sábado, 30 de abril de 2016

LA PAZ SI, PERO...






LA PAZ SI, PERO...
(Artículo de 1919)



       Por fin...
    Por fin, después de una eternidad de tanteos y avances y retrocesos y réplicas y contraréplicas, el tira y afloja del tratado con Alemania ha llegado a su fin. Ya era tiempo. Ya no quedaba nadie que no estuviera fatigado de tanto ir y venir y de tanto teje y desteje a puerta cerrada --o a puerta entreabierta-- de la gran diplomacia rapante de los viejos tiempos, representada una vez por los Tres y otra vez por los Cuatro o por los Cinco.
     Los Grandes Tres (The Big Three), los Grandes Cuatro, los Grandes Cinco... ¿No es verdad que por muy candoroso e inclinado al optimismo que uno sea, esto de los formidables poderes de vida y muerte para todo el género humano que han venido manipulando a cencerros tapados los Tres o los Cuatro o los Cinco grandes faquires de las Conferencias (o conciliábulos) de la Paz es cosa para rascarse la cabeza una y otra vez en señal de honda perplejidad, malestar y ansiedad? ¿Cómo ahuyentar de la mente las sombras --terriblemente sarcásticas para nuestras ilusiones democráticas-- de aquellos famosos triunviratos --Pompeyo, César y Craso; Antonio, Octavio y Lépido-- que, con todo y haber sido árbitros de los destinos del Gran Imperio Romano, no alcanzaron jamás a tener en las manos ni la mitad siquiera del poder de nuestros Grandes Tres, Grandes Cuatro o Grandes Cinco de hoy?
     Pero, menos mal, menos mal si la labor de estos triunviros de ahora ha de perdurar como testimonio granítico de su buena voluntad y amplitud de visión. Buscamos, indagamos, consultamos opiniones de los espíritus superiores de todas partes... Y lo que hemos visto y oído en estos días de ansiosa expectación nos movería ciertamente a risa, si no fuera porque es tanta la tristeza y tanto el dolor de este momento en el mundo, que para sonreir siquiera sería preciso poseer la insensibilidad de un caimán. ¡Oh la paz, la paz! ¡Alemania vencida, atada, derribada en tierra con la rodilla vengadora del gran Foch encima!...

