martes, 5 de enero de 2016

¡ALTO AHI, SEÑOR LUGONES!







¡ALTO AHI, SEÑOR LUGONES!
(Artículo de 1919)




     Pocas cosas he leído en estos últimos días tan... desdichadas como el artículo de Lugones "Ante las Hordas", que reproduce este periódico en la sección de "Trabajos Notables".
     Leopoldo Lugones es otra de nuestras grandes, apabullantes reputaciones. Sería, por consiguiente, un crimen el permitirle sin protesta que, usando del grandísimo prestigio de su nombre literario, influya en nuestra juventud intelectual con cosas tan desatinadas y falaces como las que nos endilga en este artículo.
     Empieza nuestro aclamado poeta con una disertación histórica bastante larga encaminada a probar... que nos amenaza --a los europeos y americanos-- un grande y terrible peligro. ¿Cuál? ¡El peligro amarillo!
     Según Lugones, estamos los pobrecitos pueblos de este lado occidental del mapa a un paso de ser invadidos y tragados por una ola amarilla que saldrá de la China y no se detendrá hasta haber arrasado los tesoros todos de nuestra "grandiosa" civilización occidental.
     Parece broma, ¿eh? Pues no, no lo es, lo dice muy en serio, muy enfática y catedráticamente.
     ¡Ah, mi señor Lugones! Me va usted a perdonar la irreverencia, pero ¿cómo reprimir una sonrisita, un si es no es compasiva, ante sus candorosas alarmas amarillas? ¿Cómo permanecer serio ante el caso pasmoso de parto de los montes que representa una mentalidad tan encumbrada, como dicen que es la suya, alumbrando tan aparatosamente las mismas majaderías que ya encontraron albergue en el mediocre espíritu agresivamente megalómano del ex-Kaiser alemán? Usted, tan alto en la atalaya del pensamiento, dándonos del mundo de ahora y de los problemas de ese mundo la misma pedestre interpretación que nos solían dar hace ya algunos años los militarotes fantaseadores, a quienes les convenía tener siempre escondido en el hueco de la manga un peligrito militar cualquiera --verde, amarillo o colorado-- para hacerse pasar por indispensables.
     No hay tal peligro amarillo, hombre de Dios, ni lo hubo nunca. Si lo hubiera, lo tendríamos muy merecido, porque Dios sabe si podríamos pagar, no ya con nuestra piojosa, tuberculosa, infanticida y sanguinaria civilización, sino ni siquiera con nuestras vidas y las de nuestros hijos, la vieja cuenta de robos, desprecios y atropellos de todo género que nos podrían presentar los chinos, y en general los pueblos orientales, el día de una liquidación final. Y esto de que no hay tal peligro, no se lo digo yo por oponer profecía contra profecía, porque en este caso usted tendría cien veces más autoridad oracular que yo, ya que usted se llama Lugones y yo apenas me llamo Nemesio, sino porque estoy cierto de que a cualquiera que piense un segundo le costará muy poco reducir su vaticinio a la categoría de un chiste, con sólo acordarse de que, precisamente por pacíficos, por curados del salvajismo militar que usted defiende indirectamente, los chinos no sólo dejaron hace siglos de ser un peligro de agresión armada contra nadie, sino que hemos sido y seguimos siendo nosotros los occidentales, con nuestra insaciable voracidad imperialista, con nuestro raterismo internacional a base de armamentos y organizaciones formidables, los que pusimos y ponemos en peligro la civilización y la vida de los chinos.
