viernes, 3 de junio de 2022

Riqueza y Pobreza V

 

Sexto de una serie de nueve artículos sobre el tema.



Mi última pregunta era: "¿Qué haremos para extirpar la llaga de la pobreza?"


A primera vista, parece cosa difícil el hallar una respuesta, pero, luego que se piensa en ello, acabamos por encontrar la cuestión tan simple y tan minúscula como un grano de anís.

¿Qué remedio emplear contra la pobreza? ¡Pues la riqueza! Ya ven ustedes cómo eso se le pudiera ocurrir al mismo Juan Bobo.

Sí, amigos míos, la pobreza, con su inevitable y siniestra escuela de insalubridad, de ignorancia, de fealdad y de crimen, no se cura con sermones, ni con sistemas de gobierno, ni con instituciones democráticas, ni con asilos y hospitales, ni con huelgas de obreros para lograr un aumento transitorio de salario, ni con prédicas y odas sobre la gran virtud del trabajo, ni con ningún otro paliativo o música celestial por el estilo. La pobreza, señoras y señores, se cura con una sola cosa: ¡con el dinero! ¡con el vil dinero!

Mientras una legión de apóstoles cejijuntos del proletariado aúllan contra la riqueza y los ricos, y piden que, todos nos volvamos pobres, yo, admirador de los ricos y enamorado de la riqueza, pido que todos nos volvamos ricos.

¿Sabemos que la causa única, directa o remota de nuestras vilezas, de nuestras traiciones, de nuestras violencias, de nuestros crímenes, y hasta de nuestras enfermedades, es la pobreza? ¡Pues acabemos con la pobreza! ¿Cómo? Persiguiéndola, atacándola, disparándole sin tregua como hacemos con las epidemias.

Yo propopndría, como remedio único para purgar el mundo de los horrores que hoy nos afligen, que dejáramos reducidos el Código Penal a un solo artículo en el cual se castigase con penas atroces -con la pena de muerte, si fuera preciso- el delito de andar por la calle sin llevar una suma decente en el bolsillo.

Algunos se reirán de esto considerándolo como una salida mía. Pero yo me desquito de esa risa, riéndome a mi vez de la candidez que revela el creer que la justicia de hoy difiere mucho en el fondo de la justicia mía. ¿Qué hace la justicia de hoy -esa justicia inútil que nos cuesta un ojo de la cara- sino amontonar penas y más penas para castigo de rufianes, ladrones y asesinos? ¿Y qué son esos ladrones y tramposos y asesinos sino pobres e hijos de pobres?, ¿qué son todos sino enfermos de la dolencia atroz de la pobreza?, ¿qué hace, pues, la justicia de hoy sino pasarse la vida consagrada a la estéril tarea de mandar pobres y más pobres a la cárcel, al presidio y al cadalso?

Se me dirá que hay ricos también que algunas veces se corren hasta dar con sus cuerpos en la cárcel o la horca.

Pero, ¿quién ignora que toda regla tiene sus excepciones y que una golondrina no hace verano?

Si sabemos que todos los crímenes son como un fermento de la levadura de la pobreza, ¿a qué viene atacar el fermento si dejamos subsistir la levadura?, ¿a qué esperar que el pobre mate o robe, o cometa cualquier fechoría semejante para castigarle? ¿A qué esperar, cruzados de brazos, que el crimen se realice? ¿Qué es la justicia de hoy sino un acto de estéril venganza, puesto que sabemos que nada remedia, puesto que viene siempre después de hecho el daño, después de perpetrada la hazaña delictiva del rufián o asesino?

Si sabemos que un perro está hidrófobo, ¿no cometeríamos una terrible locura esperando, para librarnos de él, hasta que haya mordido una o más veces?

Pues si hemos de castigar siempre en el pobre lo que sólo es una consecuencia inevitable de su pobreza, ¿a qué esperar que robe o mate para atarle codo con codo y mandarle a un presidio?

¿No sería más sensato reducirlo a prisión, como propongo yo, por el mero hecho de ser pobre, con lo cual evitaríamos el daño que iba a causar su delito, y nuestra justicia -nuestra cruel justicia- tendría al menos la disculpa de no ser estéril como lo es hoy?

-Pero es que nadie tiene la culpa de ser pobre- se me dirá.

Y yo diré que tampoco tiene el leproso la culpa de su lepra, y sin embargo, lo mandamos sin escrúpulos a un islote, y allí lo aislamos para siempre del resto del mundo. Tampoco tiene el perro la culpa de su rabia, y lo matamos sin contemplaciones.

Tanto en un caso como en otro, procedemos fríamente, humanamente, y la pena que aplicamos tiene el noble fin de salvarnos de un horrible contagio. Nuestra acción en ambos casos no va acompañada, como en los procesos judiciales, de ceremonias y ritos feroces e inicuos: nos defendermos sencilla y brevemente, sin ningún alarde cruel, de un ataque, de un peligro. En cambio cuando hoy encarcelamos o matamos, lo hacemos no para evitar un daño, sino para castigar, esto es, para proporcionarnos el salvaje placer de vengarnos de un daño ya irremediable. Véase, pues, la enorme diferencia entre ambas cosas.


                                          VOCABULARIO    CONTEXTUAL


1.Llaga= Daño o infortunio que causa pena, dolor y pesadumbre.   

2.Música celestial= Palabras elegantes e innecesarias o promesas vanas.

3.Proletariado= Clase social compuesta por trabajadores, normalmente, de origen humilde cuya única posesión es su prole.

4.Purgar= Quitar lo malo, peligroso o dañino de una cosa.

5.Salida= Dicho agudo u ocurrencia.

6.Se corren= Que se apartan.

7.Hidrófobo= Que padece de hidrofobia (rabia).

8.Inicuos= Injustos, perversos, ignominiosos.






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