viernes, 29 de noviembre de 2024

La Virtud del Dinero

 



                 Primero de una serie de 9 artículos sobre el tema.


                                  La Virtud del Dinero 


Se habla siempre con profundo desdén del "vil metal". En el hogar, en la escuela, en la iglesia, en el teatro, la academia, en todas partes, la afición al vil metal es reprobada como feísimo delito.

Y siempre, siempre, se ha venido predicando al hombre que aborrezca como pecado mortal la codicia.

En cambio, ¡cuántos himnos, cuántas alabanzas cantadas a la pobreza! La pobreza honrada, lo pobreza sostenida con decoro, la pobreza aceptada alegremente, ¡qué virtud tan noble, que cosa tan envidiable y tan bella! 

Y los años se suceden, y los siglos pasan, y del fondo de hogares y escuelas e iglesias y teatros, continúa elevándose a los cielos el clamor de los hombres bendiciendo al pobre y condenando al rico.

Y sin embargo, sin embargo, infeliz de aquel que tome en serio el clamor general que ensalza al pobre y abomina al rico. Basta lanzarse en el torbellino del mundo, basta darse un chapuzón en la vida, basta iniciarse en la refriega social, para que la vida nos enseñe a marronazos que, al contrario de lo que cantan en hogares y escuelas, iglesias y teatros, la pobreza es un pecado abominable, y la riqueza la más alta, la más noble, la más espléndida de las virtudes.

Tal como está organizada la vida, la riqueza es la fuerza, y la fuerza es la salud, la inspiración, la armonía, la bondad, la fuente eterna de luz y de progreso y de gloria.

La riqueza limpia, la riqueza ennoblece y embellece. Los más grandes bandidos de la tierra cuando han triunfado, cuando se pasean por el mundo ostentando el nombre de millonarios, lejos de parecernos bandidos nos inspiran respeto, nos parecen seres superiores, y a su paso las más altivas frentes se inclinan, las cabezas más erguidas se descubren.

Las mismas escuelas, academias e iglesias que se pasan la vida anatemizando la riqueza y ensalzando al pobre, a cada donativo del bandido millonario se postran reverentes y le llaman, entre cánticos entusiastas, "varón magnánimo", "ilustre prócer", "generoso filántropo".

Y mientras al pobre, aunque sea inteligente y honrado, nos limitamos a hacerle justicia, llamándole con cierto indefinible y recóndito desdén, "buen hombre", apenas hemos divisado al rico le saludamos sonriente y efusivos, le estrechamos con apretón nervioso su mano y le ofrecemos nuestra casa, y se nos cae la baba, y reventamos de orgullo y de júbilo si nos digna concedernos el honor de una visita.

Y el bandido millonario, el hombre sin entrañas, la fiera que se abrió paso repartiendo entre los demás hombres dentelladas y zarpazos, al verse alabado, festejado y adorado como un dios, al notar que la sociedad le devuelve bien por mal, se va dulcificando, empieza a sentir él también respeto, casi adoración por sí mismo, y va lenta e inconscientemente elevándose al nivel del tratamiento que recibe, y predica sermones, y esribe libros de aliento para los jóvenes, y funda instituciones educativas, y hace regios donativos a hospicios e iglesias..., y el rugir de la fiera de otro tiempo se convierte en suavísima sonrisa, y el hombre sin entrañas que empezó su camino en los antros tenebrosos de la miseria y el crimen, al solo influjo del dinero redentor, acaba por morir en olor a santidad.

¿Se quiere una prueba más cumplida de que el dinero es el más poderoso y eficaz agente de bien y de progreso, y de que pueden más para la salud del cuerpo y del espíritu unas cuantas monedas que todos los predicadores de la tierra?

Y si es así, el seguir haciéndole tragar a nuestros hijos en hogares y escuelas la mentira de que es honroso y santo el desprecio al dinero y una excelsa virtud la pobreza, constituye la más vil de las hipocrecías, el más despreciable y abyecto de los crímenes.

Con tan nociva educación, en lugar de preparar a nuestros hijos para ser fuertes y conquistar a dentelladas el triunfo en la social refriega, los hacemos débiles, enfermizos, propios solamente para nutrir hospitales y cárceles, les despojamos de las armas necesarias para atacar y defenderse, les limamos neciamente las uñas y los dientes, exponiéndoles a todas las degradaciones, a todas la vilezas y dolores de la miseria.

Será amargo, será brutal lo que digo, pero la realidad, la inevitable realidad de nuestra vida es más brutal y amarga todavía.

Además la culpa no es de nosotros, es de la organización social en que vivimos. Pero mientras esa organización subsista, yo creo, yo afirmo, yo sostengo que el primero de nuestros deberes consiste, al revés de lo que decimos a nuestros hijos, en no ser pobres. Del mismo modo y en la misma medida que nos avergonzamos de una enfermedad contagiosa, debemos avergonzarnos de ser pobres. Porque, ¿qué mayor enfermedad que la pobreza?

La pobreza nos hace débiles, nos hace ignorantes y rudos, nos convierte en una exhibición perpetua de fealdad e inmundicia, en un núcleo perenne de villanía y de pereza y de crimen, en un tremendo e infeccioso virus en que laten en germen todos los males, todas las lacerías.

Por ser pobres nuestros hijos crecen enclenques y enfermos, sin sangre en las venas, sin luz en la mente; por ser pobres nos vemos forzados a vender nuestro sudor a un precio cada vez más bajo, aniquilando así la incipiente rebeldía de nuestros hermanos en huelga; por ser pobres convertimos los suburbios de las grandes ciudades en un inmenso, fétido hacinamiento de harapos y desechos, y lástima, y horrores; por ser pobres miramos con bestial indiferencia el avance del pensamiento en la ciencia, el rutilar de la belleza en el arte; por ser pobres rodamos y rodamos de ignominia en ignominia hasta el hospital, o la cárcel, o el cadalso; por ser pobres toda nuestra vida afectiva y nuestra vida intelectual se encierra en el estómago, en un estómago insaciado que se queja...

Y es por eso que debemos odiar de todo corazón la pobreza, que es el más grande, el más abominable de los crímenes. ¡Si hasta creo que es el único crimen!

Y es por eso también que en hogares y escuelas, y teatros y academias, le debemos predicar a nuestros hijos, como el deber más alto de todos los deberes, el deber de ser rico a todo trance; de sacrificar todo otro pensamiento al pensamiento de evitar la verguenza de ser pobres; de correr incansables e insaciables en busca de ese tan calumniado metal, sonoro y brillante, que nos hace ricos, y al hacernos ricos nos hace más sanos, más limpios, más alegres, más generosos, más enérgicos, más grandes, más hidalgos, más intrépidos, más nobles, más bellos...



                      VOCABULARIO CONTEXTUAL



 1.Refriega= Lucha, batalla, combate, contienda.

 2.Anatemizando= Reprobando, censurando, excecrando, maldiciendo.

 3.Ensalzando= Elogiando, ponderando, encomiando, exaltando.

 4.Dentelladas=   Acto de clavar los dientes, especialmente cuando se hace con fuerza para atacar o defenderse. Mordeduras, mordiscos.

 5.Abyecto= Infame, ruin, vil.

 6.Lacerías= Pobreza, indigencia, estrechez, miseria.

 7.Rutilar= Resplandecer, refulgir, relumbrar.





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