     ¿Desde qué observatorio mira usted, hombre de Dios, que no ve que para que haya leñador que ponga en peligro la vida del bosque tiene que haber antes no sólo el hacha, sino también el hombre que sepa amolarla y manejarla, por haber hecho de su manejo un oficio? ¿Cuándo ha habido olas de hombres invadiendo territorios extranjeros sin que antes de la ola haya habido una organización y un espíritu de conquista guerrera? ¿Y dónde, en qué punto del mundo descubre usted hoy ese espíritu y esa organización de bayoneta calada, como no sea entre nosotros los pueblos occidentales y en nuestro aventajado discípulo, aliado y cómplice el Japón?
     Si la China no nos envió la ola amarilla de marras cuando era un imperio, una monarquía absoluta, ¿cómo concibe usted que ahora que es república y que llega demasiado tarde al período de expansión capitalista, y que, además, se haya presa en las fauces del lobo del imperialismo militarista extranjero (europeo, americano, japonés), va a hallarse más dispuesta para esa colosal inundación guerrera que a usted le asusta?
     Y aun dando de barato que un pueblo inveteradamente pacífico como el chino se hiciera guerrero de la noche a la mañana, ¿dónde diablos supone usted que iban a encontrar los chinos los millones de millones de pesos que serían necesarios para movilizar y mantener en marcha las enormes masas que supone una invasión armada de Europa? Concediendo que una organización militar tan gigantesca pudiera improvisarse ¿cómo improvisar los préstamos colosales, y las colosales flotas para transporte de material, cuando ahora mismo está la pobre China sudando la gota gorda para que le permitan las grandes potencias colocar un préstamo insignificante con qué hacer frente a sus más perentorias necesidades domésticas?
     No sabe usted, amigo, que, desde que salimos definitivamente de las guerras de conquista religiosas los hombres, ya no nos matamos al por mayor sino cuando salimos a la conquista de mercados, y que, por consiguiente, los pueblos que amenazan perpetuamente la paz del mundo no son sino aquellos en los que el industrialismo capitalista (que no puede ser sino guerrrero) ha adquirido su más alto desarrollo? ¿Y cuáles son los pueblos de expansión industrialistas, que es como decir imperialistas, esto, es, salteadores y matones de oficio, en el mundo de hoy? Seguramente que en la lista de estos "avanzados" pueblos aguijoneados de la sed guerrera del capitalismo, no figura la China ¡qué ha de figurar!, pero sí figuramos nosotros, los demócratas y desinteresados angelitos occidentales: no es ella, pues, la que nos está amenazando de muerte a nosotros, sino nosotros a ella. ¡Hombre, hombre, señor Lugones, ni que viviera usted en la luna se le podía perdonar tanta candidez! No, amigo, el peligro no está fuera sino dentro, no está en las olas chinas, sino en la ola negra de una tradición militarista en esencia que nos viene, no ciertamente de la China, sino de nuestros venerables abuelos, de aquellos nuestros ilustres antepasados que eran en el teatro pintorescos y declamadores caballeros de capa y espada, y en la vida real profesionales del asesinato, cuyo concepto del honor no se elevaba mucho por encima del que podría exteriorizar un toro si hablara. Ese fue y ha sido siempre nuestro único peligro, nuestro gran peligro de perdición.

