viernes, 12 de abril de 2013

LOS TRES ENEMIGOS DEL ALMA MODERNA [2] CINES Y TEATROS





LOS TRES ENEMIGOS DEL ALMA MODERNA [2]
CINES Y TEATROS
(Artículo de 1921)



     Y ahora, conforme a lo anunciado en el número anterior, vamos con el cine y teatro. En primer lugar, existe el viejo pleito de si el cine matará al teatro o el teatro al cine. Yo creo que ninguno matará a ninguno. Al que están matando los dos, en competencia criminal, es al público, al pobre público que paga siempre mejor lo que más le idiotiza y envenena o aniquila (el alcohol, las drogas, el modisto, el cirujano, el charlatán profesional o político, etc.).
     Ambos, teatro y cine, pero más el último que el primero, por la sola razón de que alcanza al mayor número, son dos cosas enormes: son algo así como templos para comulgar con cuanto tiene de grandeza y misterio la vida. Son el dolor, la alegría, el niño, la mujer, el viejo, el torbellino, el remanso, el odio, el amor, la barcarola, el naufragio, la estrofa, el rugido: son esta miserable y excelsa cosa, en latido y en marcha perenne: ¡la vida!
     Son sí, dos cosas enormes; pero sólo en potencia. Sólo en potencia, porque lo que dan de sí hoy es una mescolanza informe de una vileza de expresión y de intención que supera hasta a la del asnal periodismo. Dos elementos entran siempre en la composición del horrible bodrio del teatro y del cine. Id al primer cine o al primer teatro que encontréis en Buenos Aires, y veréis cómo en el insulso plato que os sirven, nunca falta uno de estos dos ingredientes: o el sentimentalismo baboso, el romance barato, enemigo de la verdadera poesía, o el pornografismo más tonto y soez. Las dos cosas --sentimentalismo y pornografía-- son malas, pero puesto a escoger, yo escogería lo último, que, digan lo que digan las almas ingenuas, es menos degradante y corruptor que lo primero.
     En el cine es donde encontramos a toneladas la baba sentimental infecciosa de que hablo. Allí es donde crece y florece a sus anchas todo ese lodo humano --amor exaltado y enfermizo, y unilateral, y primitivo, de él a ella y de ella a él; celos estúpidos de asesino; hombría de bien negativa y ruin, consistente en devolverle el reloj al principal (millonario) o salvarle la hija de un fuego (para casarse con ella al final); héroes que han de ser siempre buenos mozos y excelentes boxeadores; truhanería cicatera e hipócrita en los buenos y maldad torpe y ciega en los malos; recompensa bien jugosa para aquéllos y palos, golpes y presidio de una crueldad feroz para éstos--, todo ese lodo humano, digo, que nos empuerca el corazón. Ese mundo que vemos allí, en el cine, no es, como dicen muchos, irreal, fantástico. No; es real. Es, por desgracia, el mismo mundo mezquino, hipócrita y helado, de todos los días. Su mal no está en ser una mala copia, sino en ser sólo una copia. Su mal está en que es convencional, convencional como la vida que hacemos, la vida que nos permite vivir el vientre de ballena éste que llamamos civilización. Es esta misma vida nuestra sin luz, sin espontaneidad, sin bondad, sin verdad, sin pan y sin amor..., pero idealizada, retocada y adobada hasta parecer buena y hacernos conformes --y hasta contentos y orgullosos-- con ella. Y ahí está el mal precisamente; ahí está el veneno. Cuando toda la esperanza del mundo radica en que nos hagamos mejores, en que cambiemos, en que ascendamos hacia un plano más alto de pensamiento y sentimiento, cambio imposible mientras sigamos con la moral mercenaria y roñosa (él, ella, tuyo y mío, golpe por golpe) en que estamos encharcados desde hace siglos, la labor del cine, que pone ante la gran masa social donde están los niños junto a los viejos, como bellos modelos a imitar, los ejemplares más típicos de la psicología de muñecos engendrada por la tosca moral consuetudinaria, no puede menos que resultar tan perniciosa como la más contagiosa y fulminante de las plagas.