El Tratado de los puntos

     Fuí aliado furibundo. Allá en Puerto Rico, mi terrón nativo, cuando estalló la guerra, mucho antes de intervenir los Estados Unidos (intervención que operó el milagro de convertir en pro-aliados a los pro-alemanes de la noche a la mañana) fuí de los primeros en salir a declarar, a gritar desaforadamente, en discursos y artículos, mi fervorosa exaltación en pro de la causa, tan bella, de Francia, de Bélgica, de Inglaterra, de Italia. Luego saltó a la palestra Wilson, con sus magníficos Estados Unidos, proclamando que terciaba en la refriega con el propósito "de salvar al mundo para la democracia" --una nueva, honda, humana, verdadera democracia-- y mi entusiasmo subió tanto que llegué a las fronteras mismas del energumenismo...
     Creo, pues, que sin peligro de sospecha de germanofilia, puedo ahora pronunciarme abiertamente en contra de ese Tratado, tan contrario, no sólo a los hermosos principios establecidos en los célebres catorce puntos de Wilson, sino a todas las declaraciones suyas que hemos venido leyendo en las varias obras de su pluma que corren por el mundo traducidas a todas las lenguas.
     "Abajo los grandes armamentos que constituyen un peligro constante para la paz del mundo"... decía el apóstol. Y en efecto, nunca pesó sobre los pueblos aliados una más formidable y más costosa armazón militar que la que deja en pie y sanciona el dichoso tratado.
     "Estamos satisfechos y orgullosos de luchar por los derechos de las naciones, las grandes y las pequeñas, y por el privilegio de los hombres de toda la tierra de escoger su propio modo de vida y obediencia"... "Self determination (auto determinación) para todas las razas oprimidas, es nuestra divisa frente al militarismo alemán"... Y en efecto, no sólo las razas oprimidas que ya había en el mundo (coreanos, irlandeses, judíos, indios, africanos, chinos) se han quedado como estaban, sino que su número se agiganta a partir del tratado. Siete millones de alemanes son sometidos de golpe y porrazo al yugo extranjero. Y un número mucho mayor de chinos --más de treinta millones-- es entregado sin misericordia al voraz imperialismo japonés, allá en Shantung. Y al pueblo de Austria, que casi unánimemente se manifestó deseoso de unirse a Alemania, se le condena a renunciar para siempre a toda unión. Y a los millones y millones de almas rusas que en su propia tierra decidieron confiar sus destinos a un régimen nuevo de democracia social, no sólo no se les reconoce su derecho a establecer su propio gobierno en la forma que mejor les cuadre, de acuerdo con el principio de "self determination" tantas veces proclamado, sino que se les combate a sangre y fuego y se trata de que truequen su comunismo de hoy, aceptado ya por todos los partidos rusos liberales aun los más moderados, por la dictadura brutal de un Koltchak, militarote idólatra del vodka y el látigo, a quien la misma prensa imperialista no se atreve a defender sino muy tímidamente del cargo que se le hace de ser sólo una grotesca proyección del Czar, que únicamente podrá gobernar en Rusia protegido por las bayonetas extranjeras.
     "No habrá reparto de pueblos, de masas humanas, entre los vencedores, como botín de guerra"... clamaba el profeta. Y en efecto, ahí están todavía los vencedores disputándose las presas, un pedazo por aquí, otro por allá, y todos mostrando tal afán codicioso de ser cargados "con las graves responsabilidades que apareja el título de mandatario", que ni los niños de teta se tragan ya esa nueva hipocresía internacional forjada para enmascarar la vieja rapacería del imperialismo.
     "Abajo las barreras económicas que hacen a unos pueblos feudatarios de los otros y perenne simiente de extorsiones y discordias"... Y en efecto, nunca ha sido tan grande el afán de levantar murallas proteccionistas que, por impedir la libre circulación de los víveres y demás artículos de primera necesidad, significan el ayuno para muchos, el hartazgo para unos pocos y el desquilibrio económico para todos.
     "Libertad de los mares"... En efecto, nunca estuvo tan segura como ahora en un solo bolsillo la llave de los mares.
     Pero ¿a qué seguir la angustiosa enumeración de contradicciones? Baste decir que la misma prensa imperialista de las grandes naciones ha declarado que la paz es dura, aunque agregando que más dura hubiera sido la impuesta por Alemania, como si esto fuera una disculpa propia para hacerla valer entre gentes de este siglo.

Las dos actitudes, la vieja y la nueva

     Y de esto es precisamente que conviene decir dos palabras. Ante el espectáculo de una nación vencida en guerra, yo no comparto, pero me explico, la actitud del vencedor que le pone encima la rodilla y le dicta los más crueles y humillantes términos. Es la vieja actitud de Tamerlán, la de Atila, la de todos o casi todos los héroes históricos. Ojo por ojo, diente por diente… Está bien. “Si me vences, soy tuyo, pero si te venzo, eres mío, completamente mío.” Tal para cual. Dos fieras. El hombre primitivo proyectando su enorme mandíbula implacable por encima de los siglos. Los instintos ancestrales de venganza surgiendo, triunfando e imponiéndose otra vez… Está bien. El espectáculo es atroz, pero de un salvajismo tan sencillo, tan virginal, tan diáfano, que nos hace temblar, pero no nos tortura el cerebro.
     Y concibo también, y comparto, la actitud contraria, la del hombre consciente, reflexivo, evolucionado, que al inclinarse sobre el cuerpo del vencido, en homenaje a sí mismo y a la civilización que representa, domeña sus impulsos y sólo piensa en ofrecerle al mundo en que vive el bello y saludable espectáculo cristiano de la magnanimidad, de devolver bien por mal.
     He ahí las dos actitudes opuestas bien definidas. La de los primitivos de un lado, la de los reflexivos del otro. La primera basada en los instintos animales de la fiera humana; la segunda basada en un anhelo fuerte de superación de la pobre bestia ancestral, mal encadenada dentro de nosotros. Amamos la segunda actitud y le temblamos a la primera, pero las comprendemos las dos…
    