El militarismo alemán

     Después habla usted del militarismo alemán... Dios le conserve por los siglos de los siglos, señor Lugones, todo el tesoro de inocencia virginal que es preciso tener para seguir acariciando la ilusión de que hay dos clases de militarismo, uno malo, muy malo --el alemán-- y otro bueno, muy bueno, el aliado --francés, inglés, japonés, rumano, polaco, etc.--. ¿No ve usted, alma de Dios, que murió la pepita pero no la gallina. La pepita, la tumefacción militarista alemana, pasó ya, a Dios gracias. Pero está en pie, vivita y coleando, la gallina del militarismo, ya que nadie niega hoy que el sistema de organización y armamento y el culto del militar continúan, y mientras haya gallina tendremos pepita, que si ayer fue alemana, mañana será inglesa, francesa, americana o japonesa. El militarismo aliado --menos musculoso pero más nervioso, más ágil que el alemán-- se batió con éste y se lo tragó y ahora está más gordo, más potente. ¿Cree usted, señor Lugones, que el peligro de ahora está en el monstruo tragado o en el monstruo tragador?
     
El socialismo como invento alemán

     Pero no tiene desperdicio el artículo; salimos de un asombro y caemos en otro mayor. Ahora ya no es lo del peligro amarillo, ni el otro peligro del militarismo alemán. Ahora la emprende contra el socialismo, empezando por acusarle de ser un invento alemán. ¡Un invento alemán el socialismo! ¿Y Fourier? ¿Y Babeuf? ¿Y Proudhon? ¿Y Owen? ¿Y Beller? ¿Y tantísimos otros que cualquiera podría citar en un santiamén con sólo acudir a la primera enciclopedia buena o mala que haya a la mano? El castigo que merece el señor Lugones por esta fea vulgaridad de hacerle ascos a una idea por el mero hecho de concebirla rotulada con la marca de fábrica de un país determinado, es que yo fuera un erudito a la violeta, de los mucho que padece América, y que le dejara caer encima toda la catarata de nombres y fechas de los que abundan en los diccionarios, en demostración de que lo que él llama invento socialista tiene, en todo caso, más de francés que de alemán y más de inglés que de francés. Sólo que la explosión erudita no tendrá lugar en este caso, porque no hace maldita la falta, toda vez que, concediendo que el socialismo fuera un invento alemán, ¿tiene algo que ver su doctrina, buena o mala, con el viejo embeleco de las fronteras nacionales? ¿Lleva el señor Lugones su estrecho sectarismo nacionalista hasta el ridículo extremo de concebir las ideas pintarrajeadas con los estridentes colorines nacionales? ¡Cómo! ¿Habrá que enseñarle a este hombre, a esta cumbre, que las ideas no son ni de aquí ni de allá, sino de todas partes?

Culpables e inocentes

     Pero lo del invento alemán no es más que el preámbulo para la andanada que suelta en seguida, cuando dice aquello de que:

     "... la bastarda república (Alemania) autoriza su última resistencia al Tratado de Paz con el proceso de aquel déspota (el Káiser), cuando debía facilitarlo más bien, o emprenderlo por cuenta propia."
          
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     "Así como los cristianos del siglo V invocaban a Atila contra su propio país, el socialismo reniega ya de la victoria conseguida contra la autocracia germánica y prefiere que para dejar impune a la farisaica república, las naciones que éste invadiera queden devastadas sin reparación, los antiguos salteos de Polonia y de Italia reconocidos, el crimen igualado con la inocencia. El embrutecimiento sectario nos retrograda así al tiempo de las hordas."

     ¿Lo véis? El gran Lugones no les perdona a los socialistas que no quieran el proceso y castigo del Káiser, ni la dureza terrible de los términos del Tratado. El gran Lugones es partidario, con los "jingoístas" y cretinos de todas partes, de que el drama de la guerra acabe, como acaban los melodramas del cine, con el plebeyo y soez espectáculo del pateo feroz de los "malos" por los "buenos". Para el gran Lugones, los grandes pensadores de todas partes que, como Anatole France, Romain Rolland, Barbusse, Wells y Bernard Shaw, para no citar sino a los más eminentes, han protestado indignados de la crueldad del Tratado y de la sed insana de castigos y desquites, no son más que unos necios "cuyo embrutecimiento sectario nos retrograda así al tiempo de las hordas."
     La verdad: yo no esperé nunca grandes cosas de nuestra retrasada ideología hispanoamericana, pero no soñé nunca que una de nuestras mentalidades más encopetadas tuviese de las cosas tal concepto troglodítico. ¡Cómo! ¿En esto también habrá que enseñarle a nuestro hombre que los espíritus más altos de la humanidad no quieren procedimientos de venganza, no por amor al vencido, sino para evitarle al vencedor que afee y emporque su triunfo, echándose como un gorila cualquiera sobre el cuerpo del enemigo caído "para comerle los hígados"? Estos ilustres hombres que he citado, y muchos más, esperaban que el vencedor solemnizase su victoria con el único espectáculo digno de los que decían haber ido a la guerra con fines tan elevados: con la hermosa lección humana que hubiera sido el levantar al vencido del polvo de la derrota, no para subirle a un cadalso y escupirle al rostro, sino para decirle: hermano, mi castigo ahora que he triunfado es el de obligarte a aceptar mi perdón, invitándote a inaugurar un nuevo orden y a trabajar juntos para reparar los daños causados y devolverle a la humanidad la paz, la luz y el bienestar perdidos.
     Pero ¿no es verdad que parece cosa de pesadilla que haya todavía en almas como la de Lugones tal sedimento bárbaro del ancestral apego a la violencia cuajado en la odiosa máxima de "ojo por ojo, diente por diente"? ¿Y no es este mismo Lugones el que en párrafo anterior nos habló de que había que inaugurar una nueva civilización sobre la tierra, "fundándola --para emplear sus propias palabras-- "en los derechos del hombre, quien así, por ser hombre, resulta nuestro conciudadano," afirmando también que ya "empezamos a reconstruir el mundo fraternal"? ¿Cómo caben en la misma pluma y en la misma cabeza criterios tan reñidos como el de estas frases y el que inspira su furor contra los socialistas y no socialistas que para honra del género humano se han levantado a pedir que se rectifique a los vencedores de otras épocas mediante la sustitución de la violencia destructora por la clemencia creadora y reparadora?