     Y si del cine vamos al teatro, peor. Peor, porque en el cine, al menos, se ve y no se oye. El cine nos da figuras; el teatro nos da figuras y palabras. ¡Y qué palabras! Id al teatro argentino, al teatro popular por excelencia, y veréis, Veréis los instintos más bajos y plebeyos de la bestia sometidos a un halago sistemático que da náudeas. Veréis la matonería hecha norma, el caló hecho elegancia, la hembra de arrabal, que sólo tiene sexo, hecha heroína, y, sobre todo, veréis... ¡veréis, horror, el chiste mal sonante y mal oliente, ruin y maligno y tonto, convertido en la suprema finalidad artística del laureado, del aplaudido y enriquecido autor!
     Pero, --diréis-- ¿y qué van a hacer los pobrecitos autores, sino servirle el plato único que es del gusto del público? Y yo os replico enseguida que no estoy ahora haciendo la crítica de los autores, sino exponiendo un hecho: el hecho de la horrorosa deformidad artística y moral del teatro popular argentino. ¿Que los autores hacen bien de optar, entre ser ricos pronto y morirse de hambre lentamente, por ser ricos, y confeccionar el asqueroso bodrio al gusto popular, y mandar el arte y todo lo demás a paseo? Claro que sí. ¿Hay delito mayor que el de ser pobres dentro de este sistema social? Pero... ¿Y si no fuera éste el caso? Y si en lugar de ser el vulgo necio lo que hace a la obra necia fuese la obra necia la que hace al vulgo necio? El vulgo no es nunca tan espeso como parece. Prueba de que no lo es, la tenemos en que cuando, en lugar de la fábrica de chistes pedestres del género chico en España (y aquí, como dondequiera que se hable español, estamos en España) surgió la fina gracia, arrebolada de bondad y de poesía de los Quintero, el vulgo se salió inmediatamente del muladar de la chistografía barata y acudió, atropellándose, a deleitarse con la producción de los Quintero. Y si de este plano de gracia epidérmica se le hubiera querido elevar hasta el humorismo hondo y certero de los France y los Shaw, hasta allá, hasta ese altísimo nivel habría subido la misteriosa sed de sol que hace del mero vulgo el consagrador primero y eterno de los grandes, de los renovadores, hostilizados siempre por los sabihondos de la técnica y la crítica.
     Lo que pasa es que es más fácil dar toneladas de basura, de fétido estiércol mental del que hoy se nos sirve, que un solo relámpago de virginal y genuina espiritualidad. 
     Y si salimos del teatro populachero y nos vamos al grande, al serio... Alto ahí, señora (hablo con mi pluma), ¡alto ahí! que ya para sermón es bastante. Despídase sin chistar enseguida, y que queden así las cosas hasta el próximo número.



VOCABULARIO



  1.Barcarola= Canción popular de Italia, y especialmente de los gondoleros de Venecia.

  2.Bodrio= Cosa mal hecha o de mala calidad.

  3.Insulso= Falto de viveza, gracia o interés.

  4.Soez= Chabacano, ofensivo, grosero.

  5.Truhanería= Canallada, granujada, bribonería.

  6.Convencional= Usual, habitual, acostumbrado.

  7.Roñosa= Mezquina, egoista, cicatera.

  8.Se ve y no se oye= Es el año 1921, todavía de cine mudo.

  9.Caló= Especie de jerga de los gitanos españoles.

10.Espeso= Que no destaca, mediocre.

11.Quintero= Serafín Álvarez Quintero (1871-1938) y Joaquín Álvarez Quintero (1873-1944)= Comediógrafos españoles.

12.France= Anatole François Thibault (1844-1924)= Escritor francés, ganador del Premio Nobel de literatura de 1921.

13.Shaw= George Bernard Shaw (1856-1950)= Escritor irlandés, ganador del Premio Nobel de literatura de 1925.

14.Relámpago= Se dice de las cosas agudas, ingeniosas.





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