Los invertebrados

     Lo que sí no comprendemos ni comprenderemos nunca es la doble actitud, invertebrada, de los que proclamándose adictos a la segunda y horripilados de la primera, ni se atreven a ser feroces del todo en franco holocausto a la salvaje tradición de la fuerza, ni tampoco hallan en sus adentros fervores de humanidad suficientes para atreverse a tratar fraternalmente al vencido, inaugurando, con actos y no con palabras, el imperio del bien y de la paz sobre la tierra. Un chacal devorando en plena selva su presa, nos podrá espantar pero no indignarnos, a poco que recordemos su innata, y por lo tanto irresponsable, fiereza. Pero un hombre que, al mismo tiempo que descuartiza al vencido, hace aspavientos de piedad e improvisa arengas y plegarias de paz y justicia y amor a sus semejantes… ¿a quién no escandaliza y subleva?
     Pues bien, esto último es lo que acabamos de presenciar, esto último es el bello tributo que le hacen a la cultura de su tiempo los triunviros de las Conferencias.

Brest-Litovsk

     ¿Se acuerdan ustedes de Brest Litovsk? ¿Se acuerdan de la ola de indignación que corrió por el mundo cuando se supo lo que a la Rusia vencida le imponía la feroz y golosa diplomacia prusiana? Vociferó Clemenceau, rugió Lloyd George, fulminó Wilson su más sonoro anatema… Bien. Pues lo que hicieron entonces, en plena vesania guerrera, los autócratas teutones contra sus enemigos inermes, lo hemos hecho, después del triunfo y ya en plena paz, los demócratas aliados, no ya contra nuestros enemigos los déspotas alemanes, sino contra el nuevo gobierno alemán hijo de una revolución que, alentada por nosotros mismos, derrotó al Káiser y a su gente, “nuestros únicos enemigos” según declaró Wilson repetidas veces. En aquel tratado de Brest-Litovsk que nos indignó tanto no hay nada que pueda superar la dureza terrible del que acaba de firmar Alemania. Esta nación queda por virtud de ese nuestro flamante tratado, despojada de sus colonias, despojada de las tres cuartas partes del hierro y de una tercera parte del carbón de sus minas, obligada a suministrar a Francia y Bélgica una gran parte de este poco hierro que le queda, juntamente con sulfatos, amonios y otros elementos esenciales de su industria, despojada también de todos sus barcos mercantes de gran calado y de una parte considerable de los pequeños en que hacía su tráfico doméstico, constreñida a poner todas sus maquinarias y plantas propias para la construcción de barcos a la disposición de los aliados durante cinco años, y encima de todo esto y de la pérdida de grandes porciones de su territorio, obligada a pagar una suma colosal como indemnización de guerra. En resumen, no se ha omitido nada de lo que pueda contribuir a la ruina total de la industria y comercio alemanes durante varias generaciones.
     Pero –dicen algunos, muy pocos por suerte—es que si Alemania hubiera vencido hubiera sido aún más dura con nosotros. Lo asombroso de esta disculpa tan pedestre no es que se haga, sino que la hagan precisamente los grandes hombres, los Clemenceau, y Lloyd George que en su soberbia asumieron el tremendo papel providencial de arregladores del universo. ¡Que Alemania nos hubiera tratado peor!... ¿Y qué? Aún suponiendo la posibilidad de que hubiera sido más dura, cosa difícil, ¿no habíamos quedado en que no éramos de la misma pasta cruel y sanguinaria de los agresores y que por eso mismo merecíamos la simpatía universal? ¿No habíamos quedado en que la venganza, por muy disfrazada de justicia que la pongamos, es sólo una reliquia de los tiempos bárbaros que es necesario extirpar de raíz para que el mundo se empiece a curar del viejo mal de violencia que padece? ¿Es que el hecho cierto de que “si el tigre me hubiera alcanzado me habría comido”, justificaría en mí la resolución de comerme al tigre? ¿No fuimos al campo proclamando que íbamos a hacerle la guerra a la guerra para establecer de verdad un nuevo orden social sobre la base del principio cristiano de la fraternidad universal? Pues bonita manera de comenzar a crear ese nuevo orden. En lugar de dar por muerto el pasado, olvidando el daño que nos hicieron a cambio de que se olvidara también el que nosotros hicimos, única liquidación posible de nuestro averiado caudal histórico, levantamos el palo y nos entregamos sobre el cuerpo derribado del vencido a un festín de reparto de despojos…
     ¡Y si siquiera hubiera sido al Káiser y a su círculo a quien castigábamos! Pero no; era a gentes infelices –hombres, mujeres, niños—que habían tenido tanto que ver con la guerra como nosotros los del lado de acá. Eran gentes infelices a quienes sus amos llevaron a la carnicería de los campos de batalla, o embaucados con la idea de que hacían una guerra defensiva, o coaccionados con la fusta o con la bayoneta. Eran, en fin, la triste carne de cañón con que han alimentado sus sangrientas gulas insaciables los imperialistas de todos los tiempos.
     Y es de esta pobre carne de humanidad, convulsa de dolor y empapada de sangre y de llanto –hombres, mujeres y niños--, que, a guisa de reparación y de castigo, demandamos implacables la ruina total.

