbón y la yerba para que se la coman nuestros superiores los caballos y los bueyes. Aquí el campo es gentil y tiene siempre una canción que huele a flor de naranjo o de café y emborracha de melancolía unas veces y otras veces de loca sed de vivir y de amar. Aquí la tierra es hembra enamorada que nos tiende los brazos, pero nadie la oye. Nadie la oye, porque no somos hombres, porque dejamos de ser hombres hace ya mucho tiempo. Desde el día ya remoto en que, de guerreros y místicos que éramos, nos volvimos traficantes y pusimos feria, feria colonial americana, y enloquecidos de sórdida codicia cambalachamos el trozo de espléndido cielo que nos cupo en suerte por la tapa puerca de un barril de tocino...




VOCABULARIO




  1.Acres= Adustas, rigurosas, severas.

  2.Mugidos= Dicho del viento o del mar: Producir gran ruido.

  3.Zorrillescos= José Zorrilla (1817-1893), poeta español en que el amor constituye uno de los ejes fundamentales de toda su producción.

  4.Cuántas como éstas...= Versos de "Don Juan Tenorio", drama romántico en dos partes publicado en 1844 por José Zorrilla. 

  5.Esguinces= Movimientos, ademanes o gestos.

  6.Languideces= Flaquezas, debilidades, fragilidades.

  7.Mimos= Cariños, halagos, ternuras.

  8.Huraña= Insociable, retraída, poco comunicativo.

  9.Enervándonos= Incapaces de permanecer en reposo.

10.Hosco= Poco acogedor, áspero, intratable.

11.Torvo= Airado, amenazador.

12.Macilento= Mustio, marchito, decaído.

13.Solapado= Taimado, marrullero, malicioso.

14.Marrullería= Astucia con que alabando a uno se pretende engañarle.

15.Obcecación= Ofuscación tenaz y persistente.

16.Almidonado= Se dice de las cosas compuestas con demasiada pulcritud.

17.Adusto= Serio, seco, severo.

18.Covacha= Vivienda o aposento pobre, incómodo, oscuro, pequeño.

19.Cambalachamos= Que hicimos trueque por algo de poco valor.

20.Cupo en suerte= Que le tocó a uno o le llegó a pertenecer por azar.






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