Colectivismo y monarquismo     

     Pero donde llegamos al colmo es cuando dice aquello de que:

     "el socialismo congenia más con la monarquía que con la democracia, al ser ambos formas del colectivismo despótico. La dictadura proletaria es la sustitución de la dictadura nobilaria bajo una misma tiranía permanente: ideal de esclavos, que, como es natural,debía nacer en una autocracia militarista. Pues el socialismo, no hay que olvidarlo, es un invento alemán."

     Quiere decir que, en opinión del señor Lugones, socialismo y monarquía son la misma cosa, porque ambas son "formas del colectivismo despótico." ¡Qué atrocidad! Colectivismo la monarquía... ¿De dónde saca estas cosas tan chuscas el señor Lugones? Si la monarquía, que en su esencia es la voluntad de uno --del rey-- imperando sobre la de todos, le parece colectivista, ¿qué forma de gobierno le parecerá bastante unipersonal para no merecerle el despectivo nombre de colectivismo? Si los alemanes eran malos, porque sufrían la férula de un solo hombre --el Káiser-- y ahora, porque han reemplazado la férula del Káiser por la férula del pueblo, bajo el régimen nuevo (tímidamente socialista), siguen siendo malos, y aun peores, en concepto de Lugones, ¿qué forma de gobierno podrían adoptar que fuera del gusto de éste?
     ¡Qué terrible ensaladilla la que forma nuestro insigne esteta argentino barajando sin ton ni son los conceptos más contradictorios! Por un lado nos habla mal del colectivismo socialista, y por otro lado nos habla peor del monarquismo que es su antítesis. Por un lado nos dice que "el hombre sólo por ser hombre es conciudadano de todos los demás hombres" y por otro lado llama traidores a los socialistas, precisamente porque, en obediencia a esas mismas ideas, tratan de echar abajo los muros y los trapos de colores que separan a un pueblo de otro. Por un lado nos dice que empezamos a reconstruir "un mundo fraternal," y por otro colma de denuestos a los mismos socialistas (palo si bogas y palo si no bogas), precisamente porque éstos han abogado porque no se trate a los enemigos de ayer y vencidos de hoy, no como a enemigos vencidos, sino como a hermanos, único modo de acabar con los procedimientos de violencia del mundo viejo que nos llevó a la guerra y echar las bases del "mundo fraternal" que dice querer el señor Lugones. ¿En qué quedamos, amigo Lugones? ¿Quiere usted que haya hermanos? Pues trate a las gentes con bondad, no sólo al amigo sino al enemigo. ¿No se siente usted capaz de procedimientos de bondad? Pues no hable de fraternidades, porque al abogar por las dos cosas al mismo tiempo --en una mano el nudoso garrote del gorila y en la otra el ramito de oliva-- es, por lo menos, dar lugar a que se diga de usted que habla por hablar, por oírse, como los papagayos.