La postración de Francia

     Se argüirá que la postración de Francia ocasionada por la guerra exige estas mutilaciones y reparaciones por parte de su agresora Alemania… Convenido en que hay que salvar a Francia. No hay nación alguna por cuyo florecimiento nos preocupamos más. Basta tener un poco de cultura, basta haber hojeado un poco la historia en sus más culminantes, en sus más dramáticos momentos; basta sentir un poco de reverencia por las más alta conquistas del espíritu humano, para ver en Francia, no una nación cualquiera con más o menos población, sino una especie de maravillosa orquídea hecha de las más finas esencias y decantaciones del espíritu humano. ¿Quién que ame, quién que luche más allá del manduqueo cotidiano, no ve en ella algo delicadamente íntimo y grato al corazón como un aroma de hermana o de novia?...
     Pero, ¿es que para salvarla a ella hay que inmolar a Alemania? He aquí la cuestión. No hay que haberse tragado toda una biblioteca de Economía y Sociología para ver bien claro que hoy (no “ayer”, sino “hoy”), los intereses de los dos países vecinos están de tal suerte ligados, que es imposible darle una puñalada a Alemania sin abrirle a su vez tremenda herida a Francia y viceversa. ¿Le ata usted las manos a Alemania para que no salga a colocar sus artículos en el exterior? Pues paralizó usted ipsofacto la industria alemana y la llevó a la bancarrota y de la bancarrota al caos. Y de este caos, todo puede salir menos el dinero reparador de Francia. Antes, al contrario. Lo probable, lo cierto, es que del fuego, conmoción o descomposición de este caos le tocaría inmediatamente su parte –y no pequeña-- a Francia.
     Pero es –se me dirá—que Francia misma se vió cargada de una inmensa deuda que le impuso Bismarck, y no sólo pudo pagar sino que se repuso y se enriqueció. Muy bien. Pero veamos ahora si estamos en los mismos tiempos en que fue posible esa milagrosa restauración de la enferma Francia. ¿Son iguales las circunstancias? ¿Le es ahora posible a Alemania el ponerse a trabajar callada la boca, como hizo Francia, para pagarle hasta el último centavo a su vecina? Cualquiera sabe que no, que ha llovido mucho desde aquellos tiempos, y que si Francia contó entonces con sus legiones de trabajadores –labriegos, artesanos, jornaleros—que mansamente y frugalmente se consagraban a la diaria faena de seis a seis, ya no se puede, ni en Alemania ni en ninguna otra parte, repetir el milagro, sencillamente porque aquella legión de mansos y frugales trabajadores de entonces se ha evaporado ya. Para bien o para mal ( no discutamos eso ahora), aquellos excelentes hombres de faena han aprendido el camino de la huelga y del mitin, cuando no del motín, y así, la gota del sudor que antes le salía al patrono hacendoso por una bicoca –poco más, poco menos que la del caballo—ahora le sale al mismo buen patrono, cuando la consigue, por un ojo de la cara.
     Y como hay que apechugar con las cosas, malas o buenas, tales como están, y no como debieran estar, resulta claro como la luz que, o es falso todo cuanto nos dice el cable constantemente de la creciente agitación obrera en el mundo y especialmente en Europa, o es claro como la luz que, al prescindir en sus arreglos de tan notorios factores de la moderna economía mundial, los Supremos Arquitectos de la Paz han arado en el mar.





