jueves, 14 de julio de 2022

La Solterona

 


                                               La Solterona



Cada vez que me pongo a pensar en las tristezas de este mundo, desfila por mi alma la figura doliente de este tipo social, cuyo nombre le sirve de epígrafe a estas líneas.


En torno de ese nombre, epitafio burlón colocado por la sociedad sobre los despojos palpitantes de una vida cruelmente mutilada, la imaginación vislumbra una leyenda de incurables nostalgias, de amarguras sin nombre, de trágico y perenne caminar a través de los desiertos espantables y penumbras horrendas del sufrimiento humano... Poema sombrío el que surge de ese nombre; desgarrador poema en que mil y mil vírgenes dejaron el sollozo expirante de sus vidas yermas...

Todos los seres humanos corremos hacia una meta, real o imaginaria; todos tenemos una finalidad, un ideal que perseguir en el mundo; unos la riqueza, otros la ciencia, otros el goce, otros el arte. Para ella, para la pobre solterona, no hay ideales, no hay perspectvas; ante sus ojos, ante sus ojos mustios de desconsuelo, se extiende siempre, muda e implacable, la solitaria inmensidad de un desierto.

Hay horas, momentos en la vida, aún para el ser más rebelde a la poesía, en que una cosa cualquiera impregnada de vago perfume de arte -la cadencia melancólica arrancada a una flauta en la distancia, la queja triste y dulce que vibra en las cuerdas de un violín o una guitarra, el trino fugitivo de un pájaro que pasa- nos conmueve de pronto, y trae a nuestra alma como el roce de las alas de un ensueño que nos acaricia, como la voz querida de un ideal lejano que nos saluda. ¿Qué pasará, qué pasará, Dios mío, en el alma de la solterona, en esa pobre alma, sola y triste, en uno de esos momentos? Yo me he preguntado esto mismo muchas veces y he sentido verguenza de ser hombre. Porque somos los hombres, han sido los hombres los que han acorralado a la mujer, tapiándola entre las cuatro paredes de un hogar mazmorra, hurtándole a escoger libremente su camino, no dejándole otra salida hacia el mundo, hacia la luz y el espacio, hacia el batallar grandioso y perenne de la vida, que la puerta estrecha y mezquina del matrimonio.

Y como por la puerta del matrimonio cada vez son menos las que salen, resulta natural e inevitable que cada vez sea mayor el número de las que se quedan, la legión de víctimas, la legión lamentable de reclusas que pasan por el mundo sin haber luchado, sin haber sentido, sin haber gustado un minuto siquiera inefables ternuras de amante, o embelesos sublimes de madre, sin haber recibido ni otorgado una caricia, sin haber amado, sin haber vivido.

No; no hay ni puede haber en la historia ni en el arte tragedia comparable a la tragedia de esas vidas que fracasan, que sucumben, que fenecen silenciosas, sin lucha y sin gloria, ferozmente inmoladas a un concepto del honor falso y salvaje.

Hombres que os descubrís ante un ataúd repleto de carne muerta, hombres que lloráis en el teatro ante un conflicto artificioso y mentido y de melodrama, ¡descubríos y llorad ante esa gran tragedia!

Espíritus ramplones, carcomidos de prejuicios absurdos, apolillados de bárbaras rutinas, yo os pregunto: ¿En virtud de qué noción de justicia
le imponéis a la mujer como una ley el conservarse casta y pura, en lucha insensata contra la naturaleza, hasta el matrimonio, y si no hay matrimonio hasta la muerte, y en cambio al hombre, con matrimonio o sin matrimonio lo dejáis en libertad de mancharse todo cuanto quiera? En otros términos, : ¿por qué el estado de pureza virginal, que afectáis considerar como un honor en la mujer, constituye en el hombre una degradación y una verguenza? ¿Es que también para el honor hay sexos, debiéndose distinguir entre el honor macho y el honor hembra?

¡Ah, picarones! Es simplemente que en eso del honor, como en todo, lo ancho para nosotros, lo estrecho para ellas, las pobres mujeres. ¿Qué nos importa que haya desastres y sacrificios y víctimas a millones si nada de eso nos alcanza a nosotros? ¿Qué nos importa que subsista un prejuicio, un convencionalismo bárbaro que condena a toda mujer que no se casa a la triste y yerta vida de la solterona o a la vida de oprobio y de infamia de la ramera, si ninguno de esos dos espantosos abismos nos amenaza a nosotros? 

Ante tanta injusticia, las palabras de Elia, en el, "Juan Gabriel Borkman", de Ibsen, paréceme que adquieren dantescas resonancias de anatema:

Elia a Juan Gabriel:
-¡Eres un asesino! ¡Has cometido un asesinato! Has matado mi vida para el amor. ¿Lo entiendes?... La Sagrada Escritura habla de un pecado misterioso para el cual no hay redención.

No comprendía yo qué pecado era ese que no podía ser perdonado; ahora ya lo sé. ¡El crimen que no puede borrar el arrepentimiento, el pecado a que la gracia no alcanza... lo comete quien mata una vida para el amor!

Oid a Elia, y sentiréis en el rostro, y sentiréis en el alma, muy adentro, muy adentro, la terrible impresión de un latigazo.



                           VOCABULARIO   CONTEXTUAL



1.Tapiándola= Limitar, ceñir, circunscribir.

2.Mazmorra= Prisión subterránea.

3.Ramplones= Vulgares, toscos, chabacanos.

4.Yerta= Rigurosa, severa, austera.

5.Juan Gabriel Borkman= Obra de teatro del noruego Henrik Ibsen.

6.Anatema= Se usa en el sentido de condena a ser apartado o separado de la comunidad.





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