Suma y sigue

     Pero... ¿creían ustedes que paraban ahí las contradicciones? Pues no, señor; no paran. Todavía quedan dos contradicciones más --si es que no se me han escapado otras, ¡son tantas!-- cuyo único comentario adecuado debería ser música, musiquita de género chico.
     Por un lado, nuestro gran Lugones condena "el aislamiento medioeval que del feudo salteador engendra a la nación bandida... etc.", y hace, o parece que hace, la apología del espíritu internacionalista y universalista, en oposición al nacionalismo y al patrioterismo, y por otro lado, ... ¡pum! Ved con lo que se nos descuelga:

     "Así hemos quedado mal ante la opinión pública de los Estados Unidos, Italia y Francia, o sea, en estos dos últimos casos, los únicos grandes países que saldrán incólumes del próximo desbarajuste europeo, al ser también los únicos entre aquellos donde nadie quiere ser otra cosa que italiano y francés."

     ¿Se enteran ustedes? Francés, o italiano, o argentino, siempre y por encima de todo, es su receta para ser grandes. ¿Cómo se compagina esta profesión de fe nacionalista, de carácter tan exclusivo y rabioso, con lo anterior? ¿No es éste el medioevalismo bárbaro que condenaba unas líneas antes? ¡Bendito sea Dios! ¡Y pensar que es un Lugones, todo un hombre-cumbre de los nuestros, quien desbarra de tan lamentable manera!

La dictadura proletaria

     Y ahora llegamos al clímax, a la más despatarrante de las contradicciones. Oid. Habla otra vez la cumbre:

     "La dictadura proletaria es la sustitución de la dictadura nobilaria bajo una misma tiranía permanente: ideal de esclavos que, como es natural, debía nacer en una autocracia militarista."

     ¡Quiérese una condenación más airada y terminante de todo sistema colectivista que esto que acabamos de transcribir? Pues bien; de la pluma mismísima que formuló ese anatema, salió esto otro que vais a oír:

     "Al propio tiempo habrá que resolver con intrepidez los grandes problemas de justicia humana, cuyo fundamento material consiste en la posesión de la tierra por el hombre: que el hombre, como "rey de la creación", no resulte, por siniestra paradoja, esclavo del hombre, sino dueño como cualquiera o como todos, y en consecuencia trabajador y usufructuario del bien común de la tierra. Países como éstos, donde hay más tierra que hombres, son los que pueden hacerlo sin violencia, realizando la perfección de la patria. Pues sólo resultará perfecta aquella patria de la cual sean efectivamente dueños todos los ciudadanos."

