miércoles, 13 de enero de 2016

LA ESTUPIDA SUPERSTICION DE LA OPERA





LA ESTUPIDA SUPERSTICION DE LA OPERA
(Artículo de 1920)




     ¡Que viene Caruso! --me han dicho por ahí hace poco, con el mismo aire de notición que si me hubieran anunciado que se caía la luna. Yo, claro está, respondí que me tenía sin cuidado que vinieran hasta dos docenas de Carusos. Pero, pensándolo bien, veo que dije mal; pues lejos de tenerme sin cuidado, la verdad es que me preocupa y me irrita de un modo atroz la aproximación a estas playas del famoso monstruo de la ópera.
     Es más; creo que si por alguna cosa corro peligro de ir a la cárcel, es por decir, o hacer, alguna barbaridad a impulsos de la cólera inmensa que me produce el triste, el abominable espectáculo, tantas veces repetido, del sinnúmero de gentes que corren, babeándose, a llenarle los insondables bolsillos al "fenómeno".
     ¿No es una atrocidad que en una época de carestía universal en que cuesta tanto trabajo, no ya el sostenerse en un plano de vida decente, o siquiera pasable, sino el mero subsistir, el arañar lo necesario para el vil comistrajo diario, le paguemos cada noche a este hombre, tan sólo por abrir la boca, tres o cuatro mil dólares? ¿En qué mundo vivimos y qué clase de animales somos que no nos damos cuenta de la infamia que cometemos cada vez que, atravesando por entre tantos desventurados niños, mujeres y ancianos que carecen de todo, vamos a vaciar nuestros bolsillos en las arcas multimillonarias de un señor ventrudo, perfectamente vulgar, que trafica en berridos? ¿Hasta cuándo, Dios mío, vamos a seguir esclavos de la odiosa y bárbara superstición de la ópera?
     Superstición he dicho, y no me arrepiento. Aparte del gran número de simplones que van a la ópera, no porque les guste, sino porque creen que deben aparentar que les gusta, y aparte también de los que concurren al espectáculo por lo que tiene de caro y de ostentoso, es lo cierto que no se concibe cómo puede haber ni siquiera un corto número de aficionados verdaderos a este arte pedestre, cuando pocas cosas quedan por el mundo con disfraz de artísticas que sean tan pesadas, tan grotescas, tan tediosas, tan insoportables y caras como la condenada ópera.
     ¡Que si no me gusta la música! Vaya que si me gusta; cuando es buena, cuando es jugosa, cuando dice algo. Y me gusta también el drama, el buen drama, el jugoso, el que dice algo. Pero ambas cosas, drama y música, nos las dan revueltas en la ópera. Y de ahí viene el que las gentes no se expliquen que uno guste de la música y del drama y no guste también de la ópera. Sin embargo, nada hay, a mi juicio, más claro y más lógico. ¿Qué es la ópera sino una mescolanza burda de un drama tonto, de un melodrama absurdo de amor o de sangre (de un necio y empalagoso amor amerengado, o de un sangriento episodio criminal de folletín), y una música hueca, efectista, chillona, amanerada y ñoña?
     Es verdad que de vez en cuando se tropieza uno aquí y allá en las óperas populares con alguno que otro trocito musical sincero e intenso, pero nadie podrá negar que esto no es la regla y que si se despoja a la ópera de lo que tiene de hojarasca, de mero lugar común musical, de recitado monótono y enfadoso, o melodía barata, artificiosa y gimoteante de organillo, nos quedamos a la luna de Valencia.
     De modo que, aun dando de barato que todas las óperas tuvieran un momento musical que valiese la pena --que no lo tienen-- ese momento está tan soterrado y escondido en un mar de bazofia, y cuesta tanto en tiempo y en dinero, que es necesario estar loco para no salir huyendo al mero anuncio de que nos van a someter al suplicio de toda una noche de ópera.
     Cuanto al tenor y a la tiple, que es lo que enloquece a las gentes, peor que peor. Un tenor, cuando es bueno --y ya se sabe que la mayoría son ahorcables y que sus estridencias lejos de agradarnos debieran espantarnos si tuviéramos nervios-- cuando es bueno, repito, no es ni más ni menos que un instrumento, algo así como un clarinete o cornetín, y es sabido que nadie se mata por escuchar un solo de ninguno de estos instrumentos. Si se los oye a los tales tenores o a las tales tiples con los aspavientos admirativos que vemos, no es ni puede ser por el mero prestigio de la voz, porque entonces un oboe o un clarinete --instrumentos de canto más puro que la garganta del mejor tenor-- provocarían los mismos aspavientos y, sin embargo, tales instrumentos por sí mismos no sacan a nadie de quicio. ¿Quién pagaría diez o doce dólares, ni siquiera cinco, por sentarse a oír tres o cuatro horas seguidas un clarinete, cornetín, oboe, o cosa por el estilo? Y sin embargo, todo el mundo se arruina por oír al gran tenor tal o cual.