VOCABULARIO




  1.Rapante= Que roba o quita con violencia algo.

  2.A cencerros tapados= Callada y cautelosamente.

 3.Conciliábulos= Se dice de las reuniones, generalmente ilegítimas, para tratar de algo que se desea mantener oculto.

  4.Pompeyo, César y Craso= Cneo Pompeyo Magno, Cayo Julio César y Marco Licinio Craso formaron en Roma el Primer Triunvirato que duró desde el 60 a. C. hasta el 53 a. C.

  5.Antonio, Octavio y Lépido= Marco Antonio, César Octaviano y Marco Emilio Lépido formaron en Roma el Segundo Triunvirato que duró desde el 43 a. C. hasta el 38 a. C.

  6.Granítico= Inquebrantable, firme, inalterable.

 7.Foch= Ferdinand Foch (1851-1929)= Mariscal de Campo francés, Comandante en jefe de los ejércitos Aliados durante la Primera Guerra Mundial.

  8.Furibundo= Fervoroso, apasionado, ardoroso.

  9.Saltó a la palestra= Se dice de una persona cuando toma parte activa en un asunto público.

10.Energumenismo= Modo de obrar muy exaltado, entusiasta, apasionado.

11.Catorce puntos de Wilson= Se conoce así el discurso pronunciado por el Presidente Woodrow Wllson el 8 de enero de 1918 ante el Congreso de los Estados Unidos con el propósito de presentar unos nuevos objetivos bélicos para los Aliados que pudiesen servir de base para negociaciones de paz con los Imperios Centrales.

12. Koltchack= Aleksandr Vasilievich Koltchack (1874-1920)= Militar ruso líder del movimiento antibolshevique que durante la Guerra Civil Rusa dirigió en Siberia un gobierno opuesto al de Lenín desde noviembre de 1918 a febrero de 1920.

13.Feudatarios= Súbditos, tributarios, vasallos.

14.Tamerlán= Timür-i lang (1336-1405)= Conquistador y líder militar turco-mongol.

15.Atila= (395-453)= Fue un poderoso caudillo de los hunos, confederación de  tribus euroasiáticas.

16.Domeña= Domina, constriñe, contiene.

17.Aspavientos= Se dice cuando se hace demostración exagerada de un sentimiento.

18.Brest-Litovsk= Se conoce como la Paz de Brest-Litovsk el tratado firmado el 3 de marzo de 1918 en esa ciudad bielorrusa entre los Imperios Centrales y la Rusia soviética.

19.Clemenceau= Georges Benjamin Clemenceau (1841-1929)= Médico, periodista y político francés que alcanzó el cargo de primer ministro de su país.

20.Lloyd George= David Lloyd George (1863-1945)= Primer ministro británico de 1916 a 1922.

21.Manduqueo= Coloquialismo despectivo --del latín vulgar "manducare", acción continuada de comer-- que refuerza el símil del "apetito insaciable" muy repetido a lo largo del artículo.

22.Ipso facto= Por el hecho mismo. Inmediatamente, en el acto.

23.Bismarck= Otto Eduard Leopold Von Bismarck-Schönhausen (1815-1898) Estadista, militar y político alemán.

24.Bicoca= Ganga= Se dice de las cosas apreciables que se adquieren a poca costa.

25.Apechugar= Afrontar, tolerar, sobrellevar.






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