     Otra vez se nos abre desmesuradamente la boca en el paroxismo del asombro y nos preguntamos si este Leopoldo Lugones que nos suscribe estas atrocidades es el mismo Leopoldo Lugones de quien tantas alabanzas le oímos a la fama. ¿Será posible que este señor no advierta que eso que él dice de hacer que el hombre deje de ser "esclavo del otro hombre" para convertirse "en dueño como cualquiera y como todos, y en consecuencia trabajador y usufructuario del bien común," es precisamente lo que constituye la base del programa socialista y lo que, combatido fieramente por los imperialistas, ha implantado en Rusia el maximalismo?
     Amigo, si no habló usted por hablar, por hacer frases, como solemos hablar todavía los oradores y literatos hispano-parlantes, dígnese usted decirme cómo sería posible sin colectivismo resolver el problema fundamental de justicia humana de que usted nos habla, en el sentido de acabar con la esclavitud. Una de dos, amigo, una de dos: o está bien el hombre como está, y entonces no hay tal "problema de justicia humana" ni tal "siniestra paradoja," como dice usted, en que "el hombre, rey de la creación, resulta esclavo del hombre," o es verdad lo del problema fundamental y lo de la esclavitud del hombre rey. Si lo primero, si está bien todo tal como está, no hay más remedio que declararle a usted culpable de hablar sin pensar, por dar gusto a la lengua o a la pluma; pero si lo segundo, esto es, si hay injusticia social que reparar, si hay esclavitud económica que destruir, otra vez una de dos: o está usted contra el colectivismo en cualquiera de sus formas, o está usted con el colectivismo. Si lo segundo, si está usted con el colectivismo, toda esa pirotecnia retórica que usted se gasta contra lo que usted llama "el gobierno de las plebes enceguecidas," carece de sentido; y si lo primero, si es usted anticolectivista, ¿cómo se explica que usted quiera y no quiera al mismo tiempo, las mismas cosas? ¿No quedamos en que el hombre debe ser al mismo tiempo trabajador y usufructuario de los bienes de la tierra? Pues ¿cómo puede usted querer esto y al mismo tiempo no querer el sistema socialista o colectivista, que es el único camino que lleva a ese fin? Si quiere usted el efecto ¿cómo puede usted dejar de querer la causa? ¿Cómo puede usted aspirar a la emancipación económica del hombre de hoy, si al mismo tiempo le hace tales ascos a eso que usted llama la dictadura del proletariado? ¿Cómo? ¿Le asustan a usted los nombres, las palabras, como a un burgués cualquiera, sin pararse a considerar lo que hay detrás de las palabras? Vamos a ver; ¿qué hay detrás de esas palabras que a usted le horripilan?
     Por muchas vueltas que le demos, no hay sino una cosa sencillísima, que es raro que antes no se le hubiera ocurrido al mismo Pero Grullo. ¿Qué es, amigo mío, lo que se quiere decir en realidad cuando se dice "dictadura del trabajador"? ¿Una nueva y más espantosa forma de tiranizarnos los unos a los otros? No. Al contrario, la negación de toda posibilidad de tiranizarnos los unos a los otros. ¿Por qué? Muy sencillo, porque... ¿es o no cierto que en una sociedad bien constituida nadie debe vivir a expensas de los demás, consumiendo sin producir, a excepción de los incapacitados por la edad o invalidez corporal? ¿Es o no cierto que la única ley que debe pesar igualmente sobre todos, para que no oprima o aplaste a los unos en beneficio de los otros, como sucede hoy, debe ser la del trabajo? ¿Es o no cierto que en una sociedad bien constituida, a base de justicia, todos los no incapacitados hemos de poseer la condición de trabajadores? 
     Pues si hemos de ser trabajadores, decir dictadura de los trabajadores vale como decir dictadura de todos por todos. ¿Y qué es, a qué se reduce, en realidad, una dictadura de todos por todos? ¿Decir esto no es lo mismo que decir dictadura de nadie por nadie?
     ¿Ve usted, señor Lugones, cómo la dichosa dictadura esa sólo puede espantar realmente a los que sienten horror ante la mera posibilidad de que un día sus ilustres personas tengan que doblarle el lomo al trabajo, pasando del estado deshonroso y corruptor de parásitos al estado honroso y regenerador de productores en bien de la comunidad?
     Pero es que usted, como muchos liberales a la antigua, se ha quedado rezagado, hipnotizado aún por el aparato e infantil individualismo de Spencer y comparsa, arrinconado definitivamente desde que caímos en la cuenta de que la mejor defensa con que cuenta el sistema plutocrático de hoy, es, precisamente, el necio "laissez faire" individualista que dejó a los más a merced de los menos. El trasnochado ensueño individualista de la soberanía suprema de cada hombre estaría bien para andar a gatas por los montes, pero no para vivir en sociedad. El mundo de hoy no quiere ni naciones supremas, ni hombres supremos. Si ha de haber sociedad, ésta tiene que asegurar la producción, base indispensable de su existencia, y para asegurar la producción, tiene que establecer la contribución individual y forzosa del trabajo, y por consiguiente, deberá poseer autoridad suficiente para exigirnos a todos esa contribución. He ahí el colectivismo, en reemplazo del cual sólo tendríamos la falacia del individualismo que, tonta o hipócritamente, aspira a hacer del hombre lo que ha hecho de las naciones: entidades soberanas, sin ley ni cortapisa que las regulen y armonicen, dando lugar inevitablemente también, como hemos visto, al sistema del robo y del asesinato, y de éste al garrote y al grillete del tirano. No hay términos medios: o individualistas con todas sus consecuencias, incluso al canibalismo si es preciso, o el colectivismo con su consecuencia lógica del reconocimiento, por el individuo, de la superioridad de los fines sociales sobre los fines individuales.
     Siento terminar. Siento terminar, porque quedan en el tintero cosas muy graciosas todavía (¡es inagotable este señor Lugones!) queda, por ejemplo, aquello de que el ideal de la tierra para todos:

     "no es un ideal de comunista, sino una declaración legal formulada, hace más de dos mil años, por Tiberio Graco, caballero de Roma."

