jueves, 26 de mayo de 2022

Riqueza y Pobreza III

 

Cuarto de una serie de nueve artículos sobre el tema.


Decía yo que nuestro organismo social tiene en la sangre un virus infeccioso, causa de la ignorancia, causa de pestilencia y de crímenes.


Pues bien, ese virus no es otro que la pobreza. Basta detenernos a pensar un solo instante para convencernos de ello. Son los pobres, son los enfermos del terrible virus de la miseria, los que nutren sin cesar hospitales y cárceles.

Siendo esto así, yo quiero que se me diga si no es una tremenda estupidez el creer que es a los pobres a quienes únicamente afecta el problema de dejar de ser pobres, esto es, el problema de ser causa y raíz de todas las lacerías humanas, de todos los males que llenan el mundo.

Yo digo que es a los ricos, a los poderosos, a los privilegiados de todo género, a los que incumbe, no por principios filantrópicos más o menos nebulosos, sino por egoísmo, por puro egoísmo, la tarea de ir borrando de la tierra la mancha horrible de la miseria. ¿De qué vale tener una fortuna, haber triunfado en la refriega social, haber escalado las más altas cumbres de la riqueza o la gloria, si nada de eso nos libra de vivir en un mundo que es un inmenso lapachar donde tenemos por fuerza que cubrirnos de lodo hasta los ojos? ¿De qué vale que consagremos a la conquista del millón redentor toda una vida, si, mientras más millones acumulemos, más acosados, más perseguidos nos hemos de ver por la siniestra legión de los enfermos, de los leprosos, de los brutos, de los criminales? ¿No sacrificarían los ricos la mitad de su riqueza a cambio de poder gozar en paz de la otra mitad en un mundo curado para siempre del cáncer espantable de la ignorancia, madre de la violencia, abuela de los crímenes?

Y ya es hora de decir que no se combate la pobreza con esa ñoña caridad de reglamento que levanta hospitales y asilos y hace de cuando en cuando una limosna. No se combate la sarna, no se combate la viruela, no se combate la lepra, ayudándolas a vivir con obras de misericordia; se combaten persiguiéndolas, se combaten matándolas.

No se combate la pobreza, sino acabando con el pobre, y no se  acaba con el pobre llevándole en mananda a hospitales y cárceles y ayudándole con limosnitas irrisorias de misericordia a seguir siendo pobre.

Si se pudiera acabar la pobreza matando a los pobres, a lo Herodes, yo no vacilaría en aconsejar ese procedimiento como más en armonía con la barbarie de nuestro actual estado social; pero además de que el remedio no nos curaría sino temporalmente, porque pronto volveríamos a llenarnos de pobres, es seguro que los ricos, los mismos ricos, serían los primeros que habrían de combatir con uñas y dientes contra esta matanza draconiana que les dejaría privados de un golpe del brazo de los pobres, del sudor de los pobres, de esa máquina humana más barata y más cómoda que ninguna otra máquina.

Tenemos, pues, que no podemos matar a los pobres. Y si no podemos matar a los pobres, ¿qué recurso, qué remedio, qué fórmula emplear para librarnos de la pobreza?

El remedio es bien sencillo.

De la misma manera que cuando vemos a un individuo con síntomas de viruela o de fiebre amarilla o de peste bubónica, consideramos nuestro negocio, y no el suyo, alarmarnos hasta volvernos locos por temor del contagio, y le mandamos aislar y le buscamos un islote o un rincón cualquiera lo más distante posible para que los médicos se entiendan con él y lo despachen cuanto antes, y una vez muerto, seguimos considerando nuestro negocio -y no el de la familia del finado- el pegarle fuego a la casa y a la ropa y hasta al recuerdo del muerto; de la misma manera que en ocasiones semejantes consideramos nuestro mejor negocio, nuestra más apremiante y respetable necesidad echarnos sobre el apestado y tratar por todos los medios a nuestro alcance de combatir en su persona la infección iniciada, creo yo que debemos acostumbrarnos a ver en la pobreza un mal -no para los pobres- sino para todos, los pobres y los ricos, con lo cual vendríamos pronto a quedar convencidos de que el mejor negocio para los ricos y los sanos y los poderosos consiste en no permitirle a nadie el crimen de ser pobre, como no le premitimos a nadie el crimen de andar suelto por la calle atacado de viruela, o de vómito, o de lepra, o de rabia.




VOCABULARIO    CONTEXTUAL



1.Lacerías= Pobreza, indigencia, estrechez, necesidad, miseria

2.Lapachar=  Terreno cenagoso o excesivamente húmedo.  

3.Ñoña= De poca sustancia, apocada, reducida.

4.Irrisorias= Insignificantes por pequeño.

5.Draconiana= Relativo a Dracón, legislador de Atenas cuyas leyes eran excesivamente severas.


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