     Y es que lo que se va a buscar no es la pura emoción de arte, sino el goce novelero e infantil de oír a un gran hombre que gana una barbaridad, y que la gana simplemente porque tiene una garganta anormal, como podría tener anormales los brazos o las piernas, y porque la humanidad no se ha curado aún de su afán primitivo de contemplar "fenómenos". Si el hombre tuviera ya instintos musicales refinados, iríamos al circo, no al teatro, a toparnos con el tenor, quien se nos presentaría entonces, no como el gran artista que hoy ven muchos en él, sino como a una simple curiosidad zoológica de la misma clase que la de los gigantes y enanos de la feria, la mujer gorda, el becerro de cinco patas y demás casos teratológicos.
     Y con la tiple sucede igual. ¿Qué tiple ligera puede competir, en pastosidad, color y flexibilidad de voz, con la flauta o el violín? Pero como las flautas y los violines abundan y son baratos y las tiples escasean y son caras, nadie hace caso de las flautas o violines y, en cambio, todo el mundo corre jadeante, y con las tripas --doce, catorce o más dólares-- en la mano, a babeársele de gusto a la señora tiple.
     ¡Ah, los gorgoritos! ¡Ah, la manía loca de los públicos por los dichosos gorgoritos! ¡Ah, lo caro, lo carísimo que cuesta, y lo feo, lo feísimos que son! Aspiran a remedo, a copia del gorjeo del canario y ruiseñor. Pero no logran sino una triste, infame caricatura de la voz de estos pájaros. Pero los canarios y ruiseñores abundan, y aunque sus gorgoritos "espontáneos" son a los gorgoritos "forzados" de la tiple lo que las flores de los campos son a las flores de artificio, los ruiseñores no tienen público, ni aun cantando, como cantan, de balde, en tanto que las tiples arramblan con las gentes y con el dinero de las gentes. Si éstas, si las gentes tuvieran en realidad la fina sensibilidad que fingen tener, el espectáculo ese de una señora tratando, con el tosco aparato de su garganta humana, de imitar y hasta de superar a un pájaro, a un organismo maravillosamente dispuesto para la función única de volar y de cantar, una de dos: o les indignaría como una profanación, o les parecería un alarde ridículo y digno de compasión. ¡Arte...! Si este remedo, por la tiple, del trinar del canario, es labor de arte, ¿por qué no habría de ser arte también el remedo del ladrido de un perro o del relincho de un caballo? Pero mientras estos remedos sólo inspiran risa, los remedos de la tiple entusiasman y arrebatan, cuando es lo cierto que es más grotesco y más violento y por consiguiente más risible, el esfuerzo enorme de una señora tiple (por lo general gorda) para volverse pájaro.
     Hay que convenir, pues, en que lo que atrae, lo que seduce en tiples y tenores es la curiosidad, el fenómeno acrobático, el gigante de feria, el enano, el becerro de cinco patas, la mujer gorda: todo menos la expresión pura de arte. Si así no fuera, ¿cómo se explicaría que un público como el  nuestro y como todos los de Hispano-América, que huye como alma que lleva el diablo de los conciertos, sea tan exaltadamente devoto de la ópera? Si ésta no fuera un acto social, caro y ostentoso, al extremo que no hay familia que no se sienta humillada de no ser vista en la gran solemnidad de a doce, catorce o más dólares por butaca, ¿tendría cultivadores? ¡Qué habría de tener! Sólo concurriría a ella el grupito exiguo de los verdaderos supersticiosos que aún quedan del acrobatismo laríngeo del tenor y la tiple.
     Y lo triste es que, mientras los tales tenores y tiples se pasean triunfantes de ciudad en ciudad ganando millones por abrir la boca sin haber realizado en toda su vida un solo esfuerzo verdaderamente artístico (no puede haber arte donde no hay aportación espiritual), los artistas genuinos, los que ponen sus nervios y su alma al servicio de su ardua labor, los que, pincel o pluma en mano, se afanan por ofrendar a sus semejantes una revelación, un latido más del gran enigma universal y eterno, esos ni siquiera le arrancan a la multitud un aplauso ni un mendrugo, hasta que una minoría selecta, a fuerza de paciencia y de heroísmo los impone. Y aún después de impuestos, por cada vez que a ellos les entra una peseta, al tenor o a la tiple les entra un millón.
     --Pero, --se me dirá--¿y Wagner?, ¿piensa usted lo mismo de sus óperas?
     No, no pienso igual. ¡Wagner es cosa aparte! Pero su música, más que a destruir, viene a afirmar mi tesis. Porque en Wagner la voz humana no es lo principal, sino lo secundario, lo muy secundario. El tenor y la tiple cantan en sus óperas, pero como lo que son, como instrumentos, como simples componentes de la orquesta, que es el todo, porque es la que sostiene, desenvuelve y remata el poema musical, por donde siempre corre una máxima idea o intuición, y no el chorrito tenue de agua dulce de la ópera clásica que envilece y empobrece a nuestros públicos en el instante mismo en que muchos niños, ancianos y mujeres caen desfallecidos por falta de un bocado...