     ¿Puede haber chiste de almanaque más delicioso? ¿A quién no hace cosquillas el asegurar con tal prosopopeya que lo de la tierra para todos no es un ideal comunista, sólo porque a un señor Tiberio Graco se le ocurrió hacerlo ley hace dos mil años? ¿Y quién no se muere de risa ante el aplomo con que defiende y aplaude en el señor Tiberio lo mismo que condena y odia en los maximalistas?
     ¿Y qué decir de aquello de que la organización política y territorial de la China es, prácticamente, "un socialismo milenario"? Socialismo del imperio chino, socialismo del imperio romano, bajo Tiberio Graco: socialismos con castas privilegiadas, con nobles y plebeyos, con ricos y pobres, con señores y esclavos, con látigo, Cristo con pistolas: ¡vaya un concepto del socialismo que tiene el gran Lugones! Pero, además, ¿no habíamos quedado en que el socialismo lo habían inventado los alemanes? ¡Ay, señor Lugones, ¡qué cosas tan saladas, de música de tango o de fandango, las que se trae usted!...




VOCABULARIO




  1.Lugones= Leopoldo Lugones (1874-1938)= Poeta, ensayista, periodista y político argentino.

  2.Apabullantes= Que intimidan por su superioridad.

  3.Falaces= Se dice de los engaños o mentiras con que se intenta dañar a alguien.

  4.Endilga= Que endosa algo desagradable o impertinente.

  5.Candorosas= Con ingenuidad, falta de malicia.

  6.Parto de los montes= Cosa ridícula que sobreviene cuando se esperaba una grande o de consideración.

  7.Alumbrando= En el sentido de "dar a luz" (parir).

  8.Majaderías= Dichos necios o imprudentes.

  9.Megalómano= Que padece delirios de grandeza.

10.De marras= Que es conocida sobradamente.

11.Inveteradamente= Muy antiguo, arraigado.

12. Perentorias= Urgentes, apremiantes.

13.Aguijoneados= Incitados, estimulados para que se haga algo.

14.Hacerle ascos= Fingir desprecio hacia alguna cosa.

15.Erudito a la violeta= Persona que sólo tiene un conocimiento superficial de las artes y las ciencias.

16.Pintarrajeadas= Mucho y mal pintadas.

17.Jingoístas= Se dice de los que profesan el patrioterismo exaltado y que propugnan la agresión contra otras naciones.

18.Troglidítico= Se dice de las cosas bárbaras y crueles.

19. Ensaladilla= Conjunto de diversas cosas de poca importancia.

20.Esteta= Persona que considera el arte como un valor esencial.

21.Denuestos= Insultos graves de palabra o por escrito.

22.Paroxismo= Se usa para indicar una exaltación extrema de los afectos y pasiones.

23.Maximalismo= Se dice de la actitud de los partidarios de las soluciones extremadas en el logro de cualquier aspiración.

24.Pero Grullo= Personaje folclórico cuyas expresiones (perogrulladas) son tan evidentes o tan sabidas que resultan triviales.

25.Sistema plutocrático= Predominio de los ricos en el gobierno de un país.

26.Laissez faire= La frase es una expresión francesa que significa «dejad hacer, dejad pasar», refiriéndose a una completa libertad en la economía: libre mercado, libre manufactura, bajos o nulos impuestos, libre mercado laboral, y mínima intervención de los gobiernos.

27.Cortapisa= Restricción, obstáculo, dificultad.

28.Prosopopeya= Con sentido de grandeza, gravedad, importancia.

29.Cristo con pistolas= Refrán que para expresar una contradicción interna se usa así: "le sienta como a un Cristo dos pistolas".

30.Saladas= Graciosas, chistosas, agudas.






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