martes, 14 de junio de 2022

Riqueza y Pobreza VII

 

Octavo de una serie de nueve artículos sobre el tema.



¿Cómo abaratar el dinero? Puesta la fe en Dios y encomendándome de todo corazón a la dama de mis pensamientos, me cuelo de rondón en los dominios del dinero, y acometo la descomunal aventura de dar contestación a esta pregunta.


¿Cómo abaratar el dinero? Yo creo -aunque no entiendo ni quiero entender pizca de economía, ¡esa presumida pseudociencia pasada de matar!-, yo creo que para abaratar el dinero, lo mismo que para abaratar cualquiera otra cosa de este mundo, lo primero que hay que hacer es tratar de que la producción sea igual o superior al consumo. Una vez logrado eso, el precio tiene que bajar forzosamente. 

¿Qué sucede con respecto a la producción del dinero? Pues sucede que la producción del dinero puede ser tan copiosa como se quiera, toda vez que el dinero es un mero signo convencional inventado para la comodidad de los hombres, y para este signo convencional lo mismo podemos valernos del oro o la plata u otro metal cualquiera, que de trozos de cuero o de hojas de yagrumo.

¿Y cómo se explica que a pesar de la facilidad de producción -facilidad mayor que la que tenemos para cualquier otro artículo de consumo- el dinero se torna cada día más huraño, más arisco, más caro, al extremo de que hay que reventarse para llegar a tener un puñado?

La respuesta es inevitable. Puesto que el dinero se produce y se puede producir más profusamente que el agua, y puesto que la mayoría de los hombres no tenemos dinero, ¡alguien se está quedando o se nos ha quedado con todo el dinero! ¡Alguien acapara y monopoliza tan indispensable artículo! ¡Alguien nos roba algo que es, que no puede menos de ser de todos porque es agua, porque es aire, porque es pan, porque es sangre, porque es alma, porque es alegría, porque es sol, porque es todo en la vida, porque es la vida misma palpitando dentro de nosostros hecha sangre, hecha nervio, hecha instinto, hecha emoción, hecha idea!

¿Y quién comete ese terrible hurto, ese inmenso despojo? ¿Dónde están esos hombres, esas fieras, esos monstruos que acaparan y se roban esa sagrada, esa inviolable, esa divina cosa que se llama la vida?

Pues ahí verán ustedes lo extraño del caso: esos mortales afortunados que han llegado por azares del destino a repartirse el dinero, no son tales fieras; ni siquiera son malos en la mayoría de los casos, y tan no lo son, que yo, que soy incapaz de matar una pulga,estoy haciendo y seguiré haciendo todo lo posible por ser uno de ellos.

Esos hombres cuando vinieron al mundo se encontraron con una sociedad tan estúpida que permitía y hasta exigía para subsistir ella misma, que los hombres se pudieran despojar unos a otros, del dinero, esto es, de la vida, y, ¡es claro!, obligados a optar entre la riqueza y la pobreza, se dicidieron por la riqueza... y a Roma por todo. ¿Hay algo censurable en la conducta de esos hombres? No; lejos de censurarlos yo encuentro -después de detenerme un momento a pensar sobre ello- que fue ciertamente un sano instinto el que dentro de ellos se rebeló a ser pobre. ¡Pues no faltaba más que condenarse uno ciegamente a sí mismo y condenar a sus hijos y a los hijos de sus hijos al andrajo, a la pringue, a la llaga, a la ignorancia, al crimen!


¿De quién es, pues, la culpa de que, mientras el dinero se pudre de ociosidad en unas cuantas cajas, esa legión de horrores que se llaman la pringue, y el andrajo, y la llaga, y la ignorancia, y el crimen, se repartan triunfantes el mundo?

La culpa es de todos y de nadie; la culpa es de este monstruoso, abominable sistema social en que vivimos. Si hay alguien, pues, que quiera darse el lujo y el gustazo de pelear como David contra un monstruo, yo le convido a disparar su honda contra la actual Sociedad, conta la actual abominación que se llama Estado, sea monarquía, sea república; sea aristocracia, oligarquía o democracia.

Pero -se me volverá a preguntar-, ¿puede el Estado evitar que se cumpla esa ley natural que condena al inferior, al inepto, al indolente, al vago, al pródigo, al ignorante, al cobarde, a ser despojado por el apto, esto es, por el hombre-lobo, por el hombre-fuerza? En otros términos: ¿puede el Estado -siendo como es el dinero cosa tan bella y por lo tanto tan codiciable- impedir que los hombres se peleen sin cesar por su conquista?



VOCABULARIO    CONTEXTUAL



1.Colarse de rondón= Entrar sin llamar ni pedir permiso. Colarse.

2.Huraño= Esquivo, huidizo, arisco.

3.A Roma por todo= Se usa para dar a entender que se acomete con ánimo y confianza cualquier empresa, por ardua que sea.

4. Pringue= Mugre, porquería, suciedad.

5.Llaga= Daño que se sufre por una desgracia.






No hay comentarios.:

Publicar un comentario