VOCABULARIO




  1.Caruso= Enrico Caruso (1873-1921)= Tenor italiano, el más famoso del mundo en la historia de la ópera.

  2.Comistrajo= Mezcla de poca calidad de alimentos.

  3.Bárbara= Grosera, burda, inculta.

  4.Superstición= Valoración excesiva respecto de algo.

  5.Pedestre= Vulgar, ordinario, chabacano.

  6.Jugosa= Interesante, valiosa, estimable.

  7.Mescolanza= Mezcla extraña y confusa, y algunas veces ridícula.

  8.Folletín= Novela de tono melodramático y argumento generalmente inverosímil.

  9.Efectista= Que busca ante todo causar gran impresión en el ánimo.

10.Ñoña= Sensiblera, blandengue, remilgada.

11.A la luna de Valencia= Se aplica a quienes, por estar despistados, no se enteran de lo que ocurre a su alrededor.

12.Dando de barato= Se usa para indicar que se concede algo  para no entorpecer el fin principal que se pretende.

13.Soterrado= Escondido de tal modo que no parezca.

14.Bazofia= Cosas de mala calidad, despreciables.

15.Tiple= Persona que tiene la más aguda de las voces humanas.

16.Aspavientos= Demostraciones exageradas de sentimientos.

17. Goce novelero= Deleite que produce el curiosear entre las cosas que acaban de aparecer.

18.Curiosidad zoológica= Animal que llama la atención por exhibir alguna característica anómala.

19.Teratológicos= Perteneciente o relativo a las anomalías de los animales o vegetales.

20.Pastosidad= Calidad de la voz sin resonancias metálicas y agradable al oído.

21.Gorgoritos= Quiebros que se hacen con la voz, especialmente al cantar.

22.Remedo= Imitación o copia de una cosa.

23.De balde= Gratis.

24.Arramblan= Que lo arrastran todo. Que desvalijan.

25.Exiguo= Mínimo, insignificante, escaso.

26.Wagner= Wilhelm Richard Wagner (1813-1883)= Compositor y director de orquesta alemán.






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